Opinión

Educación quema todas sus naves

Educación quema todas sus naves
photo_camera A día de hoy lo que están haciendo es emular al gran Hernán Cortés quemando todas sus naves

¿A cuántos nos hubiera gustado leer estos días tan bizarro titular? Ser testigos agradecidos y aliviados, de que por fin las administraciones educativas se jugaban el todo por el todo en esta complicada vuelta a las aulas, tal y como hiciera cinco siglos atrás el conquistador Hernán Cortes a quien se le atribuye este hecho de “quemar todas sus naves”, en el inicio de la colonización del imperio mexica, actual México.

Sin embargo y tras una última reunión el jueves de bronceados dirigentes educativos y sanitarios, la luz que arrojaron sus procaces argumentos fue más bien decepcionante e incomprensible para una sociedad, que atónita se agarra con ambas manos a la grupa de este corcel desbocado de la vuelta a las aulas, que galopa directo a un oscuro y trágico precipicio, sin que nadie pueda, sepa o quiera tirar de las riendas.

No hace falta ser virólogo, epidemiólogo, ni expertólogo contertulio de matinal televisivo, que tan pronto afirma saber el paradero de nuestro querido y bonachón Juancar, el equipo dónde va a jugar Messi, o las medidas necesarias para una vuelta al cole segura, para darse cuenta de que en estas circunstancias, con estas utópicas y rácanas medidas, con esta pírrica inversión en materiales y recursos, sobre todo en forma de una mayor dotación personal: educativo, de limpieza, de sanidad, de comedor, de apoyo,… los centros educativos no son ni serán por mucho que se empeñen lugares seguros.

Asistimos estos días a una nueva evangelización colonizadora. La de convencer a toda una sociedad, de este nuevo credo de nuestros días, de este mantra que ni ellos mismos se creen, de que todo va a salir bien en este regreso al cole, que presumen tener perfectamente bajo control. No fundamentan su discurso para ello en evidencias fehacientes, en datos, en cifras de inversión, sino únicamente en la repetición al unísono de la cantinela “Los coles son seguros”, “Los coles son seguros”, “Los coles son seguros”,… pareciendo más estar elevando una plegaria al señor que otra cosa.

Quieren, afirmar con rotundidad, preservar el derecho a la educación de los niños, priorizar los servicios de transporte y comedor, mantener el servicio de madrugadores, intensificar los programas de refuerzo,… todo. Quieren todo, pero… ¿qué aportan?  ¿Cuál es la apuesta? ¿Dónde está el dinero que llegaba de Europa para destinar a educación? ¿Dónde está el incremento de monitores de comedor, la ampliación de las plantillas del personal de limpieza, los auxiliares para alumnos con necesidades educativas? ¿Dónde están esas plazas de profesorado prometidas y jaleadas en titulares de periódicos, que todavía a día de hoy no aparecen en las plantillas de los centros y que aún encima van a cargar a última hora con el desempeño de esa función médica de Profesor-Covid, para la que no están preparados? ¿Dónde está ese personal sanitario que a los centros iba a llegar, para realizar con conocimiento y formación la coordinación y el diagnóstico de dichas funciones médicas?

Dejen de mentir ante micrófono mientras cruzan los dedos por debajo de la mesa y de inventar groseros eufemismos, hoy ya no seremos “grupos burbuja” sino  de “convivencia estable”. Dejen de engañar a las familias. Las escuelas y colegios a día de hoy lo único que están recibiendo desde la administración son órdenes para la elaboración de protocolos. Si al virus se le combatiera con papel, entonces sí estaríamos en escenarios seguros, ya que encontramos a estas horas en cada secretaría, en cada despacho de dirección, montañas y montañas para empapelar los centros. Hablemos claro.

En las próximas semanas, tus hijos y los míos, tus alumnos y los míos, pasarán la mañana hacinados en unas aulas, lugares cerrados y en ocasiones, las menos, pésimamente ventilados, con abultadísimas ratios de hasta veintisiete alumnos en algunos casos, donde no solo va a ser imposible mantener el distanciamiento social, sino que además estarán escasamente desinfectadas, ya que el personal de limpieza no da para más.

La mayoría de las comunidades ha considerado inasumible el gasto en el aumento de plantillas de docentes, aunque algunas como la Valenciana se hayan desmarcado de esta línea, imitando las políticas de inversión educativa hechas en países tan semejantes al nuestro como Italia, cercenando así de cuajo la posibilidad de unos necesarios desdobles en aquellas aulas más numerosas, que proporcionaran no solo unos escenarios mucho más seguros para todos, sino más óptimos para el objetivo y quid principal de la escuela como son los aprendizajes, aspecto este que parece estos días olvidado.

Los grupos llamados “burbuja” o de “convivencia estable”, son necesarios y a priori una excelente idea siempre y cuando estos sean reducidos. Porque la burbuja por sí sola no es garantía de nada, no es la panacea de la seguridad a no ser que esta sea muy estricta y limitada en el número de alumnos. ¿O no limitamos  aforos en terrazas, cines, conciertos, etc., como primera medida de seguridad ante el repunte del virus? ¿Qué burbuja puede existir en aulas de veinticinco o más alumnos, que además van a convivir con otros grupos-burbuja de transporte escolar, comedor, desayunos, actividades de refuerzo y posiblemente unas cuantas actividades extraescolares? ¿Pero qué mentira es esta?

