Opinión

La visita de Yolanda Díaz al Papa

Los tiempos no son boyantes para los cristianos. Estamos siendo literalmente perseguidos y apartados de todos los foros. Hace algunas décadas, ser de izquierdas significaba que, entroncándose inherentemente con el movimiento obrero, se defendían mejoras en las condiciones de vida de los trabajadores y se apostaba por la defensa de la empresa pública. Si bien se daba un rechazo a la imposición de la moral católica y una defensa de la libertad sexual, el foco de las políticas progresistas se colocaba en combatir la explotación del hombre por el hombre, expresión que el actual progresismo considera machista y poco inclusiva. En la actualidad, el arquetipo de persona de izquierdas es alguien con estudios universitarios, que defiende los derechos del colectivo LGTBI+, feminista radical, que ante todo quiere ser funcionario público y que combate con auténtico frenesí la moral católica. Por otro lado, se están dando intentos de considerar la fe cristiana como un signo de escasa salud mental. De hecho, se refieren al Señor Jesucristo, a los santos y a los místicos como a psicóticos. De esta manera, creer, por ejemplo, en la inmaculada concepción de la Virgen María se considera síntoma de deterioro mental. Sin embargo, impera como símbolo del racionalismo la extravagante idea de que la mente humana puede abarcarlo, comprenderlo y descubrirlo todo, en tanto se descarta la dimensión espiritual de la existencia, en un claro ejercicio de soberbia que habría sonrojado a nuestros antepasados. En la actualidad, ser católico practicante no consigue para la persona un gran prestigio social, cuando además en la comunidad católica la política también entra en juego y existen individuos bastante agresivos que mientras tildan de hereje al papa, intentan cerrar las puertas de las iglesias a los que no comparten su ideología partidista. Socialmente, asistimos a un arrinconamiento consciente del intelectual, artista, cineasta, filósofo o literato católicos, barridos por la mayoría cultural progresista, que impone una dictadura de lo políticamente correcto, que condena la doctrina católica prácticamente a la clandestinidad. 

En este contexto, Yolanda Díaz ha visitado al papa Francisco y esa audiencia ha desatado las críticas de la derecha más colérica. Una dirigente del PP ha tildado de nuevo al Sumo Pontífice de comunista, algo que se está repitiendo con enorme frecuencia durante todo su papado. Si bien podría ser cierto que la dirigente podemita ha buscado ampliar el espectro sociológico de su posible votante, en una campaña mediática orientada a formalizar su candidatura a la Presidencia del Gobierno, también lo es que la religión cristiana desde hace muchas décadas no es ya exclusiva de la derecha, cuando del ultra liberalismo económico no lo ha sido nunca. Si nos detuviéramos a analizar las propuestas en política económica de la extrema derecha que se declaraba ultra católica, podríamos ver lo alejadas que se encontraban de la derecha actual. Así, Falange Española proponía la nacionalización de la banca y el Carlismo, que en Navarra tuvo tanto auge, se caracterizaba por su oposición al liberalismo y por su protesta ante el modelo de sociedad surgido de la primera revolución industrial.  Y es que el papa Francisco, lejos de ser comunista, defiende la doctrina social de la Iglesia, algo que a la oligarquía no le ha agradado nunca. Tal vez Francisco haya puesto el acento en el anticapitalismo de esta doctrina social, pero esto no quiere decir que se haya sacado de la chistera ese anticapitalismo. Así que, aunque Yolanda Díaz esté buscando ampliar su base electoral, su visita al papa no deja de ser valiente y supone una significación personal concreta, que ha de suscitar agrias críticas entre sus propias filas porque un gran sector de la izquierda, el del ateísmo militante, no desea dialogar con la Iglesia Católica sobre ningún aspecto de la realidad social, sino que busca directamente la destrucción de la religión cristiana. El intento de Yolanda Díaz no resulta tan populista como podría pensarse porque un amplio sector progresista de la sociedad española, pensemos por ejemplo lo que ocurre en Pamplona (donde todos los partidos, excepto Navarra Suma, han reprobado oficialmente a la institución eclesiástica católica), más que intentar atraerse el voto cristiano, lo que busca es combatir a la Iglesia denodadamente.