Opinión

Un paso más allá del Covid-19

Lo que vemos

La situación en la que nos vemos ahora no tiene nada de excepcional. Ha habido infinidad de pandemias a lo largo de la historia de la Humanidad, pestes, gripes, SIDA, SARS-1, Virus Zica, MERS, sin mencionar otras como el sarampión o la tuberculosis. Las únicas diferencias pueden  radicar en la rapidez en su expansión, y el golpeo a escala mundial.

Lo que sí puede ser excepcional es la errática política de comunicación llevada a cabo por los gobiernos de todo el mundo, quizás por ignorancia o por mala fe. Cifras erróneas del R0 en la mayoría de países del mundo, sintomatología confusa respecto a una simple gripe, índices de morbilidad o mortalidad maquillados, etc. Lógicamente, a ningún gobierno le gusta adjudicarse muertes entre sus conciudadanos, ya que es sabido, que el lenguaje y las cifras se utilizan en la actualidad para reubicar bandos. Y es que los números se presentan como la única información real y verídica, pero susceptibles de ser manipulados.

El problema de  una pandemia viene articulado por dos vertientes, una natural  y otra social y debemos visualizar los puntos donde ambas vertientes se cruzan para obtener consecuencias. El SARS-2 (COVID19 en Europa) tuvo su punto inicial en los mercados de Wuhan, mercados conocidos por la venta de animales vivos y por su peligrosa suciedad. El virus encontró el caldo de cultivo propicio para pasar de unos animales a otros, y de ahí, al hombre. El procedimiento de contagio está por investigar. China, y concretamente Wuhan, es donde observamos el nodo donde conjugar lo antiguo y lo moderno, cruce naturaleza-sociedad en los mercados mal mantenidos, causa de la aparición de la infección, y un ultramoderno nodo industrial del automóvil, industria farmacéutica y telecomunicaciones.

China, Corea, Hong-Kong, Singapur, Irán, Italia… Un problema transversal lo convertimos en un cierre total de fronteras, como si la soberanía territorial nos fuese a librar de la maldición.  A pesar de las instituciones mundiales como OMS, ONU, UE, etc. son los “estados locales”, (España., Francia, Italia, Alemania, India. México o Australia) los que deben dotarse de instrumentos para eliminar la pandemia. Y entramos en la primera contradicción de la globalización, una economía  con sus procesos de producción completamente globalizados, no impide una política sanitaria de reinos de taifas en el mundo.

En poco tiempo pudimos comprobar que el COVID19 estaba poniendo a prueba nuestro sistema sanitario, político, económico y social. Según parece Asia tiene mejor controlada la pandemia que Europa.

¿Por qué ha sido más eficiente la lucha contra el coronavirus en Asia que en Europa o América? ¿Por qué ha sido más eficiente la lucha contra el COVID19 en el norte de Europa que en el sur? Países de Asia como Corea, China, Japón o Taiwán tienen una mentalidad autoritaria, la sociedad es menos renuente y mucho más obediente que en Europa o Norteamérica. Los asiáticos apuestan firmemente por la vigilancia digital. Se podría decir que en Asia las epidemias se combates además de con virólogos y epidemiólogos, con especialistas informáticos y el Big Data. En China hay 200 millones de cámaras de vigilancia provistas de técnicas de reconocimiento facial. El Estado sabe dónde estoy, con quién hablo, que compro, que vendo y hasta que voy a comer, ahora, incluso que temperatura tengo. Los teléfonos móviles y las tarjetas de crédito se convierten en instrumentos de vigilancia que permiten trazar los movimientos del cuerpo individual. El COVID19  he legitimado las prácticas estatales de bio-video vigilancia para mantener una cierta idea de inmunidad. Contestando a la segunda pregunta, sin duda que la forma de vida puede ser una explicación lógica. Las relaciones familiares en los países nórdicos son mucho más limitadas que en los países del sur de Europa. Los miembros jóvenes de esas familias nórdicas se independizan  a una edad muy temprana, y si bien no rompen los lazos familiares, son mucho más fríos en la continuidad de esas relaciones de parentesco. Esa independencia influye en la relación entre abuelos, padres y nietos siendo las visitas mucho menos esporádicas que en el sur. Tampoco se puede considerar un universal ya que Grecia como país del sur y mediterráneo ha superado con nota la crisis del COVID19.

Lo que con esfuerzo podemos ver

Creo que en lo expuesto anteriormente hay poco que debatir, son hechos, pero debemos de dar un paso más allá y hablar de conceptos de uso diario sobre los cuales reflexionamos poco.

Por difícil que pudiera parecer, lo que se está viviendo se podría resumir todo en una palabra, poder. Economía, política, sanidad, redes sociales, estados de alarma, mascarillas, respiradores, confinamiento, los aplausos y las caceroladas no son más que distintas técnicas a través de las que el poder gestiona la vida y la muerte de los individuos de una sociedad. Hemos pasado de una sociedad soberana a una sociedad disciplinaria hasta penetrar en el cuerpo individual, hasta somatizarse. Hasta convertir el cuerpo humano como símbolo de confinamiento. Todo acto de protección hacia unos miembros de la comunidad significa tener la autoridad de sacrificar otras vidas, todo ello en beneficio de la propia comunidad. Y lo hacemos priorizando recursos.