Pero todavía podemos ir más allá en este avance con los ojos cerrados. Si obviamos repito como estamos haciendo lo educativo, todavía más espinosos si cabe sería lo social. Si la apertura de los centros es vital y necesaria por algo, entre otras cosas lo es por proporcionar la  única comida caliente que algunos de nuestros alumnos van a ingerir al día. Es fundamental abrirlos y dar ese servicio, reclaman unos y otros, estando en esto todos de acuerdo, pero sin embargo seguimos sin saber, sin ver, sin oír el plan de ejecución, las medidas tomadas, las de verdad, no los cándidos argumentos escuchados hasta la fecha de la posibilidad de comer en diferentes turnos (ya se hace), o de que coma mucho mejor cada niño en su aula.

Por último y como medidas estrella y comunes para todos en el cónclave de antes de ayer, se acordó recomendar dos cosas; por un lado el lavado de manos de cada alumno por lo menos cinco veces durante toda la jornada, algo que me parece fantástico a la vez que triste si lo concibo como gran medida, y que conociendo como conocemos las instalaciones de centros y el número de pilas de baño existentes en los mismos, si las intentamos hacer todas de tirón y manteniendo la distancia de seguridad, es posible que con un poco de suerte quizá lleguemos con todo el alumnado hasta la cuarta ronda. Y la recomendación por otro lado de ventilar el aula por un espacio de quince o veinte minutos cada hora, surgiéndome al analizar en profundidad ambas medidas de manera conjunta, la pregunta de ¿cuándo vamos a dar clase entonces?

Y aún así, sin embargo, quiero aclarar, quiero repetir, quiero gritar:

  • “Los docentes somos los primeros que queremos volver a nuestros puestos de trabajo”.

SÍ. No queremos ni oír hablar nuevamente de teledocencia. No queremos volver a aquella situación desquiciante de la educación on line. No nos gusta, no nos agrada y no la consideramos digna ni de calidad para nuestros alumnos, valorándola eso sí positivamente como remedio y mal menor ante una situación de total emergencia. Aunque la ministra nos insultara públicamente al final del confinamiento diciendo que durante el mismo, después de las horas de trabajo y estrés que para todos docentes supuso, los niños habían seguido aprendiendo gracias al canal Clan de TV, o escuchar al miserable consejero de educación de Madrid señalando a los maestros como el único gremio que mientras otros sacaban el país adelante, habían estado calentitos, con luz y comiendo bien en su casita, o escuchar a más de algún padre o madre espetarnos en estos días, otra vez no podemos volver a hacer vuestro trabajo y el nuestro, aún así, queremos volver a nuestro trabajo de verdad, al del aula, al del roce con nuestros chavales, viéndoles reír, o llorar, divertirse o aburrirse, aprender o pasar de todo, pero viéndoles, sintiéndoles. Los echamos de menos. Solo entendemos la educación de esa única manera y ese es nuestro anhelo, pero eso sí, reivindicando una seguridad justa para todos, trabajo este el de reivindicar que aunque no debiera, también va en la mochila de un buen docente.

La “Educación es un derecho” nos repiten. Claro que es un derecho. Para todos. Pero también lo es la salud y el derecho a la vida. También lo es tener una vivienda digna y un sueldo, y ocupar puestos de trabajo con condiciones laborables bastante más alejadas de la explotación y la esclavitud. No nos vengan ahora por favor dando lecciones de derechos. Porque también debiera ser un derecho tener unos políticos que preserven el estado del bienestar, que protejan a sus ciudadanos, que lleguen a acuerdos y que miren por el bien de todos y no solo por su ombligo, sus siglas o su billetera. Así que dejen de tocar los cojones, de mentir y pónganse de una vez a trabajar, no para que la educación sea un derecho, como afirman, sino para permitir unas condiciones de seguridad dignas en esta pandemia, a la altura del país que somos, en donde la educación, ir a la escuela, no sea una opción para las familias agarrotadas en sus miedos e incertidumbres, sino que sea una obligación. Porque será entonces cuando estén haciendo bien su trabajo.

A día de hoy la sensación que dejan, unos y otros, todos, la triste y patética sensación que dejan tras tres meses de vacío empapelado de protocolos, es precisamente la de obrar tal y como en su día hiciera el conquistador con el que empezábamos este artículo. A día de hoy lo que están haciendo es emular al gran Hernán Cortés quemando todas sus naves, no precisamente evidenciando con ello una valiente apuesta ante una gran empresa, sino escenificando una vil y mezquina huida hacia delante. Porque ese fue y no otro, el verdadero significado y objetivo de quemar las naves, destrozar todos los barcos para que nadie pudiera ni siquiera plantearse echarse para atrás, desertar. Obligar a todos, enmascarando los peligros, a avanzar con los ojos cerrados, utilizando para ello más el corazón que la cabeza.

Aquella huida hacia adelante en pos de la evangelización y el oro del nuevo mundo del ahora denostado conquistador, significó horror, pánico y muchas otras cosas más que miedo me da hasta de escribir. Esperemos que en esta nuestra, corramos mejor suerte. ¡Que dios nos pille confesaos!, o mejor dicho vacunaos.