Opinión

El Vasco de la carretilla

S e acaba de rodar en Argentina la película Gora Vasco, dirigida por Roberto Arizmendi. Cuenta la vida de uno de los personajes más populares del país, llamado Guillermo Larregui Ugarte, más conocido como “El Vasco de la Carretilla”. Su fama arranca en 1935, cuando unos peones petroleros discuten sobre apuestas en un apartado rincón de la Patagonia. De pronto, Larregui afirma que es capaz de ir andando con una carretilla hasta Buenos Aires. Catorce meses después, tras tirar de los 160 kilos de su carretilla durante 3.423 kilómetros, entraba en la capital entre grandes recibimientos. “He llegado porque soy vasco y tenía que llegar. Había prometido hacer este viaje y lo hice”.

Larregui, que a la sazón tenía ya 50 años, acababa de pasar a la historia argentina. Ante el éxito obtenido, siguió con su carretilla hasta la frontera boliviana, 2.848 kilómetros, y luego hizo otros 1.085 kilómetros a Santiago de Chile. La prensa anunciaba sus llegadas y las comunidades vascas le preparaban recibimientos, como genuino representante del “vasco tozudo”, cuya fortaleza y tesón en el trabajo tanto se reconocía en América. Se le considera pionero en la financiación por sponsor y fue hábil en la utilización de la prensa como apoyo. A su llegada a los pueblos, con su perro Secretario, entre aplausos y ulular de sirenas, daba charlas, escribía artículos y vendía postales en las que siempre aparecía tocado con su txapela. Los teatros organizaban funciones en “honor y beneficio” de Larregui, “ejemplo magnífico de la energía y voluntad de la noble raza Eúskara”, donde no faltaba “el himno vasco Gernikako Arbola entonado con profunda y emocionante unión por todos los vascos presentes… la tradicional bota de Pamplona corrió de mano en mano”.

En sus entrevistas a la prensa descubre un habla peculiar: “Como buen vasco, sentí ansias de venir a América, y no es que en mi txoko me faltara de nada, pues con el pedacico de huerto en el que no escaseaban los pimientos, patatas, pochas y verduras, sin contar con la robadica que trabajábamos en el “Común” y los cutos y gallinas que nere ama cuidaba en el corral de casa tirábamos p´adelante. Pero este demonio de la aventura que llevamos todos los vascos encima me decidió embarcarme pá los Buenos Aires cuando todavía era un mocete…” El lenguaje navarro lo delata, porque Larregui, el Vasco de la Carretilla, símbolo de la raza en el Cono Sur americano e ídolo de todos sus paisanos, había nacido en el barrio de la Rochapea de Pamplona, el 27 de Noviembre de 1885 y como “vasco de Pamplona” se presentó en cientos de entrevistas. Cuando le preguntaban por el extraño origen de su raza solía contestar con socarronería: “Yo estoy con la idea que sostuvo mi padre. La cuna de los vascos es el Kurdistán. Puede que sea un error, pero lo decía mi padre que era vasco antes que yo…”

Por último, en 1943 llevó su carretilla 1.750 kilómetros, hasta las Cataratas del Iguazú. Allí, en uno de los lugares más paradisíacos de la tierra, decidió quedarse. Levantó una txabola y vivió los últimos 14 años de su vida. Murió a los 79 años, con una aureola de hombre libre y desprendido, capaz de cambiar de vida y levantar ilusiones colectivas con una simple apuesta, una carretilla y muchos pares de alpargatas.

Hay libros que tratan de su persona y calles y casas vascas que llevan su nombre. Y ahora una película. Su carretilla se exhibe en el Museo Histórico de Lujén y su txabola de latas de colores es uno de los atractivos turísticos del Parque Nacional de Iguazú.