Opinión

El lado humano de la crisis

La situación profesional de un individuo define su medio, su género de vida, sus comportamientos culturales”. A las palabras del sociólogo francés Alain Touraine nos atenemos, a la realidad que de ellas brota para comprender lo que en tiempos de crisis supone vivir con la amenaza del paro sobrevolando las cabezas de millones de trabajadores.

Las crisis económicas y sociales salen a la luz casi al mismo tiempo en el que sus consecuencias comienzan a afectar a las grandes empresas, a las instituciones, a los grandes proyectos de futuro. Es entonces cuando la sociedad en general percibe que algo ocurre, que algo no va bien desde el punto de vista organizativo, social o económico, cuando no democrático y lógico. Los más firmemente asentados en su estilo de vida observan ahora con recelo otro horizonte distinto al esperado. No obstante, para cuando las grandes firmas internacionales le ven las orejas al lobo la verdadera crisis social lleva tiempo introduciendo sus raíces y expandiendo sus ramas entre, paradójicamente, los que menos mandan y deciden, entre los que se limitan a salir del paso cada mes y que no son más que los que acaban por sufrir primero los excesos y errores cometidos por otros.

A día de hoy puede afirmarse que el trabajo, muy a pesar de lo ingrato que pueda resultar en algunos casos, es un elemento fundamental en la socialización o ubicación social de los individuos, sin mencionar la importancia recíproca, de ida y vuelta, que tiene sobre la estabilidad o desequilibrio psicológico del trabajador. El concepto de trabajo, en su acepción más generalizada, es entendido como el medio por el cual hombres y mujeres obtienen cada cierto tiempo lo necesario para vivir, para cubrir sus necesidades básicas, organizar su tiempo de ocio, para sopesar si es posible o no proponerse tan siquiera un avance dentro del grupo social al que pertenece, es decir, conseguir subir de clase y con ello lograr una mejor calidad de vida. Todo esto es así y resulta sencillo de comprobar incluso en uno mismo. Pero la estabilidad laboral o, por contra, el paro, trae consigo otras consecuencias sobre los individuos no tan evidentes que surgen en periodos de incertidumbre económica y social. La amenaza del desempleo irrumpe en la vida de los trabajadores que, aún a expensas de una serie de factores objetivos y subjetivos, sabrán hacerle frente con mayor o menor fortuna. Qué decir tiene que la posibilidad de quedarse en el paro no es lo mismo para una persona joven, aún cuando esta tenga cargas económicas o familiares, que para un adulto que lleva años trabajando en lo mismo, que nunca ha llegado a plantearse un cambio laboralmente hablando y esperaba continuar en la misma empresa hasta el día de su jubilación. Una de las propuestas que se ofrecen a la masa de parados es la de la formación académica, el reciclaje de los conocimientos adquiridos años atrás, la puesta a punto mientras llegan tiempos mejores. A pesar de la utilidad que la adquisición de nuevos conocimientos supone, la alternativa formativa no evita la frustración que el trabajador pueda sentir, más teniendo en cuenta que lo que en realidad necesita es un trabajo medianamente estable para cubrir los gastos que su actual estilo de vida requiere.

La ruptura con la rutina, la estabilidad económica, la búsqueda de otro empleo y la consiguiente adaptación al mismo, el miedo por una movilidad social descendente nada deseada... Con situaciones como estas cabe esperar que el equilibrio psicológico del individuo acabe por alterarse, equilibrio necesario tanto para sobrevivir al estrés de cada día como para desempeñar sin desajustes evitables las tareas laborales. Las posibilidades de cometer un fallo o de sufrir un accidente laboral, aumentan; de hecho, crisis y siniestralidad laboral van de la mano, como lo puede ir un descenso de la calidad productiva o un aumento de la conflictividad interna entre los trabajadores.