Opinión

¿Quién dice que no vive fray Ejemplo?

Lo casual viaja junto a lo causal

(Si van en bicicleta, forman tándem)

El admirado puede sorprendernos

Está claro, cristalino, que la vida, si estás atento a cuanto te acaece y les acontece a cuantas/os se hallan a tu vera, o a tu alrededor, sin que te creas ni juzgues ni sientas el centro del orbe, es madre y maestra. Asimismo, cabe agregar, porque a su lado no desentona la fetén, que es una rosa entre espinas, y esta, a su vez, una pura contradicción. ¿Qué me ha llevado a escribir ese aserto y a dejar sentados tales pareceres sobre dicho asunto? Pues, además de que es el arranque del epitafio que ideó Rainer Maria Rilke para su tumba, una evidencia, y otra, y otra…, una lista de certezas irrefutables o rosario de verdades indudable y necesariamente válidas, ensartadas, en lugar de cuentas o cuentos (que, aunque tengan fundamento en la realidad, son embelecos, mentiras).

Quien el último martes del mes de noviembre, el pasado 28, viviera lo mismo que disfruté yo en Tafalla, junto a “los Luises”, y, de camino a Tudela, en el silencioso coche híbrido de Luis de Pablo, con él al volante, y quien hiciera lo propio u otro tanto, quien viviera cuanto gocé el primer martes del mes de diciembre, el pretérito 5, yendo de camino a Ázqueta, con Pío, Diana y sus nietos, Jordan y Ronald, allí, tanto en el cementerio, como en la casa de José Antonio Piérola y Asunción, “Asun”, y en la de Margarita, “Margari”, hermana de Jesús Arteaga Romero (JAR), llegaría, barrunto, a una conclusión parecida o similar a la que arribé yo, esta: si el martes fue el día de la semana dedicado al dios romano de la guerra, Marte, las vivencias ocurridas esos dos martes mencionados vienen a objetar esa creencia, pues fueron jornadas de amistad y, por ende, de paz y dicha a raudales, aun rememorando a personas fallecidas, que no muertas, pues esos seres, aunque hayan finado sus días en el planeta azul, la Tierra, no lo han hecho en nuestras mentes, donde siguen viviendo (y seguirán haciéndolo, mientras quienes los apreciamos sigamos vivos y recordándolos).

Dice el dicho popular que el hombre propone y Dios (si existe) dispone. Qué razón tiene esa paremia, ya que, a la causalidad, la consecuente toma de decisión de ir a comer a Navarrete, pasando previamente por Ázqueta, para visitar la tumba donde yace Pedro María Piérola García (PMPG), puede brotarle la casualidad. Yo, el pasado martes 5, lo comprobé. Me explicaré en los párrafos que siguen.

El sábado 2 de los corrientes mes y año, cuando me despedí de Diana y Pío en la tudelana Plaza de los Fueros, tras tomar un par de cañas con ellos en el Casco Viejo, quedamos en que el martes, a las 9 de la mañana, estaría en su casa para ir a Ázqueta con el propósito mencionado arriba, acercarnos a su camposanto para honrar a quien fue nuestro profesor en el seminario navarretano. Y hacia allí nos dirigimos en el coche de Pío los tres amigos y los nietos de Diana.

Cuando nos apeamos del automóvil en Ázqueta, nos acercamos a la iglesia, que estaba cerrada, pero escuchamos cómo tañían sus campanas (supongo que ese sonido estaba grabado y programado por ordenador, como eso ocurre en otros lugares). Pregunté por el cementerio del pueblo a una señora que vi tras los cristales, que abrió las puertas correderas de su balcón y me indicó que siguiera la flecha del mirador. De camino al camposanto, volví a preguntar por idéntico destino a un señor que vi en un alto, entre leña, y le di pormenores de nuestro propósito, visitar la tumba de PMPG, que fue educador nuestro (de Pío y mío) en Navarrete; y, al escuchar nuestra intención, se quedó sorprendido y enmudeció, pero, tras un pispás, reaccionó y nos dijo: “Esperadme un segundo, que ahora bajo”. Cuando llegó a nuestra altura, los admirados fuimos nosotros, cuando nos reveló que se llamaba José Antonio y era hermano de PMPG. Después de los saludos, departimos unos minutos con él y, en el ínterin, llegó su esposa, Asun, a quien, al principio, confundí con la hermana de JAR, Margari, a quien visitamos más tarde en su casa, tras echar un bocado en la de nuestros anfitriones, José Antonio y Asun. Margari me dio un inesperado e involuntario alegrón, cuando mencionó que había previsto tirar a la basura las revistillas de Navarrete, que aún obraban en su poder y había metido en una bolsa; y yo me vi agraciado con el premio Gordo de la lotería de Navidad, en la misma gloria, al llegar a tiempo de corregir dicho desastre o evitar dicho desmán, pues había estado buscándolas durante mucho tiempo. Las necesitaba para escribir una novela sobre mi cielo en la Tierra, que ocurrió durante los tres años que estuve en el seminario menor aludido. Mi alegría inicial quedó rebajada varios enteros cuando, mientras esperábamos a que José Antonio y Asun se pusieran guapos, pues habíamos decidido no ir a comer a Navarrete, dada la hora que era, y hacer dicho menester en un restaurante cercano, Pío y yo les echamos un primer vistazo a las tales y constatamos que había revistillas de los años anteriores y de los posteriores a mi estancia allí, pero ninguna de los años del 74 al 77, que eran las que a mí me interesaban y faltaban. Pero me he adelantado a lo que quería contar.

