Opinión

Nueva Navidad

La palabra “familia” se introdujo en el lenguaje para referirse al conjunto de esclavos y sirvientes que realizaban sus tareas en una casa grande y en sus aledaños, a satisfacción de sus dueños.

En el devenir de los tiempos, el término familia se ha desplazado para incorporar a los miembros convivientes de una casa ligados entre sí por lazos de sangre o amorosos, centrando en dicho grupo doméstico los apegos más precoces y los respaldos afectivos más sólidos.

Por este motivo, las grandes celebraciones culturales más ligadas al fondo de lo vivido en los seres humanos se localizan en la casa familiar para crear raíces profundas en las que sus miembros se puedan asentar. Tal es el caso de las Navidades, en recuerdo de un niño pobre, aparentemente insignificante, nacido en un precipitado viaje de sus padres, acogido en una humilde cuadra de un pequeño pueblo. Para los creyentes Dios encarnado, para los incrédulos un peculiar personaje histórico.

Ateniéndose al relato bíblico, Carl Jung, uno de los dos primeros discípulos más significativos de Freud, insistía en uno de sus libros en que Dios, el Dios que celebramos en nuestra fiesta muchas veces paganizada de navidades, “solo acampa en establos vacíos”. Es decir en personas que no almacenan en su ser profundo envidias, odios, individualismo ni injusticias y dejan su espacio libre para llenarlo de amor y paz.

Este año, la pandemia nos ha enseñado a alejarnos de lo exterior y a recogernos en lo interior, en nuestro hogar y en nuestra intimidad, movilizando nuestro espíritu y cuestionando nuestro futuro.

Desde el bienestar de nuestra casa, debemos mirar en derredor. Veremos “colas de hambre”, ancianos solitarios en sus hogares o en residencias, inmigrantes que desconocen a qué país pertenecen, nuevos pobres que no saben cómo moverse en su nueva condición y otros muchos dramas que nos hablan de pobreza, de crueldad, de ausencias y de muerte.

Por todo ello, estas fiestas deben ser para muchos de nosotros las navidades más plenas y sanas de todas las vividas hasta ahora. Confinémonos en casa controlando la infección y, desde ella, derrochemos nuestra humanidad a todos los que nos necesiten. Hace falta, a día de hoy, mucha ternura, acompañamiento, paz rebosante, enorme alegría y también dinero, regando todo lo que nos rodea. No va a resultar difícil encontrar gente sedienta.

Solo falta apelar a tu ingenio, es decir, a tu imaginación e inteligencia, hecha vida para ayudar a los demás. ¡Feliz Navidad! Lo será.