Opinión

Nuestra animadversión se han granjeado

Dilecta Pilar:

Pues celebro que así sea, que te parezca bien, coherente, congruente, cuanto escribo (la verdad es que procuro que cuanto salga de mi mui o de mi péndola sea sensato, ya que suele producir en quien lo oye o pasa su vista por él, en el supuesto de haber sido escrito, una cierta sensación de descanso, dada la renuente y hasta indócil impresión de, ora barbaridad, ora insensatez, que deja, como estela o rastro, cuanto escuchamos, leemos o llega a nuestros sentidos por el canal que sea).

Quienes leímos otrora la obra satírica de José Cadalso procuramos no ser, desde entonces, unos “eruditos a la violeta” (ríete, si quieres, pero había escrito al principio, en qué estaría pensando, “eruditos a la avioneta”, así, tal cual; acaso me he retrotraído un momento en el tiempo a aquellos años infantiles en los que todos hicimos aviones de papel).

¿Que no sabías si había dado clases a los políticos? Bienvenida la lindeza, mitad ironía, mitad mordacidad, amiga. Quien echa mano habitualmente de dicha aleación o compuesto, tiene que estar abierto a que los demás puedan usarla también en su contra y no descomponerse. Si hubiera dado clases a algunos políticos (estarás conmigo de acuerdo en esto, en que en todas las formaciones —en algunas conviene buscar y aun rebuscar con sumo ahínco para hallarlos, sí—  algunos se salvan de la quema), a los buenos, estaría orgulloso, pero si hubiera sido profesor de los malos o, aún peor, de los pésimos, que los hay, no sabría dónde esconderme o meterme, para no ser visto y, así, no ser objeto de pelotazos, un mero muñeco del pimpampum).

Eso es lo que considero, que estuve, estoy y ojalá esté (en el caso de que me toque estar de nuevo en el futuro) en buenas (las mejores) manos.

¿Por qué será que atacas (que es una simple variante de que no acatas las memeces que sueltan por sus sinhuesos) a los políticos en tu nuevo texto? ¿Acaso no se han ganado a pulso y aun granjeado nuestra animadversión? Está claro que no han estado a la altura de las circunstancias (título de una obra de Ortega y Gasset y que han pasado olímpicamente de su proverbial frase o adagio —“Yo soy yo y mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo”—, condenándonos a los ciudadanos, que no nos equivocamos la primera vez, no, a la hora de votar, a tener que volver a los colegios electorales por su única y exclusiva culpa, por su dejadez, por comportarse o ser unos sandios redomados). Basta con echarle un vistazo al ultimo barómetro del CIS para extraer las consecuencias pertinentes, que los españoles estamos hasta más arriba de las narices de nuestros representantes políticos, faltos de sentido común, que es, según el grueso de los congéneres a los que les he pedido opinión al respecto, el menos común de los sentidos.

Otro (de tu amigo Otramotro).