Opinión

El cambio no vino para quedarse

A causa de una profunda crisis económica que afectó a la mayor parte de los países occidentales, en 2015 se produjo en Navarra un hecho político insólito: los partidos de la oposición al pacto UPN-PSN, que se había mantenido muy estable a lo largo de varias legislaturas, lograron el Gobierno. No se puede negar que aquel cambio generó una poderosa ilusión en un sector social que se había visto relegado a la oposición sin poder remediarlo. Han transcurrido siete años de aquello, el Cambio todavía permanece aunque con otro formato y ha llegado el día en que los líderes que lo han protagonizado dan muestras de desfallecimiento tanto en sus intervenciones parlamentarias como en sus comunicados y apariciones en los medios de comunicación. Es muy posible que estemos asistiendo a los últimos estertores de un fenómeno político que llevó en la legislatura 2015-19 a un partido político heredero de los terroristas a integrar el Gobierno foral y que aún hoy resulta necesario para que los partidos que forman la coalición gubernamental saquen adelante sus leyes. 

Podemos ir ya analizando cuáles han sido las claves de aquel Cambio que tanta desilusión y frustración ha generado en amplias capas de la sociedad navarra. En primer lugar, hay que subrayar que la inmoralidad se ha institucionalizado y se ha proyectado hacia la sociedad verticalmente desde arriba hacia abajo. La equiparación que se ha pretendido efectuar entre las víctimas del terrorismo etarra, que ha carecido siempre absolutamente de legitimidad política, y las bajas que ha causado la acción policial que luchaba contra ese terrorismo ha rebajado el nivel moral institucional hasta el punto de que las propias instituciones públicas, un hecho realmente lamentable, han afrentado y vilipendiado a las asociaciones de víctimas del terrorismo y a sus familiares asesinados: militares, policías, políticos, periodistas, empresarios o simples ciudadanos de a pie, con esa equiparación injusta y arbitraria. En cuanto a la promoción del euskera, que demandaba un sector numeroso de los navarros, ha resultado un fiasco tremebundo, ya que se ha basado en la imposición, en la arbitrariedad y en la falacia de pretender que este idioma prerrománico se debería hablar en zonas donde nunca se ha hablado, como en la Ribera de Navarra, en cuyas localidades no existen vestigios de la existencia de vascoparlantes nativos, más allá de algún resto celtibérico que podría asemejarse a los de cualquier región de la Península Ibérica. Ha sido el propio TSJN el que ha tenido que poner freno a algunos despropósitos de las políticas lingüísticas abertzales, como ocurrió con la imposición del euskera en los colegios de Pamplona, cuando Bildu ostentaba la alcaldía. Y esto en el contexto de una enorme hipocresía porque en los euskaltegis para adultos en cuanto el alumnado abertzale localiza a algún compañero constitucionalista vulnerable le hacen la vida imposible para que no pueda proseguir con sus estudios de la lengua vernácula navarra. Por lo tanto, ha sido el propio vasquismo el que más defraudado se ha sentido en Navarra con el Gobierno abertzale. Una cosa es apreciar y/o compartir la primigenia identidad vascona de Navarra y otra muy diferente realizar una política sectaria, radical y excluyente que oprima a una mayoría amplia de navarros que se siente cómoda en España.  

Lo que sí parece que está progresando es cierta moral progre, contra la que resulta políticamente incorrecto postularse. En este sentido, ahí tuvimos el Skolae, intento fallido de adoctrinar en la ideología de género desde la primera infancia a los niños navarros. Como solo cabe alegrarse, nada que decir contra que fuese un fallo de procedimiento lo que tumbó a ese proyecto, salvo el asombro que produce que quienes se dedican a legislar cometan fallos tan garrafales. Sin embargo, la ofensiva progre continua y muchos nos tememos que, lo mismo que hace unos años estuvo de moda que los chicos se dejasen los pelos largos y fumasen porros mientras escuchaban a Barricada, ahora les dé en plena adolescencia por cambiarse de sexo sin que sus progenitores puedan intervenir. Y del mismo modo que en aquella época, cuando con la edad llegó el buen juicio hubo que abandonar el modus vivendi pernicioso del rock and roll, hacer caso a los padres, dejarse de zarandajas y ponerse a trabajar y/o estudiar, ahora puede llegar el arrepentimiento y la superación de esa fase de fascinación por un ambiente desconocido. Ahora bien, ¿cómo se revierte una operación de cambio de sexo? ¿Y a quién se le reclama cuando los poderes públicos no han velado por el bien del menor?