Como el curso de un río, la vida es un flujo imparable de acontecimientos. Unos positivos y otros negativos. E igual ocurre con la mente, cuyo flujo en este caso está compuesto por pensamientos y emociones. Si prestamos verdadera atención a ese flujo mental, nos daremos cuenta de que podemos observarlo (Simón, 2011).
¿Cuántas veces nos hemos dicho por ejemplo: “pero cómo puedo estar pensando esto”?, o “no sé por qué, pero me siento triste”. Esta auto-observación nos demuestra que hay un observador (yo) y un observado (mis pensamientos y emociones). Por lo tanto, si me identifico (si me apego) demasiado con lo que pienso y siento, viviré dependiente de estos elementos. Sin embargo, si entiendo (experimento) que “yo no soy lo que pienso ni lo que siento, sino algo que está más allá” (Martínez Lozano, 2007), no viviré presa de mis emociones y, por lo tanto, cuando éstas sean negativas, no me afectarán tanto como para impedirme la calma y felicidad diaria.
"El ‘tao’ nada hace, pero nada deja sin hacer”