Opinión

Mente de deseo y apego

"Hay dos grandes decepciones en la vida: no obtener lo que quieres y obtenerlo”, George Bernard Shaw.

No lograr algo deseado supone frustración, pero conseguirlo también; al haber superado las dificultades y dejar de servir como motivación a la actuación, ya que no hay que realizar ningún esfuerzo para alcanzar lo deseado. Al conseguir lo que deseamos, muchas veces miramos de frente el gran vacío que nada puede llenar.

La mente de deseo y apego espera el placer continuo de lo que cree que son sus verdaderas fuentes de felicidad: relaciones, lugares, ideas y cosas. Queremos hacerlas parte de nosotros y de nuestras vidas. Al principio nuestra fascinación por estos objetos tiene una especie de encanto y emoción… pero entonces, de repente, cuando no tenemos contacto con el objeto deseado, o el objeto incumple nuestras expectativas, comienzan a surgir la inseguridad y la ansiedad. El placer y la felicidad que habíamos previsto se han esfumado. Incluso experimentamos todo lo contrario. El objeto ya no parece tan atractivo como antes. 

Sin embargo, extrañamente, no podemos dejarlo ir. La mente se aferra obstinadamente, cual esclavo sumiso que hace lo que le ordenan, perdiendo la capacidad de comprensión y conocimiento correctos. ¿Experimentamos paz y felicidad? ¿Tenemos el control? ¿Nos sentimos a gusto? ¿O nos sentimos inquietos, estresados, inseguros y preocupados? El apego aturde la mente reduciendo su potencial al mínimo. Lo peligroso del apego es que no podemos distinguir entre dolor y placer, amor y deseo. La mente de deseo suele confundir cualquier cosa con placer, incluso el dolor.

El miedo al dolor y al malestar, a su vez, generan más apego. Nos hace dependientes de los objetos. Intentamos infructuosamente lograr un equilibrio entre esperar objetos atrayentes y después culpabilizarlos de no hacernos felices. Es como comer azúcar y sufrir hipoglucemia, y comer más azúcar y volver a sufrir hipoglucemia… Si los objetos fueran una fuente genuina de felicidad, estaríamos felices durante todo el tiempo.

No nos gusta pensar en la renuncia porque creemos que significa rechazar todos los placeres de la vida. Sin embargo, la renuncia genuina no viene del rechazo o la evasión; viene de dejar ir al deseo y al apego. 

Desapegarse implica otra forma de relacionarse, no depender de lo que tenemos o de esa persona con la cual hemos establecido vínculos afectivos. El desapego no significa no amar, sino ser autónomos, liberarnos del miedo a la pérdida para comenzar a disfrutar realmente de lo que tenemos o de la persona que amamos. No significa dejar de disfrutar y experimentar placer sino todo lo contrario, comenzar a vivir de forma más plena, porque nuestras experiencias dejan de estar condicionadas por el temor a la pérdida. Desapegarse no significa que renunciemos a nuestras metas, sino más bien al interés por el resultado.

En el momento en el que renunciamos al interés por el resultado, nos desligamos del deseo, que a menudo confundimos con la necesidad y que nos conduce a perseguir metas que realmente no nos satisfacen. A partir de entonces, adoptamos una actitud más relajada y, a pesar de que puede parecer un contrasentido, nos empieza a resulta más fácil conseguir lo que deseamos. Esto se debe a que el desapego sienta sus bases en la confianza en nuestras potencialidades, mientras que el apego se basa en el miedo a la pérdida y la inseguridad. 

Así que…. Soltemos expectativas.

Dr. Román Gonzalvo y Tere Pérez