Cuando salimos del cementerio, José Antonio nos señaló los pueblos que, desde aquel belvedere, se veían y los que no. Si no marro, me fijé en que el panel que había a la izquierda (que había dos, supongo, gemelos), mirando de izquierda a derecha, el pueblo que quedaba más a la derecha era Arteaga.

Comimos en un mesón de Murieta, adonde llamó José Antonio para reservar mesa, cuando descartamos ir a Navarrete y, asimismo, que Asun prepara comida para el septeto inopinado (ya habían cumplido con creces, al ofrecernos un aperitivo, a base de jamón serrano, pan y vino, que nos supo a gloria bendita a los adultos, y Asun y José Antonio brindaron a los peques cocacolas y chocolatinas).

Luego, mientras Diana se quedó con sus nietos en el columpio que había en el exterior de la casa de Asun y José Antonio, este, Pío y yo fuimos a la de Margari. Tras los saludos y besos de rigor, para que no se olvidara, le pregunté en qué día y mes había fallecido su progenitor, Segundo, pues en el cementerio no había podido solventar la duda que acarreaba, al no hallar la información pertinente, al respecto. Deseaba saber cuándo vi por primera vez a PMPG en mi vida, vestido con el impoluto hábito negro, que portaba, cómo olvidarlo, la cruz roja en el pecho. En él vi una copia exacta del mismo San Camilo de Lelis. Y Margari disipó la duda. PMPG había ido a Tudela a solicitar la aquiescencia de mis padres en el verano del 72 (eran, por tanto, las vacaciones estivales) para llevarse a Javi a Ázqueta, que cantara en la misa de funeral de su padre, y luego él, PMPG, se encargó de traerlo de nuevo a Tudela. Mis padres no pusieron ningún reparo y mi hermano, al que le preguntaron, que en Navarrete formaba parte del coro, dirigido por JAR, tampoco.

Nota bene

Olvidábaseme de decir que en Ázqueta conocí el martes a un Sultán, vestido de negro, que, aunque poco, ladraba; que el cántaro suele ir tanto a la fuente de la vida que, al final, acaba por romperse en los brazos de la muerte (quien acuda a visitar la tumba de PMPG entenderá la metáfora); que si PMPG era un bendito, su hermano (que también estuvo estudiando en Navarrete y, del relato extenso que nos hizo de anécdotas, me veo en la obligación de referir, al menos, una, esta, que, como en sus años no disponían entonces de agua caliente, cuando se colocaban debajo de la ducha, acontecía una paradoja, pues salían antes de entrar) José Antonio (de casta le viene al galgo ser rabilargo; que, en este caso, quiere decir dadivoso) no le iba a la zaga; que Asun estuvo a la altura de las circunstancias, pues se portó con los peques como una segunda abuela; que Margari fue generosa, como, me consta, lo fueron sus hermanos Salvador y Jesús, ambos religiosos camilos, como PMPG; que las viandas y los caldos que nos llevamos al coleto, tanto en la casa de José Antonio y Asun como en el mesón de Murieta, nos resucitaron, pues fungieron de manjares o ambrosía y néctar divinos, como ocurre cuando se comparten con las personas que aprecias de veras, las conozcas desde hace medio siglo, un lustro o apenas cuatro horas; que cuando llegamos a Tudela, quise darle a Pío dinero, porque él había pagado la cuenta (yo les había invitado a tomar algo en la barra del bar, mientras esperábamos a entrar en el comedor, pero el responsable nos dijo que pasaríamos pronto, como sucedió; así que no pude hacerlo), pero no aceptó; ergo, solo le pude dar las gracias por todo, por haberme regalado otro día especial, otro martes pacífico, memorable.

Por tanto, insisto e itero, como de bien nacido es ser agradecido, a José Antonio, Asun, Margari, Diana y Pío, gracias, muchas gracias, por todo. Los renglones torcidos que anteceden son una párvula muestra de mi sincero agradecimiento.