“Versos del vuelo AA472”



UNO

Llueve a trazos finos de lapicera.

Abajo, sobre la acera, los hongos

negros son de sexo masculino,

ejecutivos semovientes bajo tantas varillas

con media hora ultrajada para el almuerzo.

El asfalto anegado exhibe traslúcido

un mundo idéntico, emborronado

al otro lado.

Yo, presa de las rejas acuáticas del ventanal,

me pregunto dónde estaría ahora

si no estuviera aquí mismo.


DOS

Si esta mañana de sol en rodajas

en que ha arribado una impostora

fingiendo ser una vez más la primavera

me bebiese toda el agua de la bahía

dejaría quizás de tener sed

de barcos que lleven donde,

por fin,

se termine el mar.


TRES

Olvídame.

Como yo me he olvidado el paraguas

en cualquiera de los lugares anegados donde

estuve ayer, el lunes, el año pasado.

Es incapaz de digerirme

el vientre metálico de este avión.

La azafata se ha negado a servirme

otro agua caliente con tus últimas palabras.

Y, aunque te resulte difícil de creer,

no llueve en el cielo.


CUATRO

Hace siete años que no me lo dices

pero yo escucho aún tu voz vacía

dictándome que me cuide del sol,

de la sombra, de los abrazos voraces del verano,

de la crueldad acelerada de mi bicicleta

y las atardecidas intrascendentes.

Los nudillos de la lluvia llaman

a los cristales de esta habitación

tres mil doscientos diez

en la que tú nunca has estado

ni yo volveré a morar.

Abro de par en par,

aguardo quince minutos

y, tras las luengas hebras del diluvio,

te susurro una vez más,

casi disueltos, mis pensamientos empapados.


CINCO

Desde la ventanilla de un boeing

siete tres siete

es fácil percatarse al fin

de que la luna es falsa.

Las demás confidencias

de esta noche extinguida

prometo deletreártelas

despaciosamente

si alguna vez retorno.