Opinión

Si hay "superhábit", hay déficit

Como lo precipuo, primero o principal debe ir en vanguardia, atento y desocupado lector (sea hembra o varón), procedo a explicar el rótulo que he elegido para que encabezara este texto: allí donde hay “superhábit”, vocablo incorrectamente escrito, como cualquier bachiller sabe (o debería saber), lo que hay, sin ninguna hesitación, es, una de dos, o déficit de atención o, lo que es aún peor, de conocimientos.

Seguiré lo mandado por Concepción Arenal (“Odia el delito y compadece al delincuente” —también ordenó “Abrid escuelas y se cerrarán cárceles”, pero está claro que no todas/os tuvimos buenas/os y aun inmejorables profesoras/es de lengua, que nos enseñaron las reglas de ortografía y aprendieron de nosotras/os, mientras se esforzaban por formarnos como personas independientes, críticas, autónomas, tanto como nosotras/os aprendimos de ellas/os, en una provechosa interacción general, común—) y por el refranero (“Se dice el pecado pero no el pecador” airea una paremia recogida en el tal), pero dejaré constancia del error mayúsculo, morrocotudo, sin duda, para ver si, así, por lo menos, no lo vuelve a cometer ni la/el que incurrió en él ni otra/o nunca más.

El sábado pasado, 17 de los corrientes, en la mitad inferior de la página 41 de cierto diario leí en el subtítulo de una información deportiva “Cierre con superhábit” (sic, así, sí —al menos, había puesto la tilde, porque no había manera de escribir el susodicho vocablo de un modo peor—, con hache y con be), yerro que volvió a iterar quien cayó en él (intentando hallar las razones que sirvieran de disculpas y explicaran tamaña equivocación, he decidido decantarme por esta, que debió tener un mal día, como todas/os hemos tenido; y más de uno) en el cuerpo o texto de la noticia impresa. Solo en otra infausta ocasión, que yo recuerde ahora, reparé en la misma falta. La leí en un informe que rubricó con un garabato un indocumentado. Todas/os somos muy ignorantes, ciertamente (eso dijo, en más de una ocasión oportuna, Albert Einstein y luego escribió —“Lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”— para concluir o rematar la idea), pero el inculto a quien me refiero lo era en grado sumo (callaré lo que ocurrió porque eso vendría a afearle aún más el comportamiento sandio que protagonizó entonces). Así que confío en la capacidad (re)creativa, fantasiosa, o la memoria de elefante del lector (sea ella o él), que, seguramente, inventará o recordará una situación parecida o similar a la que acaeció de verdad antaño, en la que quien tenía más poder en cierta parcela o sector de una empresa (sin más razón que esa, la de tener un cargo y un sueldo más alto) pretendía hacer que comulgara con ruedas de molino un subordinado suyo, el que tenía la razón de su parte, pero no ostentaba tanto poder como su superior. Cosas de la vida.

 Ergo, tomando en consideración los recuerdos que guardo de los estupendos profesores que tuve en los tres últimos años de la EGB , que cursé en el seminario menor de Navarrete, que regentaban los Padres Camilos (Arteaga, López, Piérola, Pellicer, Puerto, Sánchez,...) y las circunstancias sobre el mayúsculo error de marras, he decidido trenzar una décima que dé cuenta de todo ello, porta el título de “Cual la influencia de un maestro” y dice de esta guisa:

Idéntico yerro otrora / Advertí, el siglo pasado, / En un informe pesado / Que redactó una escritora / Y he rememorado ahora. / No son voces atrevidas, / Sino más bien precavidas: / Interminable es el estro / Cual la influencia de un maestro; / Puede inspirar a ene vidas.