Opinión

Manada

De niño me dijeron que tenía que aspirar a ser el mejor, el mejor en mi entorno, o en todos los entornos. Y dejé de intentarlo: ¡Qué agobio! ¡Qué frustración!

En aquel tiempo, la educación fue represiva y restrictiva. La autoridad, padres fundamentalmente, entorno familiar y social, no dejaban volar, no dejaban emerger iniciativas originales, creativas, rompedoras.

Había que ser “normal”, que era lo mismo que ser vulgar. Primaba la sumisión a la autoridad. Abortaban aperturas espontáneas en edades tempranas, sobre todo en ideas que se salían de lo establecido, teniendo en cuenta que, entonces, y casi siempre, había mucho por descubrir, cánones que romper de lo correcto políticamente, culturalmente y socialmente. Entonces, se consideraba un sacrilegio, una temeridad.

A veces, cuando decíamos algo en aquellos entornos represivos, se escandalizaban. Hasta yo me asustaba, preguntándome y pensando que tal vez había dicho una barbaridad.

- “!Pero qué dices¡”, exclamaban en tono agrio de reproche el entorno dominante.

Después me di cuenta que esa actitud en manos autoritarias y poco inteligentes, abortó eclosiones de ingenio y de utopías; rompían iniciativas. Con frecuencia, si insistías, no se conformaban con reprimir: decían, “eres tonto”, o “eres raro”, para frenarte.

Debías ser manada. Te educaban para ser manada. Solo consiguieron salir los no sometidos y los héroes. Fue una forma perversa de educar.

    Nunca debemos ser manada. Debemos pasar por el tamiz de la razón y de la reflexión las consignas del poder, para asumirlas o no. Además, siempre tienden a sobrepasarse para perpetuarse.