Opinión

El viaje de la gallina

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A ver. En estos tiempos de discursos que, no por repetidos, se me antojan vacíos y malintencionados, podría ser la fábula, como antaño, un intento de aproximación a los asuntos que salpican nuestro presente, sin mayores pretensiones.

Pues bien,  resulta que  sobre el verde de una pradera hermosa,  la señora gallina picoteaba a sus anchas aquí y allá. De pronto, un doloroso retorcijón le obligó a detenerse: el primer huevo matutino llamaba desde sus entrañas y, cual preso, quería sentir el sol y el aire sobre  su nacarada concha. El mundo contemplaba la primera ley. El huevo, indefenso, se sintió sólo y esperó.

Al tiempo, y por el mismo proceder, fueron llegándole hermanos. Eran tantos, que formaban, a su pesar, un  muro infranqueable, impidiendo a la gallina caminar con libertad. Si caminaba, de seguro destruiría unos cuantos huevos fruto de sus entrañas. Si volaba, era consciente de que  su vuelo era corto y limitado, torpe e impreciso, y que probablemente, malograría algún que otro huevo en su aterrizar.

Es la dinámica democrática la que produce, fabrica y genera las leyes, que son a su vez expresión escrita de la voluntad popular. Cuando las leyes entorpecen, frenan e incluso llegan a imposibilitar el libre y democrático derecho a elegir, es cuando no cumplen su misión, por lo que deben ser reformadas, retocadas e incluso abolidas, procurando el paso a otras que hagan posible su cometido. La ley es cauce, no obstáculo. ¿Quién pone los huevos delante de la gallina para que no pueda andar? ¿Quién obliga a la gallina alzar  su vuelo haciéndose el sordo ante la ley?

¿No será que, en este caso, es antes la gallina que los huevos?

Enrique Rodés Martínez

Tudelano observador