Opinión

La pareja dispareja

Dedico el texto que obra a continuación a mis amigos Francisco Javier Arnedo (que me subió en su coche al Hospital “Reina Sofía”, HRS), Pío Fraguas (que me bajó en el suyo del susodicho recinto hospitalario, cuando me dieron el alta médica), Manuel Olmeda, “los Luises” (Calvo —a quien, aunque ayer ya le di oralmente mi más sentido y sincero pésame por el óbito de su deudo, hoy, desde estas líneas, se lo doy, asimismo, por escrito— y De Pablo), Jesús Manuel García (“Fitín”); a mis primos “Fina”, “Justy”, Nicolás, Miguel, Manoli y Eulogio; a mis hermanos Jesús María, Miguel Ángel, Eusebio y María del Pilar; a mis cuñados Elena, Alicia, María José y Jesús, y a mis ocho sobrinos; a mi compañero de habitación, Vidal Lebrero, y a sus familiares; y a todos los trabajadores del HRS (celadores, limpiadoras, auxiliares, enfermeras y médicos), en especial, a los galenos del Servicio de Medicina Interna Javier Agorreta, Elena León Brito, Pablo Ruiz (“Picasso”) y Matilde Laiglesia, que me trataron estupenda y/o magníficamente, durante la pasada semana (del 22 al 29 de enero), dándoles a todos, por su competente proceder, las gracias.

Habrá quien piense todo lo contrario u opuesto a lo que defiendo y sostengo, pero insisto en mantener que conviene reírse de todo y con todos (los que deseen hacerlo, claro; que no es ni mi anhelo ni mi propósito imponer a nadie lo que no desee hacer), sobre todo, de las incoherencias en las que uno, este menda, Otramotro, incurre. Hoy, esta mañana, por ejemplo, sin ir más lejos, servidor, que se confiesa y/o reconoce agnóstico, escéptico y ateo, antes de entrar en la sala donde le iban a hacer un TAC abdominal, ha echado mano y recitado mentalmente nueve versos pentasílabos (“Nada te turbe, / Nada te espante, / Todo se pasa, / Dios no se muda. / La paciencia —con diéresis— / Todo lo alcanza; / Quien a Dios tiene / Nada le falta: / Solo Dios basta”) de un largo poema de Santa Teresa de Jesús, porque en varias ocasiones anteriores hacerlo le ha servido para calmarse.

Aunque habrá quien ponga en tela de juicio que lo que narraré aquí, a continuación, no tiene base real, puedo asegurar o certificar (pero no ejerzo de notario ni de secretario judicial para coronarlo) que lo viví, pues lo vi con mis propios ojos y lo escuché con mis propios oídos. Se hallaba el abajo firmante tumbado decúbito supino en una cama del Hospital “Reina Sofía”, de Tudela, cuando Teresa, esposa del nonagenario compañero de habitación, Vidal, sentada en una silla de madera, tras bajar la vista, empezó a reírse y, a una de sus hijas, Reyes, presente, y a servidor, nos confesó que la razón de su hilaridad estribaba o radicaba en que acababa de darse cuenta de que, aunque los dos zapatos que calzaba eran negros, eran de distinto diseño o factura. Y los tres empezamos a reírnos a mandíbula batiente. Este sucedido jocoso fue el que propició que servidor escribiera a primera hora del día siguiente la presente décima (que porta el mismo rótulo que este escrito): Ahora y aquí quien ríe / No hace a nadie ningún daño / Cuando acude, como antaño, / A lo que oyó y se sonríe. / Cuando narra, no se engríe, / Si a lo que pasó fue fiel / Y a cucharada de miel / De romero eso semeja: / ¿Calzar una dispareja / Pareja acarrea hiel?