Opinión

La petición de perdón de la Iglesia

La Iglesia Católica, con el papa Francisco ocupando el escaño de San Pedro, ha pedido perdón sentidamente a las víctimas de los abusos cometidos por religiosos y educadores católicos. Lo ha hecho en diferentes momentos y desde diversos estamentos, llegando a casos muy concretos, como el del Colegio del Puy de Estella/Lizarra. De no haber realizado este ejercicio de humildad y de penitencia, la principal institución eclesiástica habría perdido un grandísima parte de su credibilidad ante los creyentes del mundo entero porque la magnitud del pecado ciertamente parece tremenda. Y no podemos olvidar que existen muchas personas de buena voluntad que rechazan el catolicismo por culpa de estos escándalos y que abrazan ideologías erróneas por lo mismo cuando buscando la verdad no la encuentran en la Iglesia. Pedir perdón implica reconocimiento de la propia culpa, lo cual no es fácil porque requiere de autocrítica y de capacidad de ver el mal en el propio ojo, algo que suele resultar extremadamente difícil para muchas personas que siempre piensan que obran correctamente, como ha podido ser el caso de muchos religiosos y educadores católicos, cuyos castigos a niños supuestamente rebeldes, traviesos o simplemente diferentes iban revestidos de una carga de soberbia nada desdeñable, de una pretendida superioridad moral que no se podía poner en entredicho por los demás cuando la Iglesia se había estado confundiendo y mezclando durante siglos con el poder civil. Solamente con la llegada de la democracia y con la separación entre Iglesia y Estado se ha podido cuestionar la autoridad moral de los religiosos y educadores católicos pese a que sus castigos muchas veces habían consistido en abusos a los educandos, sexuales inclusive. Esto no quita para que también percibamos un porcentaje de acusaciones falsas, provenientes de un sector antirreligioso concentrado en el ateísmo militante, lo cual no supone una negación de esos abusos, que indudablemente se han cometido, causando un dolor y un perjuicio tremendos en muchos niños y adolescentes que luego han arribado al mundo de las drogas, de la marginalidad y de la delincuencia, incapaces de escapar y de superar esos traumas. Esta petición de perdón por parte de la Iglesia Católica marca el camino de reparación que ha de sanar a muchas personas y que ha de impedir que se vuelvan a producir nuevos casos. 

De esta manera, podemos afirmar que con total probabilidad las autoridades eclesiásticas han puesto los cimientos para una nueva Iglesia, que en un plazo razonable habrá conseguido superar el tremendo escollo de los abusos a menores. Esto no es en absoluto baladí porque esos abusos la han dejado muy tocada. Se trata de un auténtico resurgir del pozo más hondo y más oscuro. En absoluto estamos negando que las víctimas hayan de ser las protagonistas de este proceso, pero el mundo y la humanidad necesitan a la Iglesia de Jesucristo, como principal valor y sostén de la verdad revelada por la Divinidad. De hecho, el mayor logro sería que fuesen las víctimas las que se sintiesen acogidas y reconfortadas por la religión cristiana y que viesen paliado y remediado su dolor y sus traumas ante la cruz de Jesucristo, en una identificación devota con quien sufrió también las mayores vejaciones y malos tratos, y la descomunal injusticia de morir en la cruz siendo el Hijo de Dios cuando esta ejecución estaba reservada en aquella época a criminales abyectos. Al parecer, los teólogos judíos, a pesar de que reconocen y se dan cuenta de que los profetas del Antiguo Testamento anunciaban el suplicio del esperado Mesías, aducen que no pueden creer que Dios reservase una muerte tan ignominiosa para su hijo amado. Sin embargo, sería precisamente en Jesucristo crucificado donde el tremendísimo trauma de los abusos sexuales encontraría un consuelo pleno y una sanación cierta. Le toca a la Iglesia ofrecer ese poder de sanación a sus víctimas y esta labor ya se ha iniciado con el reconocimiento de su culpa y la petición de perdón realizada por las autoridades eclesiásticas, con el propio papa a la cabeza. El papado de Francisco, tan conflictivo y controvertido para muchos fieles católicos, está suponiendo un verdadero bálsamo de salvación para toda la Iglesia.