Opinión

Ya es hora de acabar con la mascarilla

Parece ser que por fin, España está cerca de seguir a Irlanda, Dinamarca, Francia, Holanda y gran parte de los EEUU en quitar la obligación de llevar la mascarilla en espacios cerrados. 

Seguramente se justificará la eliminación de esta medida por la baja incidencia de casos de Covid. Pero esto asume que la mascarilla es una medida fiable de control de enfermedades infecciosas. Esta propuesta es, a fin de cuentas, una apuesta política, no un resultado científico, pese a la propaganda incesante de nuestros dirigentes políticos y medios de comunicación a favor de esta medida.

Después de casi dos años en los que gran parte de Occidente ha impuesto el uso obligatorio de la mascarilla a sus ciudadanos, la evidencia de la eficacia de esta medida sigue siendo débil e inconclusa, en el mejor de los casos; y a jurisdicciones que prácticamente prescindieron del uso de mascarillas en la vida cotidiana, como Suecia y Florida, no les fue peor, y en ocasiones considerablemente mejor que a muchas otras regiones comparables que sí impusieron el uso obligatorio de la mascarilla.

La falta de correspondencia del uso generalizado de la mascarilla con mejores resultado epidemiológicos debería dar lugar a serias dudas sobre su eficacia. Estas dudas se corroboran en el momento de repasar las evidencias empíricas sobre esta cuestión, que siguen siendo inconcluyentes.

Para entender mejor la escasa evidencia que respalda el uso comunitario de la mascarilla, repasemos algunos metaestudios provenientes de organizaciones de investigación médica prestigiosas, como Cochrane, OMS, y ECDC. Como la fe en la mascarilla es particularmente palpable en España, merece la pena citar las conclusiones de estos estudios.

Pero antes de proceder, conviene mencionar que no se trata de citar un par de estudios en contra de la mascarilla e inferir de esta selección sesgada de estudios que la mascarilla no sirve: al contrario, se trata de identificar serios intentos por institutos de investigación de considerable prestigio internacional de dar un repaso general de todos los estudios destacados, tanto a favor como en contra de la eficacia de la mascarilla para combatir la transmisión de enfermedades infecciosas como Covid-19. 

Cochrane, un prestigioso instituto de investigación médica basada en Londres, ha concluido en un metaestudio del 20 de noviembre de 2020, que “los resultados combinados de los ensayos aleatorios no han mostrado una reducción clara de la infección viral respiratoria con el uso de mascarillas médicas/quirúrgicas durante la influenza estacional. No hubo diferencias claras entre el uso de mascarillas médicas/quirúrgicas en comparación con los respiradores N95/P2 en trabajadores de la salud cuando se usan en la atención rutinaria para reducir la infección viral respiratoria.”

Un informe de la Organización Mundial de Salud, publicada el 1 de diciembre de 2020, afirma que en la actualidad, solo hay pruebas científicas limitadas e inconsistentes que respaldan la eficacia del uso de mascarillas en personas sanas de la comunidad para prevenir la infección por virus respiratorios, incluido el SARS-CoV-2.”

En tercer lugar, el Centro Europeo de Prevención y Control de Enfermedades Infecciosas (ECDC) encuentra en su estudio del 15 de febrero de 2021 que “la evidencia sobre la eficacia de las mascarillas médicas para la prevención del Covid-19 es compatible con un efecto protector pequeño o moderado. Pero todavía hay incertidumbres significativas sobre el tamaño de este efecto.”

Ahora bien, la escasez de evidencia sólida sobre la eficacia de la mascarilla no significa necesariamente que sea completamente ineficaz, ni significa necesariamente que nadie deba usar una mascarilla en ningún momento.

Sin embargo, un buen principio de salud pública es recomendar un comportamiento que se demuestre eficaz, a través de las mejores prácticas y el balance de la evidencia científica, para reducir las enfermedades y promover la salud y el bienestar humanos.

El enmascaramiento comunitario es un instrumento de control de enfermedades que, hasta la fecha, no se ha mostrado eficaz para detener la propagación de enfermedades infecciosas. Por lo tanto, es muy difícil ver cómo podemos justificar recomendarlo incluso de forma puramente voluntaria, y mucho menos imponerlo a través de mandatos coercitivos.

El hecho de que los gobiernos consideraran adecuado no solo recomendar el uso de la mascarilla en la vida cotidiana, sino también obligar a las personas a cubrirse la cara, especialmente en circunstancias en las que no teníamos ninguna evidencia sólida para creer que enmascarar a personas sanas iba a tener un impacto sustancial en transmisión viral, es sintomático de un cambio preocupante en la relación entre gobernantes y ciudadanos. En particular, sugiere que el modelo tradicional de gobernanza de la salud pública, basado en la igualdad, la confianza y la buena voluntad, ha sido reemplazado por un nuevo enfoque de la salud pública, que se basa en gran medida en el paternalismo y la coerción.

Cuando le sumamos a estas consideraciones todos los efectos dañinos del uso continuo de la mascarilla en poblaciones sanas, incluyendo retrasos cognitivos y emocionales en niños privados de comunicación facial, dolores de cabeza y acné sufridos por muchas personas a causa del uso de la mascarilla a lo largo del día, y la gran ansiedad e incomodidad producida en muchas personas por esta práctica, podemos entender que hasta que no tenga un respaldo científico realmente convincente, se debería consignar a la basura de la historia.

Es hora de abortar este dañino experimento del uso obligatorio de mascarillas y confiar en los ciudadanos para que tomen libremente las medidas que consideren más adecuadas para proteger su salud y la de sus familias y vecinos, equipados con información honesta y abierta en lugar de propaganda infantilizante y teorías sin respaldo científico.