Opinión

España descentrada. Desequilibrio y degradación democrática

Al hilo de la situación política actual, voy a retomar algunas reflexiones de un escrito reciente, "Oscurantismo difuso y oportunidades perdidas", para desarrollarlas un poco más y que sirvan de complemento al mismo. Creo que lo esencial ya estaba apuntado y parcialmente desarrollado en ese escrito por lo que en estas reflexiones adicionales intentaré repetirme lo menos posible. De esta manera se completa también un proceso de reflexión sobre estos temas comenzado en el año 2016. 

El título hace referencia a la habitual carencia de centro que predomina en la política española y de las consecuencias de la misma. El problema tiene más de 40 años, tras la salida del gobierno en 1982 de la UCD, un partido en el que convivían diferentes ideologías pero predominaba una actitud centrista y que permitió el desarrollo de una primera fase de la modernización del país, desde 1977, que después quedó incompleta. Aunque los sucesivos gobiernos han aportado cosas importantes en esa dirección, lo cierto es que la carencia de centro ha provocado en las últimas décadas importantes desequilibrios a nivel político, que se han manifestado a través de múltiples síntomas, que han ido acompañados de un proceso de progresiva degradación del sistema político y democrático. 

Como mencionaba en el escrito anterior, lo más significativo de las últimas elecciones no fueron los partidos que se presentaban a las mismas ni sus respectivas propuestas, por llamarlas de alguna manera, sino la ausencia de un determinado partido (Cs), al ser el único que representa en estos momentos el centro político en España, y siendo además también el único partido progresista serio, por mucho que otros partidos abusen de ese término e intenten apropiárselo de manera sectaria. Vista la situación actual después de las elecciones e independientemente de que se pueda formar o no gobierno, que en cualquier caso estará cogido con alfileres, o haya una repetición electoral, sigo pensando lo mismo que entonces. Al respecto de esto, hay un detalle importante, que parece haber pasado desapercibido, y es que estas han sido la primeras elecciones de la democracia en las que no se presentaba ningún partido de centro, aunque otros partidos hayan pretendido aparentar ocupar ese espacio político, más por intereses electorales que por una convicción propia bien fundamentada. 

Antes de abordar con más detalle el tema de la habitual carencia de centro político como uno de los problemas de fondo más importantes causante de los desequilibrios que presenta la democracia española, voy a mencionar brevemente algunos de los síntomas cuya presencia nos alerta de dichos desequilibrios desde hace bastante tiempo y que se han acentuado en los últimos años. 

El primero de estos síntomas, es el que una persona como Pedro Sánchez, máximo exponente de la posverdad y del cinismo liquido, pueda ser presidente del Gobierno después de todo lo que ha dicho y hecho en los últimos siete años, tal como ha quedado recogido en las hemerotecas.

Ha sido el responsable principal de la creciente polarización y frentismo de los últimos años, por puro interés personal y partidista, acompañado de un férreo sectarismo ideológico, sin medir nunca las consecuencias de su irresponsable actitud. Sánchez ya forzó una repetición electoral innecesaria, y totalmente contraproducente, en 2019 y ahora ha forzado las elecciones más caras de la historia, por puro tacticismo electoralista sin importarle las molestias y el coste que supondría para el país. En otras circunstancias, con una sociedad más madura, una persona así habría desaparecido ya del mapa político hace tiempo pero aquí parece que nos va a costar bastante salir del Sanchismo. 

Otros síntomas, interconectados entre sí, que hay que mencionar :

  • Deriva reaccionaria de una parte importante de la izquierda y de la derecha, que se retroalimentan mutuamente, acompañada por la aparición y crecimiento de partidos populistas.Predominio en la vida política del sectarismo ideológico, que se trata de imponer a veces también en el ámbito público (educación, medios de comunicación, etc) y el institucional (justicia, etc) a través de los partidos que se aprovechan del poder asociado a puestos de responsabilidad.
  • Excesiva influencia en la política y la opinión pública de las ideologías identitarias, basadas en sentimientos identitarios, que adoptan muchas veces posturas sectarias e incluso totalitarias.
  • Medios de comunicación que se dejan influenciar demasiado por intereses ideológicos y/o económicos, así como por personas que carecen del discernimiento necesario para estos temas.
  • Opinión pública demasiado voluble y fácil de influenciar e incluso manipular mediáticamente. 

