Opinión

El increíble espectáculo de resbalar en la nieve

Hace unos años, estando en la facultad, me di un costalazo bajo el puente de la Avenida Navarra. Entonces no era consciente de que los gestores de la administración pública jugaban conmigo como si fuera un león de circo.

Apenas habían pasado dos horas desde el amanecer, teñido de blanco y fantasiosa aura bucólica en forma de nieve, cuando Ana Beltrán, presidenta del Partido Popular de Navarra y portavoz parlamentaria de esta formación en la cámara foral, lanzaba sus primeros reproches al Gobierno de Navarra y al Ayuntamiento de Pamplona por el caos generado a causa de la fría e invernal invitada.

Uno de los aspectos más reivindicativos y transgresores de la nota de prensa de los populares navarros radicaba en la calificación de espectáculo de un fenómeno que muchos, hasta ahora, considerábamos poco original en estas condiciones climatológicas. "Nos estamos encontrando con espectáculos increíbles, como viajeros empujando villavesas o gente resbalando por las calles", rezaba el comunicado. Hasta la palabra 'villavesas' le he dado un pase. Después, inevitablemente, mi cabeza me ha llevado al año 2007.

Ubiquémonos. Estudiando todavía en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Bajábamos a clase absortos ante el manto blanco que había llegado, al igual que hoy, de madrugada. Y en esas que a la altura de las escaleras que descienden desde la Avenida Navarra hasta la calle Universidad, por donde acceden al campus villavesas, coches, ciclistas y peatones, el 'gore-tex' de mi bota derecha (costaron una pasta las dichosas botas) decidió declararse en huelga y me di un costalazo de dimensiones bíblicas sobre las húmedas baldosas impregnadas de nieve derretida.

Entonces no era consciente de que aquello era un puto espectáculo y de que, además, los gestores de la administración pública jugaban conmigo como si yo fuera el pobrecito león del circo, exponiéndome a patinazos que vejaban mi dignidad como ciudadano. Yo creía, de corazón, que me podía resbalar. Y lo encajé con un aplomo increíble pese a las risas de mis acompañantes. No veáis cómo se descojonaron los cabrones. ¡Ay si les viese ahora!

Mi novia me ha avisado hoy, antes de salir de casa, de que me podía resbalar. Subiendo por la calle Trinquete, aquí en Tudela, incluso he estado a punto. Ahora, fríamente, me siento un cobarde. No somos los suficientemente beligerantes y tratamos con demasiada normalidad esto de la posibilidad de resbalarse en un día de nieve. Tenemos que aprender a defender nuestros derechos, nuestro derecho a no resbalarnos y a que un operario repela la nieve con modernísimas armas de última tecnología, con el martillo de Thor, con mayor ahínco, adelantándose incluso a la alquimia del cielo, bilocándose si es necesario. 

Desconozco cuántos quitanieves hacen falta en las carreteras forales para liberar al asfalto de la tiranía de los copos -el Gobierno de Navarra ha dicho que había disponibles 124- y desconozco también si los brigadistas (a los que tenemos que agradecer, al menos en Tudela, que despejaran de nieve las aceras con una pala) pueden multiplicar su ritmo de paladas por tres para correr más que la nieve. Lo que siempre me queda claro es que la nieve tiene ese encanto de villano de cómic con doble personalidad: es preciosa y pérfida al mismo tiempo. Desde la ventana es un placer contemplarla, pero sobre el terreno tiene una mala baba despreciable. Resbala, hace patinar las ruedas, genera atascos... y además se mete en política. Y ahora viene la riada...  

P.D. Si alguien se ha roto un hueso o se ha lesionado cayéndose hoy en la nieve, no pretendía ofenderle y le envío mi apoyo incondicional. ¡Maldita nieve!

Mikel Arilla
Periodista y afectado por la nieve