Opinión

Los caídos y su militante iconología golpista

Tal y como figura en las informaciones de la prensa y tal y como se puede ver en el Pleno del Ayuntamiento de Pamplona del 1 de febrero, la mayoría de los grupos municipales progresistas están a favor de la resignificación del Monumento a los Caídos y de su conversión en ¡un lugar de memoria!. Incluso a tenor de la intervención en aquel pleno del portavoz del PSN, en el que leyó unas cuartillas, parece que dicho partido dispone de un informe cerrado que apostaría por conformar una intervención que aleccionara sobre la reconciliación, fusionando memoria lejana y memoria próxima, sin considerar las enormes diferencias existentes entre ambas.   

A nuestro juicio, que dicho Monumento pudiera ser declarado como Lugar de Memoria  confrontaría con lo que esencialmente es: un edificio de significación simbólica sectaria a favor de la memoria de los golpistas y de la forma en la que se produjo su victoria, repleto de iconología radicalmente beligerante y fascista que clama por el castigo, con caracteres bíblicos, hacia quienes discrepasen de una cosmogonía católica y derechista a machamartillo. No solo borra la memoria de las víctimas de los golpistas y las revictimiza, sino que sus contenidos los identifican como adoradores del Anticristo y de la AntiEspaña a combatir. Asimismo, por esas mismas razones, una hipotética resignificación del citado Monumento caería en la pura manipulación del pasado.

No se ha incidido suficientemente en la militante iconología golpista del Monumento. Para empezar, los lemas presentes en él responden al marco mental que pergeñaron los sublevados para legitimar el politicidio masivo, de dimensiones mayúsculas en Navarra en términos relativos. A la derecha de los nombres de los 4535 navarros muertos en combate dentro de las filas de los contingentes golpistas (por cierto, la mayoría soldados de reemplazo obligados a combatir y no voluntarios, lo que añade que el monumento constituye desde su misma base una manipulación falseadora), se recogen unas groseras palabras del cardenal Goma, Cardenal Primado de España: “Aquí se han enfrentado las dos civilizaciones. Las dos formas antitéticas de la vida social. Cristo y el anticristo se dan la batalla en nuestro suelo”. Esa frase fue tomada de su opúsculo El caso de España. Instrucción a sus diocesanos y respuesta a unas consultas sobre la guerra actual, obra que interpretaba el golpe de Estado como Cruzada editada en Pamplona en 1936 y que recibió los parabienes de la Diputación navarra. 

Para Gomá, el golpe de Estado quedaba legitimado porque durante el régimen republicano “el alma tártara, el genio del internacionalismo comunista” había inoculado el veneno de la legislación impía y había pervertido a las masas. Gomá, que en sus informes al Vaticano siempre silenció las dimensiones de la limpieza política llevada a cabo por los suyos en Navarra y que denostó a los sacerdotes nacionalistas asesinados en Gipuzkoa, no podía ser desconocedor ni de las dimensiones de la misma ni de quiénes eran sus agentes: en una fotografía publicada en Diario de Navarra el 1 de agosto de 1936 aparece en su refugio de Belaskoain sentado en primera línea al lado de la cadena de mando de los escuadrones de la muerte requetés (Ezcurra, Santesteban y Munárriz). El 19 de agosto aparece también en una foto en Arriba España junto con la principal cuadrilla de matarifes falangistas, la Escuadra del Águila. Por todo ello, su frase tiene tintes siniestros y refrendadores del escarmiento registrado en cuanto que predican la deshumanización del rival y el tratamiento inmisericorde para con él.

En los frisos se recogen frases del Libro de los Macabeos. Dicho Libro constituyó en su origen un cántico bíblico para exaltar la ayuda divina al pueblo judío en su resistencia contra los ocupantes griegos. En la Segunda República fue retomado por los sectores antirrepublicanos como significante en pro de la autodefensa en la lucha a favor de las sagradas causas de la religión y de la patria, un enunciado que suponía el punto de arranque de la justificación para la agresión despiadada al adversario político y para la rotura de cualquier dique de contención. Ese discurso contaminaba a los afines. Mal que les pese a quienes persisten en el autoengaño de creer a pie juntillas el relato exonerador pergeñado por sus ancestros golpistas, considerando la cascada de evidencias existentes, no hace falta leer Los amnésicos de Géraldine Schwarz, para desvanecer cualquier visión de negación del hecho irrefutable que la descomunal violencia en la retaguardia se hizo con el conocimiento cómplice y activo de la comunidad golpista.   

A la hora de valorar otra inscripción, la de la frase “Inclinamos nuestra frente a la santa memoria de los mártires que sellaron con sangre su fe en Cristo", de Pío XII, no hay que olvidar que este Papa fue el autor del vergonzoso radiomensaje de 16 de abril de 1939 a los católicos españoles en el que abrazaba con fervor todos los ítems franquistas y en el que suscribiría las tesis de Gomá de que “los enemigos de Jesucristo parece que han querido hacer en España un experimento supremo de las fuerzas disolventes”. Antes y después de aquella fecha, Pío XX reconocería y legitimaría, explícita y continuamente, el régimen nacionalcatólico de Franco con numerosas muestras de simpatía hacia él, la de mayor entidad el Concordato de 1953. 

¿Y qué sucede con los frescos de Stolz, orlados con el lema de las Cruzadas Deus lo volt (Dios lo quiere)? Son una recreación gráfica del relato requeté y tradicionalista de la historia de Navarra, tal y como lo esbozó Eladio Esparza, subdirector de Diario de Navarra, en su libro Pequeña Historia del reino de Navarra. El Rey, el Fuero, la Cruzada. En él se propugna la constante lucha de Navarra por la Religión, la Monarquía y la Patria desde la Edad Media, y contra la Revolución Francesa y el liberalismo en el siglo XIX, todo ello culminado en 1936. En la glosa que de ese libro hizo Francisco López Sanz, Sab, director de El Pensamiento Navarro, y, al igual que Esparza, Delegado de Prensa de Requetés en el verano de 1936, se insistía en las mismas ideas de que Navarra “estuvo siempre en Cruzada eterna”. Cruzada eterna contra todos los que pensaran diferente, contra el enemigo interno ante todo. 

Lemas tremebundos, iconología atroz, por refocilarse en una concepción de Navarra completamente ajena a los principios de pluralismo político y de convivencia y que opacan la enorme limpieza política registrada. Por mucho que ahora estén parcialmente tapados, su constatación es una prueba de la frivolidad, de la inconsistencia ideológica o del interés doctrinal de quienes relativizan su significado. Y afianza la percepción del desatino de quienes proponen para este complejo arquitectónico una solución resignificadora en forma de “lugar de memoria”, una especie de tomadura de pelo mayúscula para la ciudadanía navarra a la altura de 2024.