Opinión

Despilfarro alimentario y cambio climático

Las cifras hablan por sí solas. El 17% de la comida disponible para los consumidores termina en la basura de los hogares, los comercios, los restaurantes y otros servicios de alimentación. En concreto, alrededor de 931 millones de toneladas de alimentos acabaron desperdiciándose en el mundo en 2019, sin contar las pérdidas generadas durante la producción y transporte. Así lo indica un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) presentado el jueves 4 de marzo que denuncia las implicaciones sociales y medioambientales que tiene este derroche. Mientras se pierden esas cantidades ingentes de alimentos, 690 millones de personas en el mundo -casi el 9% de la población- sufre problemas de hambre.

El estudio analiza el desperdicio en tres campos concretos: los hogares, los servicios de alimentación (como los restaurantes) y el comercio minorista. Y concluye que la principal vía de pérdida se localiza en los hogares, que acumulan el 61% de los 931 millones de toneladas de comida desperdiciada en 2019. Le siguen los restaurantes y otros servicios de alimentación (26%) y el comercio minorista (13%).

El informe ha sido elaborado por los analistas del Pnuma y de la ONG británica WRAP, que trabaja con gobiernos, empresas y comunidades para ofrecer soluciones prácticas que mejoren la eficiencia de los recursos en todo el mundo. Los autores han elaborado una clasificación de todos los países del mundo, aunque reconocen que solo en medio centenar los datos son realmente de buena calidad. Según sus estimaciones, cada habitante del planeta desperdició de media 121 kilos de comida en 2019. Solo en los hogares, la cifra per cápita asciende a 74 kilos de alimentos; en el Estado español esa cantidad es algo mayor, 77 kilos, aunque no figura entre los países que más derrochan. Llaman la atención los resultados de países, como Estados Unidos, con solo 59 kilos por habitante al año.

El Pnuma sostiene que este informe presenta la recopilación, el análisis y la modelización de datos sobre el desperdicio de alimentos más completa realizada hasta la fecha. Admite que los resultados difieren de las narrativas realizadas hasta ahora, “que concentraban el desperdicio de alimentos de los consumidores en los países desarrollados y las pérdidas de producción, almacenamiento y transporte en los países en desarrollo”. “La generación de desperdicio de alimentos per cápita en los hogares es muy similar entre los diferentes grupos de países en función de sus ingresos, lo que sugiere que el desperdicio de alimentos es igualmente relevante en los países de ingresos altos, medianos altos y medianos bajos”, añade el estudio. “Durante mucho tiempo se asumió que el desperdicio de alimentos en el hogar era un problema importante solo en los países desarrollados”, según se señala en el informe, y se dice “que las cosas no están tan claras”. 

El estudio solo se centra en una parte del problema de la pérdida de alimentos, en la etapa final de la cadena, la que está ligada al comercio minorista y el consumo de esos alimentos. Otros informes realizados hasta ahora -por ejemplo, los elaborados por la FAO (la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura)- elevaban la tasa de alimentos perdidos hasta el 30%. Pero en ese caso se tiene en cuenta toda la cadena, es decir, desde las pérdidas en la producción y transporte hasta el desperdicio en los hogares, comercios y restaurantes.

El índice elaborado por los autores del informe pretende ayudar a los gobiernos a medir bien el derroche y a poder atajar el problema. La meta que se fijaron los países con los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015-2030 es reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita en todo el mundo en 2030, y en los cuales está comprometida Navarra.  

Habría que recordar, que frente a la economía lineal basada en producir-consumir-tirar, la economía circular se presenta como un sistema de aprovechamiento de recursos donde prima la reducción de los elementos: minimizar la producción al mínimo indispensable, y cuando sea necesario hacer uso del producto, apostar por la reutilización de los elementos que por sus propiedades no pueden volver al medio ambiente, o por su reciclaje. Y esto, lógicamente, se puede aplicar a los alimentos.

La reducción de la generación de desperdicios alimentarios a lo largo de toda la cadena, además de ayudar a alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) 2015-2030 de Naciones Unidas, reduciendo las pérdidas de alimentos y los desechos, también permite apoyar la lucha contra el cambio climático, ya que sólo los residuos de alimentos generan alrededor del 8-10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero que están asociadas a los alimentos que no se consumen, tanto por las pérdidas en los procesos de producción y transporte como en la etapa del consumo final. Pero, habría que tener en cuenta que las pérdidas y el desperdicio alimentario no solo implican un incremento de las emisiones de gases de efectos invernadero, sino también suponen importantes impactos en el consumo de agua, la contaminación por pesticidas, los usos del suelo o la pérdida de biodiversidad.  

Por otra parte, ayuda a combatir el hambre y la malnutrición. Por ejemplo, alrededor de 55 millones de personas en la Unión Europea no pueden permitirse una comida de calidad cada dos días, a través de la redistribución de alimentos entre los sectores más desfavorecidos. Y también ahorrar importantes cantidades económicas por parte de los agricultores, las empresas y los hogares.

La ONU ha pedido el jueves 4 de marzo a los países que incluyan objetivos de reducción de desperdicios de alimentos dentro de los planes nacionales de recorte de emisiones que tienen que presentar en virtud del Acuerdo de París contra el cambio climático. El estudio recuerda que solo 11 de los casi 200 países que están dentro del pacto contra el calentamiento hacen referencia a las pérdidas de comida en sus planes climáticos.