Opinión

El punto

Es difícil buscar “el punto”; no me refiero al punto G que ya, por viejo, lo tengo casi olvidado, sino a ese punto sobre el que flotan y sobresalen las futilidades, lo accesorio, los idiotas, la mentira, el merengue, los adornos, el plástico, los decorados de cartón piedra. Ese punto, desde el que el mundo se contempla con una clarividencia especial, como si por momentos o por unas horas, hubiéramos salido a esa superficie especial donde se percibe la verdad, sin los perifollos con los que habitualmente esta adornada nuestra vida cotidiana y la de la sociedad en la que nos movemos.

Ese “punto” está, agazapado, silente, en un lugar donde está resguardado por la paz, aunque a veces puede ser doloroso. En definitiva, donde reside la verdad. Es como esas imágenes de las profundidades del mar donde apenas hay vida, y la que existe no tiene prisa, solo existe.

Con frecuencia, intento removerme y encontrar ese estado, necesario para evadirme del entorno. No es fácil. Hay mucho fuego de artificio, mucho artefacto, mucho detritus. Pero cuando consigo coger “el punto”, sé que estoy en esa verdad, en lo que realmente me importa y me hace medianamente feliz.

También, ese punto, tiene el contrapunto doloroso de que, al salir de la rutina, aunque sabido, somos conscientes con dolor, de los manejos de los poderes políticos y económicos, que suelen ser los mismos, aunque a veces juegan a no parecerlo, y de que los demás, la mayoría, solo somos manada.

Ese “punto”, en la rutina nos enfrenta a la verdad, aunque sabido esto y cambiando de registro, nos acerca a los momentos más felices, que siempre son efímeros, pero que nos ayudan a vivir sin escafandra.

A pesar de todo, como ciudadanos no nos debemos aislar, tenemos la responsabilidad de intentar que este mundo sea cada día mejor, más justo, y de desenmascarar a los poderosos, independientemente de las siglas y hábitos con los que se disfracen.