Estos y otros síntomas que se podrían añadir, podrían haberse prevenido, minimizado o corregido, pero al no hacerlo, la mayoría de ellos con el tiempo se han agravado. Ha habido en las últimas décadas numerosos autores provenientes de muy diversos ámbitos (política, filosofía, periodismo, economía, sociología, etc.) que nos han ido advirtiendo de los problemas, y algunos incluso de sus causas, pero desafortunadamente no han tenido la influencia suficiente, ni entre los políticos ni entre la ciudadanía, para haber corregido a tiempo algunas cosas y haber evitado otras. 

Por contra, han prevalecido las interpretaciones simplistas y/o sectarias de estos síntomas, lo que evita afrontar y solucionar los problemas de fondo y en muchos casos las medidas adoptadas han resultado contraproducentes a medio y largo plazo, generando mayor inestabilidad y problemas más complejos y difíciles de manejar, acentuándose así también el proceso de degradación democrática. 

Problemas de fondo 

A estas alturas, aparte de analizar los síntomas del desequilibrio existente, que van mutando con el paso del tiempo y tienen cada vez más difícil solución si se consideran de manera aislada, resulta más necesario analizar las causas del mismo, osea intentar establecer un diagnóstico de dicho desequilibrio, para finalmente intentar encontrar un tratamiento que ayude a corregirlo. 

Retomando la imagen de la España descentrada a la que hace referencia el título, las raíces de la carencia de centro político se pueden apreciar al analizar el proceso de formación del sistema (político-mediático-económico) bipartidista, denominado por algunos como regimen bipartidista, desarrollado desde los años 80, primero alrededor de la izquierda y después, como reacción, alrededor de la derecha, conformado por estructuras fuertemente arraigadas y acomodadas que se resisten fuertemente a los cambios que puedan poner en peligro dichas estructuras y su poder. 

Se podría objetar que los viejos partidos han ocupado ese espacio de centro pero eso es una medio verdad que esconde el problema de fondo. Es cierto que en ocasiones estos partidos han intentado cubrir esa necesidad adoptando posiciones más centradas pero esos intentos no han sido suficientes para cubrir esa carencia, además de que generan tensiones internas en dichos partidos al coexistir en ellos otras corrientes menos centradas. En los momentos en los que se esfuerzan más por aparentar situarse en ese espacio más moderado es habitualmente en las campañas electorales para intentar atraer al votante de centro, pero en la práctica no pueden sustituir a un genuino partido de centro. 

Uno de los factores que favoreció la implantación del sistema bipartidista y que dificulta el poder salir del mismo es la Ley Electoral vigente que ha sido criticada desde los años 80s por anticuada y desequilibrada pero que los grandes partidos han conseguido mantener hasta la actualidad por puro interés partidista sin pensar nunca en el grave daño que se estaba ocasionando a la política española, al no ser los resultados electorales fiel reflejo de la voluntad de los votantes y provocando además que haya partidos regionalistas, minoritarios a nivel nacional, que están sobrerrepresentados en el parlamento y de los que dependen a veces la gobernabilidad del país, casos en los que se exigen importantes concesiones a cambio, algunos de las cuales generan problemas a medio y largo plazo. 

Sin pretender hacer una crítica destructiva, y reconociendo y valorando las cosas bien hechas por los sucesivos gobiernos de izquierdas, a partir de 1982, y de derechas, a partir de 1996, hay que decir que aunque el sistema bipartidista establecido ofrece una aparente estabilidad en realidad provoca un desarrollo desequilibrado del sistema democrático que arrastra importantes carencias. Durante el proceso de su formación, entre los años 80 y 90, había en España partidos de centro liberales-progresistas que podrían haber aportado una mayor estabilidad y realizado las reformas todavía pendientes para la modernización del país, pero que no pudieron hacerlo por la falta de apoyo mediático y electoral, junto con las tácticas desestabilizadoras de la izquierda y la derecha. 

En este punto hay que decir que la hostilidad mostrada, durante décadas, por ambos bandos a este tipo de partidos demuestra que han sido incapaces, y todavía lo son, de comprender su naturaleza y su importancia. El liberalismo progresista se encuentra en un ángulo muerto de visión del sistema bipartidista y su lógica de bloques que es la que desgraciadamente sigue predominando en España a día de hoy, lo que dificulta, e incluso impide, el poder avanzar en la modernización del país. 

