¿Quién no ha blandido la
pupilas
de los ojos en las páginas de
su libro?
y cual artífice falso, caligrafía
fina y tenazmente
las gotas
nítidas, rompiéndolas en
desgarros
como dinero irreal, sobre la
ceniza
de su propia indolencia,
vendiendo la palabra,
con propias egolatrías,
y ansias de poder -
seguridad,
vampiro emocional -
ladrón de vidas,
transformista de realidades,
versista que toma una flor,
exclamando,
pues mira que bien
¡huele dulce!
y los bálsamos se
zambullen
quebradizos sobre
sempiternos caminos,
exudando neumáticos en
las cunetas
de los certámenes literarios,
no hay sonrojo, ni pétreas
mejillas,
las sonrisas y los triunfos
centellean,
mientras los soles
achicharran
los rostros templados
de los parapetados poetas,
armados en sus barracas de
chácharas
con estanterías de papel
escrito,
y tornillos de tinta deslizándose
hacia la somnolencia
alquitranada,
fundiéndose en alhaja
de moreno zafiro,
para aclamar al vendedor de
versos.
¡Atención!
ya llega, sonriendo la suerte
del color azul de nuestras
ventanas.