Opinión

¿Cortafuegos se llama hoy la censura? (Parece aventurado hablar de tal)

o hay (yo, al menos, no conozco) un solo comentarista político, económico y/o social, de cierta solvencia intelectual y trayectoria, que no haya echado mano alguna vez en alguno de sus textos, sean o no periódicos, de la famosa frase que se le adjudica (acaso ocurra con la aún no dicha, pero que no tardaré en expresar, como con otras, que no le corresponden, en sentido estricto, pero, velis nolis, invariablemente, se le atribuyen) a Julius, “Groucho”, Marx, sobre la política: “es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar luego los remedios equivocados”. Dada la ironía, a espuertas, que acarrea, no me extraña nada (de nada) que esta, se demuestre que es suya o no, también se le adscriba o vincule al genio por excelencia del sarcasmo.

El susodicho y zahiriente proverbio marxista le viene, como alianza al dedo anular, a la iniciativa que se ha llevado a cabo, recientemente, en cierto servicio navarro, la red de bibliotecas públicas. Vaya por delante que desconozco cuál era el verdadero propósito de la medida, pero no ignoro alguno de los efectos colaterales o resultados de la misma, desastroso para mí, como usuario habitual de las mismas (sensu stricto, de la de Tudela). ¿Que por qué dejo escrito, negro sobre blanco, lo que he meditado a conciencia, tras valorar pros y contras, al respecto, y he urdido del modo más ecuánime o justo? Porque, desde ni sé cuánto tiempo (a ver, Ángel, haz memoria), al menos, he de remontarme al año 2002, ¡dos décadas!, todos los días lectivos he bajado (siempre que no estuviera enfermo o no hubiera tenido que acudir a alguna cita médica) a la biblioteca pública “Yanguas y Miranda”, de Tudela, sita en el número 14 de la calle Herrerías (donde, por cierto, Pilar, Luis y Teresa, los bibliotecarios actuales, me atienden y tratan estupendamente), a pasar a ordenador, en una de sus computadoras, cuanto había escrito a bolígrafo el día anterior en casa. Desde el año 2006, gestiono una bitácora en Periodista Digital, el blog de Otramotro; y todos los días, desde entonces, he escrito o, mejor, ha aparecido en ella/él algo nuevo, aunque no fuera más que una décima. En dicha bitácora han visto la luz más de seis mil textos, una legión, sí, que llevan mi firma (acompañada, a veces, por la de alguno de mis varios heterónimos). Bueno, pues a lo que voy. Hasta hace dos semanas, yo no tenía ningún problema para poder entrar en mi blog y operar con libertad en él, subiendo nuevos textos (algunos con mucha antelación sobre su fecha de publicación), haciendo correcciones o enmiendas pertinentes, etc. Desde hace quince días, no puedo hacer lo que hacía. Puedo acceder a mi blog, pero no puedo obrar en él (me sale un mensaje que dice que la página web, donde me hallo, “podría tener problemas o que se haya movido de forma permanente a una nueva dirección”); no me deja colocar ni siquiera una coma, que había olvidado poner en su debido sitio en uno de mis textos en prosa.

Y a mí, lógicamente, me nació colegir, de todo ello, una de estas dos posibles conclusiones, o el problema era de Periodista Digital o era del Gobierno de Navarra. Como yo, insisto (sí; ya sé que es la enésima vez, pero aún hay quien duda de que sea verdad), no tengo ordenador en casa ni acceso a internet (reconozco que soy raro, sí; solo confío, deseo y espero que me permitan seguir siéndolo), pero sí amigos, me busqué la vida para hallar una respuesta satisfactoria, convincente, a la pregunta que me atormentaba. ¿Quién me estaba poniendo óbices, trabas?

Hoy, sí, de manera fehaciente, sé que la culpa no la tiene ni se la puedo achacar a Periodista Digital. Tuve un problema otrora, pero se solventó. Desde entonces, hasta el lunes 9 de los corrientes, la cosa había ido como la seda, sin sobresaltos, ni molestias, ni inconvenientes, ni enfados, ni cabreos.

Mi perspectiva real, apodíctica, sobre el asunto en cuestión, es que me han dado un bocado a mis derechos (me han comido o restado capacidad de acción), me han hurtado la posibilidad de hacer lo que antes podía culminar y ahora no puedo. Y esa imposibilidad manifiesta de coronar lo que antes lograba sin esfuerzo me ha indignado sobremanera. Si, según el influyente economista británico John Maynard Keynes, “el problema político de la humanidad consiste en combinar tres cosas: eficiencia económica, justicia social y libertad individual”, aquí (¿no cojean dos de las tres patas?), en el tema que me ocupa y preocupa, más de uno (ella y él, ellas o ellos) ha metido la pata hasta el mismísimo corvejón (al menos, quien tuvo la idea; ¿de verdad, de la buena, persiguió el bien común?; y quien la llevó a presunto buen puerto o puso en funcionamiento; ¿se preguntó si era o no razonable, si era prudente o contraproducente, por los daños que pudieran ocasionar los efectos colaterales de tal medida?; a los hechos, que son los que son, innegables, me remito).

No encuentro una razón de peso para el cambio ni entiendo, por ende, la muda llevada a la práctica. Así se lo he hecho saber a más de un amigo y de ellos he recibido la misma y coincidente respuesta: te están censurando, Ángel, por todo el morro. Les he comentado lo que he escuchado en la biblioteca, que se han colocado cortafuegos. ¿Se llama a la censura de esa guisa? A mí me parece, por ahora, aventurado hablar de tal. Les he insistido en lo que me han asegurado, que los cortafuegos son positivos. Sí, pero me responden con esta pregunta: ¿para quién? Para ti, Ángel, no. ¿Quién se ha beneficiado y quién se ha perjudicado? Pregúntate lo mismo que se interrogó, en latín, Cicerón: cui prodest? Tú te has visto, por lo que me cuentas, perjudicado. Está claro, cristalino, que aquí no ha habido asesinato ni homicidio, pero yo me he sentido amordazado, como juzgo que ha quedado suficientemente expresado.

Si las cosas van bien, para qué cambiar el método, la mecánica, la dinámica. Ahora bien, puede que la/el representante político de turno crea que es conveniente que servidor vaya pensando en cambiar de papeleta o pareja política. Y puede que tenga razón.

Javier Cercas, en la página 6 del número 2.381, correspondiente al domingo 15 de mayo de 2022, de EL PAÍS SEMANAL, en el artículo que lleva el rótulo irónico de “Orgullosos de ser escoria” escribe: “no me canso de repetirlo: en la realidad como en la literatura o el cine, la forma es el fondo; una buena causa bien defendida es una buena causa, pero una buena causa mal defendida puede convertirse en una mala causa —y no hay peor instrumento con que defender una causa que la intolerancia puritana—: lo bueno llevado al extremo casi siempre se convierte en malo”.