Opinión

Es hora de replantear el uso universal de la mascarilla

Entre todas las medidas empleadas para combatir esta pandemia, la que más destaca en España por su visibilidad y ubicuidad es el uso obligatorio de la mascarilla. Si paseas por cualquier ciudad de España, te enfrentarás con un mar de caras enmascaradas. En una encuesta de enero de 2021, el 96% de los españoles, mucho más que los ciudadanos de cualquier otro país encuestado, declaraban que “siempre” llevaban la mascarilla fuera de casa.

El mero miedo a ser multado no explica el cumplimiento “a rajatabla” de esta norma en sitios donde la policía rara vez patrulla, como parques, playas y montes. Para bien o para mal, se ve que gran parte de los españoles han puesto su fe en el poder de la mascarilla para proteger su propia salud y la de los demás.

Pero esta fe ¿en qué se basa exactamente? ¿La mascarilla realmente inhibe transmisiones comunitarias de Covid-19, o será más bien una muleta psicológica, para aliviar miedos y darnos una ilusión de seguridad cuando tratamos con la gente?

Varias prestigiosas autoridades científicas han concluido que las evidencias a favor de la eficacia de la mascarilla son inciertas e inconcluyentes. 

Por ejemplo, la Organización Mundial de Salud ha constatado en diciembre de 2020, que “actualmente solo existen evidencias científicas limitadas e inconsistentes para mostrar la eficacia de enmascarar a gente sana en la comunidad para prevenir contagios con virus respiratorios...” El Centro Europeo de Control de Enfermedades (ECDC) hace eco a este juicio afirmando, en febrero 2021, que la evidencia de la eficacia del uso comunitario de la mascarilla alcanza un nivel de certeza “bajo o moderado.”

En Europa tanto como en EEUU, la tendencia fundamental del virus no ha sido impactada de manera significativa por la introducción de leyes de mascarilla, ni por su retirada. De hecho, el virus tiene una evolución muy parecida tanto en regiones con como sin mascarilla.

Uno podría pensar que las regiones donde se ha exigido el uso de la mascarilla durante momentos cruciales de la pandemia habrían logrado mejores resultados que las donde menos se ha exigido. Sin embargo, en un país como Estados Unidos, cuyos estados constituyentes han aplicados una gran variedad de políticas de mascarilla, no se ha observado ninguna correlación sustancial entre la vigencia de leyes de mascarilla y reducciones de contagios por Covid-19.

Si dirigimos nuestra atención a Europa, tampoco vemos una clara correlación entre la frecuencia del uso de la mascarilla y mejores resultados epidemiológicos. Es notable, por ejemplo, que, en Suecia, donde nunca se ha impuesto una obligación universal de usar la mascarilla, las curvas tanto de hospitalizaciones como de muertes, han sido muy similares a las del Reino Unido, donde los ciudadanos sí están obligados a llevar la mascarilla en lugares públicos encerrados.  

Los países de Europa donde se reporta el uso más frecuente de la mascarilla, a saber, España, Italia, y Francia, son justo los países que más muertes han sufrido a causa de la pandemia; mientras que los países donde se reporta menos uso de la mascarilla – Finlandia, Noruega, y Suecia – han sufrido un nivel de mortalidad comparable o inferior a la promedia europea. En fin, la frecuencia del uso de la mascarilla en lugares públicos parece tener bastante poco impacto desde un punto de vista epidemiológico.

A primera vista, estos datos podrían parecer contra intuitivos, o incluso imposibles. Pero si miramos el tema con más objetividad científica, estos resultados no resultan tan sorprendentes.

Primero, es bien sabido, por los estudios de rastreo de contactos, que los contagios ocurren con muy poca frecuencia en supermercados y almacenes, y casi nunca al aire libre, precisamente los lugares donde más se puede exigir el uso de la mascarilla.

Por otro lado, la evidencia disponible indica que la gran mayoría de los contagios se dan en lugares íntimos y encerrados, concretamente en residencias y hogares privados, y, lógicamente, en reuniones íntimas entre amigos y familiares, que se pueden tener tanto en casas privadas como en bares y restaurantes – precisamente los lugares donde es prácticamente imposible exigir el uso constante de la mascarilla.

Segundo, se han comprobado muy pocos casos de transmisión desde personas que nunca manifiestan síntomas de enfermedad. Es probable que gran parte de los potenciales contagios fuera del hogar se evitan quedándose en casa cuando uno experimenta síntomas – otro factor que resta importancia a la mascarilla. 

Tercero, es muy poco realista esperar que la gente que no trabaja en sanidad haga un uso adecuado, consistente, y profesional de la mascarilla. Una mascarilla mal usada, que no se cambia o lava con frecuencia, no sirve de nada.

A pesar de las evidencias acumuladas en contra de la eficacia de la mascarilla en entornos comunitarios, esta telita se ha convertido para mucha gente en símbolo de seguridad y salud, y se seguirá creyendo en ella durante mucho tiempo porque, como reza la sabiduría popular, ¡es bien difícil nadar contra corriente!