Tudela

La cumbre

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Recostado con gesto altivo y con un regaliz negro metido entre los dientes de su sonrisa malévola, el Grinch miraba fijamente a Santa Claus. Su ‘álter ego’ justo delante de él, en el otro extremo de la enorme mesa rectangular. Era su sueño, la fantasía que tanto tiempo había aguardado. El gordito de rojo fumaba sin control el tabaco amargo de una vieja pipa, algo agitado, y estaba tan desconocido que hacía más de dos horas que no pronunciaba su característica risa. Santa devolvió la mirada a su archienemigo navideño y le lanzó una de sus habituales pullas.

– Cuando empezaste a tocarnos las narices en las Nochebuenas de América, yo ya llevaba décadas trabajando bajo marca registrada. Ni siquiera eres lo bastante creativo como para buscarte un traje propio. Para literatura posmoderna, amigo… El gorro te queda como un capirote…

– ¡Calma, calma! ¡Dejadlo ya, vosotros dos! –intermedió el Arcángel San Higinio, Alto Comisionado de la Navidad Cristiana– . Vamos a dejarnos de pamplinas, señores… A mí no me gusta su Navidad tan huérfana de fe, pero nos necesitamos…

Sus Majestades de Oriente acababan de llegar. Venían ataviados con sus ropajes habituales y majestuosos, aunque habían traído zapatillas de casa para estar más cómodos durante la asamblea. Todo indicaba que se alargaría durante muchas horas, probablemente días. Además de Santa, el Grinch, los Arcángeles y los Magos de Oriente, a la cumbre también habían sido citados representantes del Sindicato de Escritores de Autos de los Reyes Magos, miembros de la Cofradía del Sagrado Roscón de Reyes y la presidenta del Consorcio por el Mantenimiento y la Dignidad de los Abetos Navideños. Como miembros de excepción, aquellos que gozaban de voto con valor doble, allí estaban el Mayoral de la Compañía Mágica de la Estrella de Belén y el Espíritu Santo. Muy místico. No dejaba de murmurar en voz baja con los ojos cerrados y de agitar auras de luz sobre su cabeza. Pocos esperaran que hablara, más bien que revelara alguna ocurrencia.

El castillo checo de Karlstjen, abrigado por su imponente entorno, había sido consensuado como escenario de la reunión. Todo estaba en juego, todo. Cada uno de los asistentes, al igual que en la reunión de las Cinco Familias de El Padrino, pedía consejo a sus escoltas particulares. Ellos, no obstante, parecían actuar en otra película. Los pajes de los Reyes, el cortejo de Santa Claus, los duendecillos hiperactivos del Grinch…. Correteaban de lado a lado, llevaban a la mesa mistela, agua y pastas de mantequilla para hacer menos tedioso el cónclave y trataban de quitar hierro al tono trascendental que había adquirido. Comenzó a nevar y los copos asomaron a través de los enormes cristales de la sala principal.

"El Grinch se frotaba las manos. Santa Claus había pedido encarecidamente no invitarle a la cumbre, pero desde el Alto Comisionado de la Navidad Cristiana imperaron la piedad y la empatía"

Melchor tomó la palabra. En su opinión, la solución radicaba en recortar en ostentosidad. Gaspar y Baltasar apoyaban su exposición con elocuentes asentimientos, moviendo la cabeza graciosamente y al unísono.

– Considero, camaradas, que ya ha llegado la hora de practicar un poco el conformismo. En nuestro caso, de los 60 millones de cartas que hemos recibido de España y Sudámerica, el panorama es desolador. Absolutamente descorazonador.

– Nadie se acuerda de los que menos tienen, ¡nadie! Nadie ha pedido ceder regalos a ningún pobre crío sin recursos… ¡nos piden videoconsolas con packs de cuatro juegos, coches a tamaño niño con acabados que ya quisiera tener un Lamborghini! ¿Dónde ha ido a parar la solidaridad? Y, mientras tanto, nosotros tenemos cada vez más problemas para multiplicarnos y llegar a todas las casas… Debemos apretarnos el cinturón y contagiar al mundo de nuestra austeridad – añadió un irritado Baltasar.

