Opinión

Que te traiga el veintiuno lo que esperas ¿vacuna y milagroso abrazo de Iris?

Atento y desocupado lector de Plaza Nueva, ya seas o te sientas ella o él, con ocasión de la cercana y, por culpa de la pandemia de la covid, rara Navidad que vamos a celebrar o nos aguarda, me limitaré a iterar aquí el rótulo que he elegido para que encabezara estas líneas que me dispongo redactar en un santiamén: que te traiga el veintiuno lo que esperas, sea esto lo que sea. Yo ya he decidido qué me gustaría que fuera.

Dice el dicho castellano que quien espera desespera. Ese aserto es tan firme y seguro, tan cierto, que, a mi edad (ignoro si ya ha terminado el otoño y empezado el invierno de mi existencia, pero no que tienen cada una de mis alas cincuenta y ocho tacos), aún no he conocido a nadie con dos dedos de frente (es decir, con la testa tan bien puesta como para formular una primera propuesta que valga como apuesta sincera de protesta) que se haya atrevido a negar la evidencia de la verdad apodíctica que acarrea, al haber conseguido idear la refutación que la derribe del pedestal sobre el que se había instalado por su cuenta y riesgo y, por ende, la abata. Quien haya esperado más de los cinco minutos de cortesía a alguien (si no ha mediado previo aviso de demora del esperado, ella o él, tras sufrir uno o varios contratiempos) habrá experimentado dicha desesperación.

Ahora bien, lo que no dice el dicho y acaso diga a partir de hoy (si nadie objeta o presenta antes una razón de peso en contra, claro) es que quien a la espera le agregue una pizca más de esperanza de la normal o habitual, siempre que haya asumido que ese ápice complementario o suplementario que le aporta tal vez no tenga el recorrido adecuado, la consecuencia deseada, esto es, no obtenga el fruto, el propósito o la recompensa buscada, puede que se sorprenda gratamente al constatar que sí, que ese aporte extra ha dado el resultado apetecido, pues solo cuando finalice el proceso, la espera, sabrá, a ciencia cierta, si esta, aliñada con el plus mencionado, ha merecido la pena, al alcanzar el satisfactorio premio, consistente en que haga acto de presencia en la escena quien te dará (y a quien darás) el abrazo milagroso de rigor (pon a continuación el nombre de tu amada o amado; yo hace tiempo que elegí el de mi amable musa tinerfeña), Iris.