Opinión

Ramón Tamames se convirtió a VOX

Hace aproximadamente un año, Vox presentó una moción de censura al presidente del Gobierno español y fue Ramón Tamames, economista reputado y exdiputado por el PCE, el candidato propuesto para sacarla adelante. La importancia social que cobró en la Transición que un intelectual de su talla y reconocimiento defendiese el ideario eurocomunista fue enorme. El Eurocomunismo nació en Italia en la segunda mitad del siglo XX cuando el PCI se erigió como el principal partido de izquierdas, capaz de ganar las elecciones, aunque ese hecho no se llegó a permitir porque los poderes fácticos alegaban que la República Italiana era miembro de la OTAN.

El Eurocomunismo se basaba, grosso modo, en defender y aun ampliar el sector empresarial público, promover los sistemas sociales públicos, incrementar la protección de los trabajadores precarios e incidir en la intervención del Estado en la economía, pero simultáneamente aceptaba sin ambages la pluralidad política y las libertades, el modelo de economía de mercado aunque buscaban darle una cara social, e incluso la Monarquía parlamentaria, apostaba por colaborar con la Iglesia Católica y con otras instituciones tradicionales; de hecho, reivindicaban como parte de su bagaje la Teología de la Liberación, que tuvo una clara participación en la fundación del sindicato CCOO, hermanado con el PCE. Para ello este partido había realizado una dura crítica del estalinismo y renunciado al leninismo, a causa de que Lenin fue el fundador de la URSS, es decir, que se dejaba atrás la pretensión aberrante de imponer una dictadura del proletariado. Que ahora los actuales dirigentes comunistas hayan retomado el leninismo es simplemente una decisión absurda; no hay nada más que añadir sobre eso.  

Cabe preguntarse qué ha pasado para que un profesor cuyos libros forman parte del temario de las universidades españolas haya dado un viraje tan acusado hasta el punto de haberse postulado como candidato a liderar un Gobierno por parte de Vox, partido que se identifica habitualmente con la extrema derecha. Sin embargo, este fenómeno no es nuevo. Hace ya muchos años que venía ocurriendo que en Francia los hijos de los comunistas votaban a Le Pen.  Esto tiene unas razones muy claras.

En primer lugar, la izquierda ya no defiende al obrero tradicional, sino que se vuelca en reivindicar los derechos/privilegios del funcionariado. En segundo lugar, el obrero tradicional era un tipo rudo, capaz de aguantar condiciones muy duras de vida y de trabajo, y este estereotipo no comulga con el auge del LGTBI+ ni del feminismo radical, principales banderas de la izquierda actual, porque aquel proseguía con el modelo de familia convencional. En tercer lugar, la izquierda tradicional achacaba los males del proletariado a los capitalistas, pero en la actualidad la llegada masiva e incontrolada de migrantes ha destrozado los logros de los obreros autóctonos.

Por otro lado, no podemos dejar de constatar que las huelgas actuales buscan privilegios y que inciden en dañar a las empresas del modo más despiadado posible. Además, las Pymes no son lideradas por personajes barrigudos vestidos con levita y chistera, que fuman un habano mientras recaudan grandes fortunas, sino que los pequeños y medianos empresarios las pasan canutas para sacar a flote sus empresas y para llegar a fin de mes en muchos casos.

Otra razón es que sobran parlamentos autonómicos en España, porque simplemente se tenían que haber respetado los derechos forales e históricos y particularidades de algunas regiones, pero nunca se tenía que haber programado un café para todos, un error histórico que cuesta al Erario Público una ingente fortuna todos los años, y que crea unos privilegios entre la nueva casta política inasumibles para la ciudadanía. Y no se respeta el principio de autoridad. Verbigracia, hemos podido percibir que los guardias civiles asesinados en las aguas del Estrecho disparaban al aire al ser arrollados por los narcotraficantes porque con total probabilidad tienen esa orden. Eso no puede ser así de ninguna manera. Más allá de buenismos, cuando un policía ve que un delincuente le agrede, debe poder disparar a matar si es necesario.