Las viejas ideologías como mucho, cuando les interesa, les conceden a este tipo de partidos el papel de partidos bisagra, aunque los partidos liberales-progresistas tienen en realidad un potencial mucho mayor que nunca han podido llegar a desplegar, lo que ha supuesto también, en varias ocasiones, perder importantes oportunidades para la mejora de la política y la democracia españolas. 

Voy a hacer un breve repaso cronologico para entender mejor el proceso del que estoy hablando.
En los gobiernos de la UCD, entre 1977 y 1982, convivían diferentes ideologías en torno al centro político (centro-izquierda, centro liberal-progresista y centro-derecha), siendo uno de los motores principales para la modernización del país la presencia de liberales en el gobierno, muchos de los cuales pertenecían a la Federación de Partidos Demócratas y Liberales (FPDL), fundada en 1975 y presidida por Joaquín Garrigues Walker (1933-1980), que fue ministro entre 1977 y 1980.

Con el paso del tiempo la UCD se fue fragmentando internamente y algunos de sus miembros formarían otros partidos o se integrarían en alguno de los ya existentes de ideología similar.
El relevo del sector liberal-progresista de la UCD fue tomado por varios partidos, entre los que destacan el Partido Demócrata Liberal (PDL) de Antonio Garrigues Walker, que trató de seguir la linea de su hermano, y el Centro Democrático y Social (CDS) fundado por Adolfo Suarez, del que sería presidente entre 1982 y 1991. Durante la década de los 80 el CDS fue ganando en importancia e incorporando a miembros de otros partidos, incluidos algunos partidos liberales minoritarios.

En las elecciones generales de 1986 se perdió una gran oportunidad por la falta de apoyo al Partido Reformista Democrático (PRD), la denominada operación reformista, de Miquel Roca en la que participaba el partido de Antonio Garrigues Walker, miembro de la Internacional Liberal, y que podría haber realizado una muy importante labor. Por contra el CDS subió a la tercera posición, aunque la mayoría absoluta del PSOE y su actitud hacia la oposición imposibilitó algún acuerdo. 

La presencia del CDS fue importante hasta 1991 pero las campañas mediáticas y los intentos de desestabilización de la izquierda y la derecha consiguieron influenciar en la opinión pública lo que provocó una caída en votos a partir de 1989. A pesar de ello el CDS continuó siendo un partido liberal-progresista con buenas propuestas bajo la presidencia de Rafael Calvo Ortega (1991-1998), antiguo miembro del Gobierno de la UCD y eurodiputado por el CDS (1987-1994). Por desgracia en esos años el partido fue minimizado mediáticamente en plena guerra política y mediática entre el PSOE de González, para mantenerse en el poder, y el PP de Aznar, para llegar al mismo, proceso que sirvió para apuntalar definitivamente el sistema (político-mediático-económico) bipartidista antes mencionado y dificultando todavía más la labor de los partidos que contaban con menos medios económicos y menos presencia mediática, como era el caso del CDS. De esta manera se perdieron buenas oportunidades entre 1993 y 1996, para reconducir la situación política cada vez más polarizada y frentista. Primero fueron las elecciones generales de 1993, después las europeas de 1994 con la coalición del CDS con la Fundación Foro creada por Eduardo Punset, otro antiguo miembro del Gobierno de la UCD y eurodiputado del CDS, e integrada en el Partido Liberal, Democrático y Reformista Europeo, al que ya pertenecían los eurodiputados del CDS. Finalmente en las elecciones generales de 1996 el CDS se integró en un nuevo proyecto, Unión Centrista. que tampoco tuvo apoyo electoral, lo que agravó el problema de la carencia de centro durante años. Algunos pensaron, o quisieron creer, que el PP y el PSOE podrían cubrir a partir de entonces ese espacio, y algunos sectores de esos partidos lo intentaron, pero el desequilibrio no desaparecería. Durante años los partidos de centro existentes fueron minoritarios y no lograron representación parlamentaria. Con la creación de Ciudadanos en 2006 empezó una nueva posibilidad de cambio, aunque obtuvo poco apoyo electoral en las elecciones generales de 2008 al ser todavía un partido muy poco conocido y su implantación definitiva a nivel nacional se vio entorpecida algunos años por la intromisión de Rosa Díez como se comentó en el escrito anterior. El partido fue madurando bajo la dirección de Albert Rivera hasta consolidarse como un partido liberal-progresista integrado en el partido liberal europeo. Cs tuvo su periodo de mayor esplendor entre los años 2014 y 2019, y realizó varios intentos para reconducir la desequilibrada situación política española, proponiendo, entre otras cosas, varias reformas pendientes y la superación de los viejos frentismos enquistados. Desgraciadamente, se volvieron a cometer errores pasados por parte de los viejos partidos y sus respectivas maquinarias mediáticas, algo de lo que me he ocupado de manera más extensa en el artículo anterior, lo que ha tenido una gran influencia en la opinión pública y los votantes, con lo que finalmente se ha vuelto a perder otra gran oportunidad histórica, de la que ahora estamos sufriendo las consecuencias, que probablemente serán duraderas, teniendo en cuenta como está el panorama político español actual: intereses partidistas, frentismo, sectarismo, populismo, etc. 

