Opinión

La suerte es un factor determinante, las piezas encajando obtengo el cuento

Hoy (me refiero al día de la fecha en la que este relato ve la luz en mi bitácora de Periodista Digital, el blog de Otramotro), miércoles 17 de mayo de 2023 (¡muchas felicidades, Diana!), todo quisque, salvo quien lleve más de dos meses en coma (o menos, esta posibilidad no hay que descartarla tampoco) y no padezca una demencia senil (alzhéimer, verbigracia), sabe, a ciencia cierta, que el bote de “Pasapalabra”, concurso cultural (la locución “por antonomasia” acaso le cuadre más y/o mejor a “Saber y ganar”; he urdido este paréntesis sin ánimo de ofender), se lo llevó el sevillano Rafa Castaño, en buena lid, al completar el rosco de un tirón, dejando a su contrincante habitual, el burgalés Orestes Barbero, tras tantos duelos o enfrentamientos mantenidos, con un palmo (o dos) de narices (sin pretenderlo, claro), mudo. Aún se habla en algunos cenáculos y mentideros de dicha gesta.

Auguro que, dentro de unos años (no sé cuántos; pues canta el tango que veinte años no es nada), si al sueño que he tenido esta noche le encaja el adjetivo calificativo que sigue, profético, o sea, si este se cumple en toda su extensión, de cabo a rabo, el programa más visto de todas las cadenas en la historia de la televisión española, si exceptuamos los partidos de fútbol y el “Un dos, tres… responda otra vez”, será “Conocimiento”.

Así pues, el círculo o rosco de la prueba final de “Pasapalabra”, con las 25 letras iniciales de palabras, nombres, apellidos o títulos, será sustituido por un cono. Antes de las 12 preguntas de rigor, que deberá responder acertadamente la o el concursante finalista para obtener el ansiado galardón, un premio de un cuarto de millón de euros, además del bote acumulado de “Conocimiento” (las doce letras que componen el nombre del concurso se irán encendiendo con una luz verde, conforme se vaya contestando atinadamente), los cuatro concursantes de la prueba final podrán acumular tres comodines, tres, si responden certeramente a otras tantas preguntas de cultura general y consiguen pulsar el botón antes de que lo hagan sus oponentes.

Los tres comodines mencionados al final del parágrafo precedente pueden ayudar al concursante a pasar de nivel en el cono. Para superar el primer nivel, habrá de contestar correctamente a 6 preguntas (o 5 más 1 comodín); para pasar al segundo nivel, 3 (o 2 más 1 comodín), para superar el tercero, 2 (o 1 más 1 comodín). En cada nivel se elimina a un oponente. Si el concursante final responde con tino a la duodécima pregunta, que consistirá en escuchar un párrafo de una obra literaria de prestigio, leído por un actor o actriz de renombre, e identifica con exactitud la obra y el autor (ella o él), logrará ganar la cantidad dineraria mínima, el cuarto de millón de euros mentado, más el bote acumulado (una vez se descuente, por supuesto, el bocado que dará o la parte que se llevará Hacienda).

Yo, lo reconozco sin ambages, si el sueño profético se cumple tal cual, a rajatabla, tendré suerte, mucha suerte, puesto que el párrafo que me tocará escuchar ya se lo oí leer por teléfono, hace muchos años, más de veinte, y hasta más de veinticinco, a Jesús Manuel Arellano Barja, que me puso en esa misma tesitura (sin que hubiera de por medio el acicate o aliciente de ningún premio crematístico o pecuniario), mientras él cumplía el servicio militar obligatorio, la “mili”, en Recajo (La Rioja) y me leyó las palabras que contiene el parágrafo final de “Emma Zunz”, esa estupenda bomba de relojería literaria que compuso Jorge Luis Borges (que apareció publicada en 1948 en la revista “Sur” y, al año siguiente, en su libro de relatos “El Aleph”), salvo el nombre y el primer apellido de la protagonista y asesina, suplidos por sendas equis mayúsculas:

“La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de X X, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios”.

Seguramente, procederé de manera distinta y hasta opuesta a la del sevillano Rafa Castaño, que enmudeció, tras lograr la proeza; yo gritaré un sí ensordecedor, de júbilo, y daré un salto que culminaré lanzando un puñetazo al aire.

Si en su sitio colocas las teselas, verás cómo el mosaico se completa y, tras explotar, salta por los aires.