Y empezamos a hablar del concepto de inmunidad, antiguamente, inmune era el ciudadano exento de pagar tributos a la comunidad, hoy, este concepto ha migrado  del ámbito del derecho al ámbito médico. Las democracias occidentales, ya desde el siglo XIX, han construido el ideal de individuo moderno no sólo como blanco, masculino y heterosexual, también lo han idealizado como inmune, con la significación antigua de que no debe nada a la comunidad. Esta política de inmunidad ha continuado en Europa legitimando políticas migratorias como el Tratado de Shengen o las prácticas Frontex en el Mediterráneo. Observando las diferentes pandemias a lo largo de la historia bajo el prisma anterior, es posible elaborar una hipótesis expresando que: dime como tu comunidad construye su soberanía política y te diré que formas tendrás de afrontar las pandemias. ¿Nos estamos dando cuenta que las medidas de confinamiento, llevadas desde el ámbito político al propio individuo, son las mismas que utilizan los gobiernos para mantenernos inmunes frente a los considerados “extranjeros”? 

No debemos ver el virus como el típico complot para mantener las políticas autoritarias. Muy al contrario, el virus actúa a nuestra imagen y semejanza, no hace más que copiar las formas de gestión política que ya se utilizan en cada territorio. De ahí la hipótesis anterior, cada sociedad puede definirse por la epidemia que la amenaza y por el modo de organizarse frente a ella. 

Nuestra sociedad, ya antes del COVID19, está pasando de una sociedad escrita, orgánica e industrial, a una sociedad ciberoral, digital y de una economía inmaterial. De una forma de control disciplinario y jerárquico a una control mediático y cibernético. El cuerpo y nuestra subjetividad no se construyen en su totalidad en instituciones disciplinarias como escuela, fábrica, casa familiar, etc. sino a través de un conjunto de tecnologías digitales y de transmisión de información. Esta construcción afecta a la economía, recursos globales, redistribución energías renovables, longevidad, olvido del modo binario  de diferencia sexual y pasar a la aceptación de la diversidad sexual, un paradigma más abierto en el que la morfología de los órganos genitales no den por sentado la posición social desde el momento de nacer. Nuevas clases sociales, los que trabajan en casa y los que se ven obligados a trabajar con riesgo. Lo que está en el centro de debate es una amplia panoplia de situaciones en las cuáles deberemos de elegir que vidas serán salvadas y cuáles sacrificadas a nivel global. 

Llevamos más de 50 años redefiniendo las identidades y fronteras nacionales a base de muros y diques. Europa se construyó como comunidad inmune, abierta en su interior pero cerrada al Sur y a Oriente, curiosamente cerrada a sus almacenes energéticos, construyendo una falsa inmunidad. Nuestro cuerpo individual, espacio vivo y centro de producción y consumo se ha convertido en un nuevo territorio en el que las políticas de frontera que se llevan diseñando décadas se expresan ahora en forma de barrera y de lo llamado “distanciamiento social” 2 o 3 metros de distancia entre humano y humano. La frontera no es Ceuta, Melilla, Lampedusa o Lesbos, la frontera es mi mascarilla, es mi piel.

Conceptos como lugares y no-lugares desarrollados por Marc Augé,  han cambiado sus paradigmas. Para los trabajadores sanitarios los hoteles (no-lugares o lugares de paso) se han convertido en sus viviendas (lugares), nuestras viviendas como (lugares habituales donde vivimos) se han convertido en sitios donde no podemos ir para evitar que se contagie nuestra familia con el coronavirus. Para otros, la vivienda habitual se ha convertido en el nuevo centro de producción y consumo, perdón, ciberproducción y ciberconsumo. El nuevo sujeto no tiene piel, ni boca, ni se reúne, ni paga con dinero en metálico, no tiene labios, no tiene rostro, tiene máscara. Máscara física y máscara cibernética, correo electrónico, cuenta en Instagram o Facebook. No va a ser un individuo físico, sino un consumidor digital ya que nuestro espacio doméstico está hoy diez mil veces más tecnificado que lo estaba el último Apolo en 1973. Nuestros móviles se han convertido en nuestros carceleros y nuestras viviendas son las prisiones blandas conectadas al futuro.

Retos de futuro

Llevamos alguna década fantaseando con las imágenes de ciudades vacías y de cómo ciertos animales están volviendo a ganar espacio en calles de Melbourne o canales de Venecia. Me vienen a la memoria películas como “Contagio” o “Soy Leyenda”. No estamos sentados en la realidad del momento, sino en la hiperrealidad como un gran plano compuesto de redes sociales, información, imágenes, al que damos más veracidad que a lo ocurrido en el espacio-tiempo que vemos discurrir. 

En este paréntesis creo que debería redefinirse un nuevo “contrato social” expuesto por Rousseau siglos atrás. De hecho, creo que ya se está llevando a cabo, el neoliberalismo está dejando de tener la influencia creciente desde finales de los años 70. Hubiera sido difícil imaginar a Trump crear un amplio sistema de renta básica en los EE.UU. O en España, ha tenido que venir un virus para que a las personas dejen de ser abandonadas a su suerte después de un desahucio.  Estas medidas no sé lo que durarán, lo que es evidente es que no es el mismo sistema de recuperación que con la crisis financiera de 2008. No pueden durar mucho cuando los recursos son muy limitados.

Necesitamos afrontar las crisis climáticas, instalar nuevos valores que infieran en la economía un perfil social, conceptos de sostenibilidad que puedan mirar cara a cara al crecimiento capitalista. Sanarnos como sociedad significa inventar un nuevo sistema, una nueva comunidad más allá de políticas identitarias y de fronteras, significa poner en funcionamiento formas estructurales de ayuda planetaria. Debemos pasar de un cambio obligado por un virus a un cambio deliberado  y consciente para superar a los futuros virus.

Dicen que están surgiendo brotes verdes y que saldremos más solidarios y que esta pandemia cambiará a la humanidad, yo no lo creo. El capitalismo aprende de sus errores y en la lucha ideológica que se continúa librando van ganando los de siempre.