Esto no quiere decir que el proyecto de Cs esté acabado, como algunos quieren hacer creer, o que ya no tenga importancia, en realidad sigue siendo tan necesario como antes o incluso más, pero, espero equivocarme, es difícil que recupere la importancia que llegó a tener, no por la falta de proyecto sino por los prejuicios en su contra y la falta de figuras tan carismáticas como fue Albert Rivera. 

De lo que no hay duda es que desde Cs se va a seguir trabajando para intentar mejorar las cosas. 

En este punto hay que decir que han contribuido en la perdida de varias oportunidades históricas: la miopía de muchos periodistas, comentaristas, líderes de opinión, etc. así como el comportamiento general de muchos medios de comunicación que, consciente o inconscientemente, han participado en campañas para favorecer a determinados partidos y en otras para erosionar y/o minimizar a otros, como ha sido el caso de Cs en los últimos años y de otros partidos importantes en el pasado, lo que les hace también responsables de los desequilibrios y la degradación democrática actual. 

Resumiendo, cuando, en momentos puntuales, ha habido partidos de centro que han subido en votos e influencia, por lo general han sido maltratados política y mediáticamente por la izquierda y la derecha, lo que ha ido acompañado de un posterior descenso en votos al ser la opinión pública muy voluble y fácil de influenciar por las maquinarias mediáticas del sistema bipartidista, a lo que hay que sumar también la influencia der los mensajes simplistas de los partidos populistas actuales. 

Junto con las carencias apuntadas, es necesario mencionar otro factor imprescindible para el buen funcionamiento del sistema democrático como es el de la existencia de una ciudadanía madura, responsable y participativa, algo de lo que hay también una importante carencia. Es un problema del que ya se empezaba a hablar en los años 90, muchos años antes de los movimientos de indignados y la aparición de los partidos populistas actuales, que de alguna manera son simples reacciones ante los problemas y no son una solución a los mismos. Esta aparente exigencia a la ciudadanía, no es algo que nadie intente imponer, sino una necesidad del sistema, debido a su propia naturaleza, para el buen funcionamiento del mismo, ya que de otra manera el sistema se erosiona y desequilibra. 

Un breve apunte antes de continuar con la parte final que ayuda a comprender mejor la situación: Muchos de los síntomas de desequilibrio y los problemas de fondo apuntados no afectan solo a la política nacional, y muchas veces se han dado también en la política autonómica y local procesos similares, a veces por influencia directa de la política nacional, otras veces por el comportamiento de los partidos regionalistas, y también otras por una combinación de ambas cosas. 

En la actualidad, por ejemplo, se podría hablar de la Navarra descentrada, donde el PSN es desgraciadamente es una de las principales sucursales sanchistas (sectarismo ideológico, actitud frentista, política de pactos irresponsable, populismo, carencia de socialdemocracia avanzada,...). Igualmente, aunque por otros motivos, se puede hablar de la Tudela descentrada, con UPN aprovechándose de su mayoría absoluta para un desarrollo unilateral y abusando de la misma para realizar una subida abusiva de las retribuciones de los ediles, muy poco tiempo después de realizar grandes promesas durante la campaña electoral y sin apenas tiempo para haber trabajado en su cumplimiento, algo que el actual candidato de Ciudadanos a la alcaldía de Tudela y al gobierno de Navarra seguramente no habría permitido de haber contado con el apoyo electoral suficiente. 

En ambos casos se aprecian los consecuencias de la habitual falta de apoyo a partidos de centro. 

