Opinión

Capítulo 2: Matar al mensajero

Crónicas educavíricas.
Matar al mensajero
photo_camera Matar al mensajero

Esto de la educación telemática, de la teledocencia, de continuar ante la situación de emergencia con una educación a distancia, en ningún caso podía o debía haberse tomado por igual para jóvenes, adolescentes y niños. No se entiende, que siendo como somos capaces en nuestros diecisiete particulares reinos de Taifas de concretar (por decirlo de manera académica, porque da la sensación que cada uno hace lo que le sale del ciruelo), nuestras propias directrices educativas interpretando a libre albedrío las ordenanzas ministeriales, ¿cómo es posible que no seamos capaces igualmente de diseñar de forma concreta, unas directrices educativas enfocadas única y exclusivamente para el tramo de educación secundaria obligatoria, y otras diferentes y particulares, ya que así lo requiere la propia idiosincrasia de la etapa, para los tramos de infantil y primaria?

Porque es ese a menudo, y así lo ha sido también durante esta crisis en el plano educativo, uno de los principales problemas que arrastramos desde hace tiempo cuando nos ponemos a hablar de educación, el de tratar por igual a alumnos en pañales (incluyo también guarderías ya consideradas centros educativos en algunas comunidades), con otros con más mundo en su mochila que la maleta de Phileas Fogg. No hace falta ser ningún edugurú de postín, de los buenos, no de los de título de tapa de yogurt, para darse cuenta de semejante despropósito, ya que nada tienen que ver unos y otros alumnos, su autonomía, su capacidad de gestión personal y emocional, su responsabilidad y sobre todo su madurez, aunque esto último a veces se ponga en duda a tenor de algunos de los comportamientos de jóvenes vistos durante el confinamiento, denotando tener las justas neuronas para no cagarse encima.

El ejemplo más evidente de la diferencia de unas etapas y otras, del dislate que supone tratar a todas por igual, se refleja en las consecuencias acarreadas por las decisiones de la evaluación final del alumnado. En secundaria, eso de los «aprobados generales de sí pero no, de suma pero no puede restar, o igual sí, porque ya tú sabes mi amor», es valorado por los profesionales que imparten docencia en la etapa, como una auténtica injusticia en primer lugar, que se acaba convirtiendo en segundo, en un nefasto error por conformar un espectacular e inmejorable salvoconducto (ahora que se ha vuelto a poner de moda esta palabra de entreguerras tan chula), para pasarte el resto del curso tumbado “a la Bartola” con la Play en el sofá criando pelusilla en el ombligo. Sin embargo si es defendible, entendible y hasta lógica, esta misma medida de promoción a granel cuando nos referimos a los primeros cursos de primaria, donde el peso del proceso educativo y el respeto a las etapas madurativas de los niños debiera, a veces dudo de que así sea, ser mayor. No nos olvidemos que ellos, mucho más pequeños, se adaptan, sí, pero no son capaces de asimilar, entender y gestionar emocionalmente lo que está pasando a su alrededor como lo hace un chaval de dieciséis años.

 Esas medidas “café con leche”, para todas las etapas y alumnos por igual sin distinción de edad, se creyó conveniente hacerlas extensibles igualmente a las tareas escolares a realizar durante el confinamiento. Una vez más nos pusimos afanosos manos a la obra, olvidándonos primero en muchos casos las necesarias explicaciones y aclaraciones previas a las familias: qué sentido iban a tener las mismas, qué objetivo perseguirían, cuál iba a ser su carácter, su obligatoriedad o no, su necesidad y finalmente que peso conformarían en la calificación final del alumnado, que no seamos hipócritas, es de lo que todo el mundo, administración, familias, alumnos y también profesorado está pendiente.

Se creó sin quererlo en algunos hogares con las dichosas tareas escolares una psicosis añadida a la que ya teníamos con los contagios y las muertes del bicho, que pululaba por ahí campando a sus anchas haciendo estragos en ciudades, pueblos y residencias. ¿Por qué no nos paramos a pensar aquel viernes trece de marzo? ¿Por qué los primeros días, la primera semana, no nos pusimos como primera tarea obligatoria explicar bien a todas las familias por lo menos aquello, que era muy poco todavía, que sabíamos? ¿Cuántas veces se lo repetimos nosotros  a nuestros alumnos: «Sobre todo no corras, párate a pensar»? ¿Cuál es la sensación que transmitimos si el primer día de confinamiento todo estaba ya preparado para seguir igual con las tareas pero ahora de manera virtual?

Es cierto que por un lado conseguimos visibilizar con ese vertiginoso despliegue de medios algo que hace tiempo buscábamos, casi que anhelábamos como gremio, demostrar nuestra competencia y compromiso docente ante la sociedad. Queríamos gritar: «¡Estad tranquilos, estamos aquí, preparados para esto y para más, podéis contar con nosotros porque no estamos de vacaciones!». Pero por otro, sin quererlo, sin buscarlo, también les estábamos diciendo que no puede pasar ni un día sin tarea escolar, no puede quedar un solo tema sin dar, ni un contenido que omitir, ni un minuto de currículo educativo que perder. Psicosis.