El Grinch se frotaba las manos. Santa Claus había pedido encarecidamente no invitarle a la cumbre pocos días antes de la cita en el castillo, pero desde el alto Comisionado de la Navidad Cristiana imperaron finalmente la piedad y la empatía. Para el bichejo verde, la cita se presentaba como un escenario ideal mediante el que consumar su deseo vital. Aunque escucharía ofertas. Muchos de los allí presentes, sin duda, no guardarían reparo en ceder y hacer concesiones al malvado antihéroe. Los duendecillos de su séquito no paraban de llevarle pintas de cerveza a la mesa. Era el turno de los representantes de los Abetos, quienes también poseían importantes intereses ecológico-económicos que, naturalmente, pensaba desoír. Él tenía muy claro cuáles eran sus intenciones. Lo que estaba de moda, evidentemente, era la solidaridad. Sin ello no habría manera de jalarse un roscón. De modo que tenía que conseguir que todos esos costosos paquetitos que pretendía vender fueran rebozados en un cursilísimo envoltorio de paz y amor que los convirtiera en una inversión destinada a la rentabilidad a corto plazo… en fin, que lo que perseguía era darle la vuelta al cuento de Dickens y convertirse en un clon del avaro Scrooge pero a la inversa; esto es, parecer generoso para que las gentes confiasen en él y le llenasen los bolsillos. Así es la modernidad. O engañas o estás perdido.

Recibió a las coníferas con la más radiante de sus sonrisas. Alabó sus copas y su aroma. E incluso sus propiedades terapéuticas. Ensalzó las utilidades de la resina y, para terminar, las felicitó por pertenecer a una familia que, pese a poseer un gran número de variedades, mantenía una armonía sin tacha. A estas alturas los árboles se hubieran dejado prender fuego sin mover una aguja. Es más, hubiesen aceptado el suplicio cantando lo mismo que lo hacían los cristianos de Ben-Hur. De modo que manifestaron su adhesión por escrito a cualquier propuesta que el Grinch quisiera formularles pese a las protestas de los Reyes Magos, que se temían lo peor, y que tenían de su lado, como no podía ser de otro modo, a la Estrella. Esto incomodó un poco a los abetos, todo hay que decirlo. Porque ellos y la Estrella eran los únicos no vertebrados de la reunión. Y porque, puestos a reñir, llevaban las de perder por ser inflamables.

La Estrella traía la lección bien aprendida. Su labor era la de ejercer de guía y, por tanto, si rompía la baraja poco quedaba por hacer. Disertó durante horas (eso satisfizo a los abetos) acerca de los nefastos comportamientos de la raza humana para con el medio ambiente. Al paso que iban las cosas, clamó con su voz chillona y amarilla, ellas acabarían ocultas entre la nebulosa compuesta por gases, humos y chatarra espacial. Y no estaba dispuesta a consentirlo. De modo que, solidaridades aparte, o el Consejo se ponía las pilas y dejaba de repartir juguetes hechos con material contaminante, o ella se borraba del club y los Reyes Magos ya podían ir pidiéndose a sí mismos un mapamundi apañadito a la espera de que se inventase el GPS. Porque lo de pegarse semejantes palizones cada invierno estaba a punto de acabarse. Y luego ese sindiós (con perdón del auditorio) de andar todo el tiempo prendida de alfileres y colgando de los dinteles de los portales de Belén, al lado del Ángel, que era un engreído que se creía que sólo por tener alas ya podía robarle el protagonismo… En fin, que estaba hasta el gorro, dijo antes de retirarse del estrado. Y que, una de dos, o la congregación le metía mano al problema de la contaminación atmosférica y mandaban al paro al angelote, o ella accedía a las insinuaciones de la Osa Mayor, que llevaba milenios tirándole los tejos, y ahí se quedaban todos, compuestos y sin guía.

Una cerrada ovación acompañó el final de su discurso. Ovación que el Espíritu Santo acalló de inmediato al abrir su intervención:

– Queridos amigos -comenzó- No dudo de que los argumentos de la Estrella son irrebatibles, pero seamos razonables… En estos tiempos que vivimos la necesidad de adaptarse a las circunstancias es una cuestión indiscutible. Cierto es que el cambio climático nos ha llevado a una situación que ha de ser evaluada cuidadosamente. Pero no es menos verdad que no debemos permitir que estas contrariedades den al traste con tradiciones milenarias. Y mucho menos con la ilusión de millones de niños en el mundo que esperan la llegada de esta noche durante trescientos sesenta y cuatro días. Yo, sin ir más lejos, y desde mi condición de paloma, me siento directamente afectado por el cambio climático, pero el hecho de ser integrante de la Santísima Trinidad, organismo que agrupa a tres identidades dentro de una misma entidad, soy consciente de que el entendimiento es necesario para que la sociedad avance. Y os aseguro que una generación carente de ilusiones es una generación traumatizada. ¿Y qué hay en el mundo más ilusionante para un niño que los Reyes Magos?”

