Opinión

Capítulo 1: Primero de pandémico

Crónicas coronavíricas.

«¡Es que es de diciembre!», se escuchaba con frecuencia antes de la pandemia en boca del diligente padre o madre ante cualquier contratiempo curricular que su retoño sufriera en la escuela, o incluso para justificar la incapacidad de este para rellenar el documento en blanco que delante de él esperaba, aunque este no fuera un examen sino la matrícula de acceso a la universidad. A partir de ahora la excusa ya será otra, engordando así nuestra extensa e interminable retahíla de "es ques": «Es que estudió con la LOGSE», «Es que es de diciembre», «Es que tiene déficit de atención», «Es que no está motivado» y ahora será el: «Es que ¿sabe?, el pobrecito hizo Primero de Pandémico».

Dejando atrás la broma con la que me hacía reír mi amigo Gonzalo, que bastante hemos y estamos pasando, me apetecía pasarme por aquí de nuevo, ahora que parece que por fin comenzamos a vislumbrar la luz al final del túnel, que ya veremos a ver luego si es luz o merecido tortazo con la mano abierta en toda jeta, a cuenta de la estupidez y el oprobio de no poca gentuza que ya está haciendo lo que le da la puta gana, para poder hacer así un poco de retrospectiva educativa de lo que han deparado estos setenta y cinco trágicos días en lo social y surrealistas cuando menos en lo educativo, repletos ellos de prisas, confusión, dimes y diretes, órdenes, comunicados, malentendidos, videoconferencias, correos electrónicos y clases on line con pijama, bata y café mañanero.

Inicio por tanto hoy aquí después de un obligado periodo de silencio, estas "CRÓNICAS EDUCAVÍRICAS" en las que poder plasmar mis impresiones y valoraciones educativas sobre lo que han supuesto estos días, sobre lo que fue, lo que está siendo y lo que es posible nos depare en un futuro este incierto escenario. Futuro en el que ya adelanto, todos estamos obligados a arrimar el hombro para defender y dignificar la educación de nuestros hijos y alumnos como valor fundamental y preponderante de nuestra sociedad, y en el que también igualmente todos estamos obligados a cambiar de mentalidad. No solo los niños, que ya han demostrado tener una capacidad de adaptación mil veces superior a la nuestra, sino también los docentes, sus metodologías e intervenciones, las familias y por supuesto la administración educativa. Esta se encuentra ahora debatiéndose ante la disyuntiva entre invertir y preservar por encima de todo el aspecto educativo de los centros, o renegar ante la monumental crisis que se nos viene encima claudicando con el aspecto formativo de las escuelas dejándolo como meramente subsidiario, priorizando en ellas la labor de cuidado y guardería de niños como principal y casi único cometido, salvaguardando por tanto así una conciliación familiar que tiránicas empresas se niegan a facilitar, siendo por tanto los mercados y su recuperación económica quienes decidan las prioridades que como sociedad tenemos en esta nueva realidad que se nos presenta.

 La verdad es que la estampa es apasionante cuando menos y sí, para todos aquellos cenizos, quejicas, agoreros y demás huevos cuadraos del gremio, el problema sin quererlo nos ha colocado ante una inmejorable oportunidad. Cierto es que la misma nos ha salido muy cara y tremendamente trágica, pagando la minuta precisamente aquellos que tanto sudaron y se deslomaron para tener nosotros los privilegios que ahora mismo tenemos, así que solo por eso, para algo debe de servirnos todo este desastre. Algo, lo que sea, estamos obligados a aprender y a mejorar, cada uno en su ámbito, afrontando las dificultades y contratiempos con optimismo, siendo nosotros parte de la respuesta y no del problema.

Andaba desesperado el siempre convulso universo educativo en la búsqueda de ese vital punto de apoyo en el que emulando a Arquímedes hacer palanca y poder así mover el mundo. Ese impulso definitivo que pusiera la gigantesca rueda del cambio educativo en marcha, devolviendo a la las escuelas y colegios un reconocimiento a su labor social y educativa que instalados constantemente en el egoísmo de la individualidad de cada cliente, cada vez más se les niega, así como la consideración hacia unos docentes a los que nunca nadie saldrá a aplaudir. Y de repente sin quererlo ni esperarlo: «¡voilá!», de la noche a la mañana y obligados por unas imprevistas y despiadadas circunstancias, se estrecharon más que nunca los lazos entre familia y escuela, consiguiendo esa necesaria complicidad para el proceso educativo que tanto siempre demandamos los unos y los otros, docentes y padres. Las relaciones se humanizaron, se empezó a pensar en el otro no como alumno, madre, maestra, sino como persona. Los unos se apoyaron en los otros, se intercambiaron por redes mensajes sinceros, llamadas personales, felicitaciones, vídeos mostrando la intimidad más recelosamente guardada, no la de nuestras casas sino la de nuestros corazones... y lo más importante, unos y otros reconocimos la labor de quien estaba al otro lado del teléfono o pantalla de ordenador. Por algo se debía empezar y créanme esto no es poco.

Es evidente que también hubo notas discordantes. Docentes que desde su retiro no entendieron la situación y siguieron a lo suyo como si no impartir este o aquel contenido de su súper asignatura fuera un crimen a la humanidad. Padres y madres que desde el primer día despotricaron de las tareas que desde los centros, obligados por consejerías, les hacían llegar. Administraciones ocupadas y preocupadas en evaluaciones y notas numéricas que no les generaran futuros problemas y reclamaciones, así como ministros y consejeros capaces de decir en la misma frase una cosa y la contraria. Estaba claro que el proceso, la gestión de la crisis por su improvisación, por su inmediatez y por su incertidumbre iba a presentar miles de flecos, de descosidos y de rotos que durante la marcha habría que zurcir y remendar, pero se había ganado una primera batalla, se había humanizado al máximo el proceso educativo. Los agentes más importantes del mismo: familias, alumnos y docentes volvían a estar en el mismo bando, juntos, remando en la misma dirección. Ahora de todos dependerá mantener esa necesaria complicidad, no solo cuando el viento sople en contra y el barco amenace como lo ha hecho en estos tiempos con quedar a la deriva, sino también cuando las agua del mar vuelvan a quedar calmas y nuevamente naveguemos con el viento a favor, que es cuando a falta de peligros latentes todos empezamos a pensar más en nosotros mismos y menos en los demás.

Es el momento. El momento de dar un paso al frente y de aprovechar esta inmejorable oportunidad para repensar y rediseñar muchas de las cosas que sabemos antes no nos funcionaban.  El momento de aprovechar las nuevas circunstancias para ver en ellas oportunidades y no barreras. Sin dejar por supuesto de alzar la voz y de reivindicar apuestas, recursos y medidas valientes que amparen y mejoren el sistema, pero también sin caer en el ansiado inmovilismo de aquellos que esperan la vuelta a lo que ya había. O nos adaptamos a las nuevas condiciones y las hacemos nuestras, o el fracaso está asegurado. Eso está más que claro. Torcer el morro, fruncir el ceño, quejarse y engordar nuestra retahíla de "es ques" de maestricos que también los tenemos y no pocos, nos hará perder una inmejorable oportunidad para la mejora del mundo educativo.