Opinión

Consejos a mi primo Javi

El otro día me llamó mi primo Javi para saber qué tal estaba. Estas semanas nos hemos ido mandando WhatsApps, pero no habíamos hablado. Después de alegrarnos de que el tío Fermín estuviera mejor y que ya falta menos para salir del confinamiento, terminamos hablando de economía y más en concreto de su situación como pequeño empresario. Antes de este encierro ya comentamos algunas ideas y ahora me agradeció el haber podido hablarlo conmigo. No tanto porque él no supiera lo que tenía que hacer sino por tener a alguien con quién contrastarlo. Poco se habla de la soledad del empresario. Reducir la actividad al mínimo fue un acierto. Eso le ha permitido poder sostener lo que ha quedado, con los pequeños ingresos de estas semanas. Enseguida pidió un ICO y se lo dieron. Otra situación peor tienen ahora todas esas empresas y autónomos que esperan su concesión. Es urgente que el gobierno lo resuelva porque las expectativas de liquidez a bajo precio son muy atractivas y necesarias. Esperar sin que al final lo ingresen supone un tiempo perdido que puede poner en riesgo la continuidad de la empresa. No concederlo implica ir corriendo al banco a pedirlo, y todos sabemos que lo peor que puedes hacer para conseguir un préstamo es aparentar urgencia. 

A nivel laboral ha mantenido a los trabajadores de toda la vida. Tienen la mitad de trabajo, pero parte de la jornada lo han dedicado a recoger el taller, pintar el parking etc. Sabe bien que debe cuidar de ellos porque sin su ayuda no habría llegado hasta aquí y tampoco saldría luego cuando esto escampe. No pudo hacer un ERTE y ha tenido que despedir a los más jóvenes. En España es más fácil despedir que reducir el tiempo de trabajo para compartir el empleo. En países como Alemania es habitual que cuando baja la producción, la empresa reduce la jornada, pero mantiene la plantilla. Y cuando vuelve la normalidad la empresa se ajusta al 100% con solo pedirlo a los trabajadores. Despedir es una pena y tiene costes importantes, especialmente para los despedidos, pero no le queda otro remedio. Si no lo hace, en poco tiempo se quedará sin liquidez y eso es como la gasolina para la furgoneta. O aún peor, es como el aceite del motor, que si no lleva te lo cargas. Lo mismo sucede en la empresa que si no la ajustas quiebra. Y hacerlo supone responder a los acreedores. Esos que tanto critican a los empresarios no quieren darse cuenta de que para llevarse un beneficio el administrador responde con su patrimonio presente y futuro. Y si caes como le pasó al tío Manuel, además, te cuelgan el San Benito y te señalan en la calle como ese comerciante que se arruinó. 

A nivel personal me dijo que ya había pedido la moratoria de su hipoteca. Le han concedido unos meses, ampliables por si la cosa no mejora. Es un alivio descansar de ese pago porque ahora su nómina va a ser de cero euros. Mi prima Anabel, su mujer, mantiene el sueldo como enfermera, por lo menos tienen un ingreso seguro. Su objetivo es ver si este año pueden pasar justitos, pero sin tener que pedir ayuda a los tíos. La familia esa gran institución que nos cuida desde que nacemos hasta que nos vamos al otro mundo, e incluso más allá pues nos hace funerales. Hoy entierros furtivos, solitarios, y distantes. Exequias de las que no somos conscientes los que nos hemos librado de la parca, en esta sedación colectiva en la que nos encontramos. Descansen en paz.  

Lo primero es superar a este enemigo invisible. Pero ahora que vemos más cerca la salida, somos conscientes de que vamos a tener que trabajar duro para recuperar lo que teníamos hasta hace muy poco. Terminé la charla con mi pariente filosofando sobre las enseñanzas emocionales que nos ha traído la pandemia. La primera es la de ser consciente del valor de la libertad: de poder ser dueño de tu vida, de tomar un café con un amigo, de pasear con tu pareja, etc. Decía San Francisco de Asís “cada vez necesito menos cosas y las pocas que necesito las necesito menos”. Reducir es complicado en nuestra sociedad consumista, tenemos demasiadas necesidades superfluas.  Ser conscientes de ello, ya es un gran paso, primero psicológico para no tener esa presión por aparentar. Esa sin razón de dedicar horas de tu vida a comprar cosas que no te hacen feliz para impresionar a personas que no te importan. Cuando lo único que no se puede comprar (ni el hombre más rico del mundo puede) es el tiempo. Y por último decirte querido lector que los consejos de mi primo son para él, aunque igual alguno te viene bien. Yo ahí lo dejo. 

Carlos Medrano Sola
Economista 
www.eximiaconsultores.com