Tudela

‘Orteguita’, un personaje singular

Orteguita era un hombre ya entonces entrado en años, delgado, menudo, habitualmente mal afeitado; se dedicaba al oficio de limpiabotas y vivía en casa de Julián Marín, el torero, que ejercía de su protector.

El cuadro, pintado por César Muñoz Sola, puede verse en la sala de juntas del Casino Tudelano
photo_camera El cuadro, pintado por César Muñoz Sola, puede verse en la sala de juntas del Casino Tudelano

Como recuerdo visual, guardo la imagen de algunos personajes que llamaron especialmente mi atención en aquellos años de niño, y que todavía los recuerdo. Uno de ellos fue Orteguita.

Orteguita era un hombre ya entonces entrado en años, delgado, menudo, habitualmente mal afeitado; se dedicaba al oficio de limpiabotas y vivía en casa de Julián Marín, el torero, que ejercía de su protector. Al parecer, Orteguita, había nacido en Alicante y recaló en Tudela después de “tirarse” como espontáneo en una corrida, creo que en el año de la inauguración de la plaza de Tudela, en la que toreaba Domingo Ortega. Por lo visto, había sido o había intentado ser torero y, ese intento frustrado impregnaba todavía toda su vida: su forma de andar era orgullosa, estirada, con los talones levantados como el que sale de una suerte después de rematarla; su figura tenía cierto empaque, cierto señorío, inclinado siempre hacia un lado, creo que al derecho, como si estuviera dando un eterno derechazo, o como si de tanto imaginarlos no pudiera ya vivir de otra manera; creo haberlo visto con frecuencia con las zapatillas y las medias de torear, zarrapastroso y mísero, pero de porte orgulloso y distinguido.

Los niños, crueles a veces, de lejos le espetábamos: “Oteguita matacabras”; era la mayor ofensa que le podíamos hacer; juraba, aceleraba el paso y se iba mascullando improperios. En ocasiones, no sé si espontáneamente o por los efluvios del alcohol, se marcaba unos pases a toros imaginarios jaleado por todos en unas faenas, que a mí, me parecían como a él que tenían mucho de arte y de verdad; los aplausos le hacían estirar aun más su figura y saludar al tendido con una sonrisa ausente, como reencontrándose con la gloria que tantas veces había imaginado. Después ya no supe que fue de él. El pintor tudelano Cesar Muñoz Sola, en una obra maestra, supo plasmar como nadie a este personaje.