Reflexiones finales 

Para finalizar, después de haber intentado trazar de manera esquemática un diagnóstico de los problemas de fondo, hay que intentar buscar un tratamiento que sirva para aliviar y si es posible corregir dichos problemas, sin centrarse exclusivamente en los síntomas que van variando con el tiempo. Ha habido desde hace bastantes años numerosas propuestas para tratar algunos de estos problemas por parte de personas competentes pertenecientes a diferentes ámbitos pero que no han podido influir lo suficiente para solucionarlos. Yo me voy a limitar a apuntar brevemente algunas cuestiones que me parecen esenciales aunque sean difíciles de llevar a la práctica actualmente. 

Lo primero, es imprescindible una mayor toma de consciencia y responsabilidad por parte de los políticos, los medios de comunicación y los ciudadanos. Una forma de avanzar en esa dirección es la de cultivar la meditación reflexiva que nos puede ayudar a mejorar nuestra actitud y capacidad de discernimiento para no dejarnos arrastrar por las inercias exteriores e interiores (prejuicios). 

Solo de esa manera podremos traspasar la niebla tóxica de la posverdad generalizada y proteger y fomentar la libertad. Si sigue predominando la falta de interés, y en muchos casos de respeto, para con la Verdad, no puede haber libertad real y con el tiempo se van produciendo inevitablemente procesos de degradación e involución democrática, e incluso de nuevas formas de totalitarismo. 

La Cultura es un factor fundamental también para el desarrollo humano en la buena dirección. Y se podría considerar la educación como la Piedra angular de la Cultura y una inversión de futuro. El subdesarrollo cultural a nivel existencial y humanista típico de muchos de los sistemas educativos implantados en las últimas décadas provoca tarde o temprano un proceso de involución cultural generalizada, como el que se vive actualmente. Sigue siendo imprescindible poder establecer un Plan Nacional de Educación sensato y equilibrado, más allá de sectarismos y adoctrinamientos ideológicos, así como de un excesivo positivismo, que resulta altamente alienante. En la situación actual parece imposible que se pueda desarrollar un sistema educativo público así, pero no por ello deja de ser algo imprescindible por el bien de las nuevas generaciones y la buena salud del sistema. 

Para ayudar a mejorar la calidad democrática es imprescindible realizar un cambio drástico en la Ley Electoral, algo que se ha reclamado muchas veces desde hace más de 40 años, y hacerlo no pensando en intereses partidistas sino en el bien del sistema democrático. Una Ley electoral justa no es una simple demanda partidista de los partidos modestos afectados, que por otra parte tienen razón en pedirla, sino que es una necesidad para que el sistema electoral sea de verdad representativo de la voluntad de los votantes, cosa que actualmente todavía no es y sigue beneficiando, de forma injusta e innecesaria, a los principales partidos nacionales y regionales. Al igual que en el caso de la educación, esta reforma no es probable que se realice, y mucho menos de la manera adecuada. 

Por diversos motivos que ahora sería muy largo explicar, aunque algunos ya se han mencionado, hace falta la presencia continua de un partido liberal-progresista fuerte, que no sea una simple muleta ocasional para los partidos asentados en el poder y que pueda desarrollar una parte de su verdadero potencial, lo que repercutiría de manera importante en el equilibro del sistema y en el bien común. No estoy diciendo que haya que votar a este tipo de partidos por obligación, pero sí aprender a reconocer su valía y necesidad, y no ponerles las cosas más difíciles de lo necesario, ya que eso tiene consecuencias graves para la salud democrática como ya se ha podido comprobar. 

Estas cuestiones pueden parecer insuficientes para solucionar todos los problemas existentes, pero aunque se podrían plantear muchas otras, estas tienen la virtud de apuntar a cuestiones esenciales y producir mejoras generales importantes a medio y largo plazo, y de esta manera servirían además como proceso catalizador para mejorar después otros aspectos también. Estamos acostumbrados a las soluciones cortoplacistas para los síntomas del momento pero eso ya se ha demostrado que no es una solución para los problemas de fondo y que incluso en ocasiones resultan contraproducentes. 

Hay que ser conscientes de que la situación es bastante compleja y el reconducirla muy complicado, más después de tantas oportunidades perdidas, pero el futuro está abierto y depende de nosotros el intentar enderezar el rumbo o ser arrastrados por la inercia y seguir sufriendo las consecuencias. 

Ricardo Arlegui Baigorri (Tudela 1975)
Investigador independiente, Graduado en Historia del arte, Experto universitario en Historia y Filosofía de las Religiones, Experto universitario en Conservación y Gestión de Patrimonio Cultural