– ¡Asqueroso plumífero papista! –bramó Santa– Se te ve el plumero desde un “sembrau”. Siempre tirando para casa, como si los Reyes, por el hecho de ser reyes tuviesen el monopolio de la ilusión. Para empezar ninguno de vosotros posee como seña de identidad mi simpático ho ho ho, que todo el mundo intenta imitar, Eso sí que es llevar ilusión.

Tuvo que ser, de nuevo, el “pacificador” Arcángel San Higinio el que alzó su voz, mientras abría las alas de par en par, el que pidió un poco de sosiego, solicitando que se siguiese el orden del día:

– Hay dos temas que han saltado a la palestra de la cumbre y no debemos meternos en peleas barriobajeras, aunque algunos (miró sin ningún disimulo al Grinch) disfruten e incluso provoquen continuas peleas. Estamos hablando de SOLIDARIDAD y de ECOLOGÍA. Por lo tanto, centrémonos en el tema y seamos comedidos en nuestras argumentaciones.

Se hizo un silencio opaco, algunos incluso bajaron la cerviz, pero todos asistieron. A excepción, claro, del Grinch, al que no le gustaba el orden ni la corrección. Por eso, con el fin de que la cosa no se pusiese sería, gritó, mientras entrechocaba un cucharón con una enorme tapadera:

– ¡Hora de comer!

Por primera vez, todos sonrieron ante una propuesta del Grinch, cosa que no le sentó nada bien, pues era de esos tipos que se crecen con el abucheo y que sólo son se sienten felices en el territorio de la provocación. El caso es que todos pasaron al Gran Salón de Karlstjen, donde el Mayoral de la Compañía Mágica de la Estrella de Belén había colocado estratégicamente unos cartelitos para que cada uno se sentase donde menos conflictos pudiese provocar. La comida fue, lógicamente, a base de productos ecológicos traídos expresamente de “la Mejana”, una huerta del sur de Navarra, un Viejo Reyno del norte de la denominada Hispania por fenicios y romanos. Alcachofas, espárragos, cogollicos y cardos fueron los aperitivos de entrada al plato estrella conocido como “Menestra tudelana”. No faltaron excelentes vinos y aceites, traídos desde la misma tierra, e incluso se sacaron una costillicas asadas al sarmiento, pues Santa Claus y Gaspar dijeron que “el traje les venía grande y convenía rellenarlo”.

"O el Consejo se ponía las pilas o la Estrella de Belén se borraba del club y los Reyes Magos ya podían ir pidíendose a sí mismos un mapamundi"

Tras terminar, pasaron de nuevo a la mesa de reuniones para retomar sin falta el tema, pues quedan escasas horas de sol y, aunque renos, camellos y otros trasportes mágicos eran veloces, no era cuestión de regresar tarde a las respectivas mansiones. Las miradas se dirigieron de nuevo al Arcángel San Higinio quien, tras carraspear un poco, retomó el discurso con absoluta seguridad:

– Como decíamos hace un rato, vamos a llevar ILUSIÓN a todas las infancias del mundo. Pero con regalos ECOLÓGICOS Y SOLIDARIOS. ¿Recordáis aquel anuncio en el que un niño, tras abrir el paquete de regalo, gritaba emocionado “¡Un palo, un palo!”? Pues ese debe ser el camino. Por lo tanto, tenemos que elegir los materiales ecológicos más adecuados y poner un precio máximo no muy alto a los juguetes para que lleguen a todos. Después, que cada cual tire de imaginación para los diseños.

Todos menos el Grinch asintieron y esta vez la ovación fue tan estruendosa que llegó a escucharse en el villorrio que distaba un par de millas del castillo de Karlstjen. El abeto se sentía especialmente feliz, pues aseguró que “el palo” del anuncio fue de una rama que se le desprendió.

Se preparó una urna para que cada uno de los asistentes a la cumbre anotase anónimamente en una papeleta los “únicos materiales ecológicos” que se iban a emplear en la fabricación de juguetes y, una vez realizado el recuento por el más joven de los asistentes, a saber el Cofrade Mayor del Sagrado Roscón de Reyes, se anotaron dentro de sendos sobres lacrados los materiales ganadores. Sobres que sólo deberían abrirse al llegar a los respectivos destinos.

Las fábricas no tardaron en ponerse en funcionamiento; pero, eso sí, los materiales ecológicos fueron mantenidos en secreto. Bueno, no demasiado en secreto, porque mientras los derivados del petróleo, la siderurgia y los componentes electrónicos perdían valor día tras días, el barro y las cañas empezaron a cotizar al alza en los Mercados de Valores de todo el mundo.

Mieltxo Apastegi, Inma Benítez y Pepe Alfaro