Y así fue como esto de las teletareas escolares me transportó curiosamente a aquellos juegos de la infancia, casi ya adolescencia, del patio de recreo. Aquellos en los que dos embobados enamorados permanecían en la distancia mandándose misivas de amor, utilizando para ello como Celestina al fiel escudero de uno de los dos tortolitos. Al principio todo era de color de rosas y las primeras notitas (deberes) se recibían con gratitud, complacencia y brillo en los ojos, pero ¡ay! el tiempo. Ese implacable e inclemente juez que todo lo arrasa y consume. Pronto en algunas casas comenzaron a entender que aquel jueguecito vino para quedarse, y que poco a poco se acabaría convirtiendo en un obligado y tedioso intercambio periódico de correspondencia. Es entonces, cuando la llama de la ilusión de lo novedoso se ha apagado y uno se levanta con el pie contrario, cuando escribe casi sin pensarlo vía email a su amante: «¡Ya no te quiero, y mierda para el mensajero!».

La Celestina en este proceso, no se confundan, el mensajero a quien en algún momento se ha mandado a la mierda, es el maestro. Los enamorados en cuestión, son las familias y la administración educativa. Nosotros, los docentes, funcionarios públicos por si alguien no se ha enterado aún, cumplimos órdenes: «¡Que mandéis!» – mandamos, «¡Qué no!» – pues nada. «¡Qué ampliéis!» – ampliamos, «¡Qué reforcéis mejor!» – reforzamos.

Aún así, a pesar de los desencuentros puntuales que ha habido, estoy plenamente convencido de que se ha hecho bien. Muy bien. De que ha sido modélica, e incluso las administraciones educativas más acostumbradas a dar palos al cuerpo docente que zanahorias así lo han reconocido, la transición de la noche a la mañana a esta nueva y ficticia realidad educativa a distancia, que no deja de ser, que también quede bien claro, una alternativa provisional como mal menor ante la situación de emergencia en la que nos encontramos. Comparar en las etapas de infantil y primaria esta educación a distancia con la verdadera educación presencial, es como comparar un huevo con una castaña.

El partido de ciegos como era de esperar, resultó estar lleno de imprevistos y meteduras de pata. Porque a eso fue a lo que nos enfrentamos, a un partido en el que de repente apagaron todas las luces del estadio, teniendo que adaptarnos unos y otros en tiempo record a golpe de encontronazo y coscorrón. Solo se escuchaba en esa confusa oscuridad, un balón educativo (aprendizajes) repleto de cascabeles, que había que hacer llegar a la portería contraria, las casas de nuestros chavales. En el transcurso del mismo nos encontramos de todo, golazos por la escuadra y pifias antológicas, artistas de ingenio desenfrenado e inoperantes compañeros petrificados. El cascabel tampoco sonaba igual para todas las familias. Hubo quienes lo escucharon y cumplieron en la medida que pudieron con su responsabilidad, quienes lo escucharon y no lo pudieron atender, quienes directamente por su situación social (esos alumnos no son nuevos, siempre han estado ahí) no escucharon nada y quienes desacomplejadamente lo silenciaron, aduciendo posteriormente sonrojados ante la preocupada llamada de sus docentes, no tener los medios suficientes para socorrerlo.

El caso es que en algunos hogares saltaron chispas, y contrariamente a lo que ha pasado por norma general, donde los lazos familia – docente han estado más unidos que nunca humanizando al máximo el proceso educativo como contaba en “Primero de Pandémico”, también ha habido improperios, burradas y exabruptos whatsapperos en auténticas ensaladas de descalificaciones públicas aliñadas con muy mala uva. Y siempre pasa lo mismo, o mejor dicho siempre son los mismos. Los que echan espumarajos por la boca, los que se cagan en los muertos del profesor y de toda su familia, los que hacen sentir mal al resto del grupo telefónico de padres y madres, son los que menos hacen. Los que entienden que este, el de educar, y estos días también el de ocuparse aunque sea un auténtico engorro de las tareas curriculares de sus vástagos, no es su cometido. Son los mismos que ahora también claman contra la apertura sí o sí de los centros educativos, a la vez que vuelven a culpar ignorantemente al profesorado de que estos no estén abiertos (repito, no está en nuestra mano tomar estas decisiones), pasándose por la entrepierna la seguridad y la salud del colectivo e incluso de sus propios hijos.

Y no es justo que se nos quede a unos y a otros ese regusto amargo ahora que este extraño curso está dando sus últimos coletazos. Son, han sido y siempre lo serán, una minoría casi exigua e insignificante ante el tropel de padres y madres que han capeado el temporal con grandes dosis de valentía y esfuerzo. Sabiendo hacer para ello verdaderos encajes de bolillos  en los que conciliar el teletrabajo, la atención a los niños, las tareas del hogar y en algunos dramáticos casos incluso aprendiendo a impostar una sonrisa que no permita al pequeño descubrir que papá o mamá, o los dos, han ido a la puta calle y este mes no hay con que llenar la nevera.

Para todos esos padres que son muchos, muchísimos, más de los que a veces incluso pensamos los docentes, que han estado y siguen estando ahí al otro lado de la línea wifi, arremangados con todo sin perder la sonrisa, e incluso sacando tiempo y ganas para grabarse junto a sus hijos cantando, bailando, patinando o haciendo el indio tirados por el salón intentando superar en familia ese reto semanal que desde el centro se ha propuesto, para todos vosotros, mis aplausos y reconocimiento. Vosotros también sois los héroes de este mal trago que juntos hemos pasado. Vosotros habéis hecho también todo esto posible y de vosotros estamos tremendamente orgullosos y agradecidos. Para los otros, los del grito en el cielo, los del “no mandan más que chorradas”, los de “cinco meses de vacaciones que se van a pegar los jetas”, los de “no quieren abrir las escuelas” y demás estupideces que mentar ahora ya no quiero, para todos vosotros, la mierda del mensajero.