Opinión

Hay que leer a los autores buenos

Pienso que hay que leer a los autores (hembras o varones) buenos; y a los muy buenos releerlos, porque son proféticos (la literatura excelsa, al menos, lo es). Seguramente, el atento y desocupado lector (ella o él) de estos renglones torcidos y quien los urde, servidor, discreparemos a la hora de incluir a unos creadores y no a otros en el primer grupo, y a otros y no a unos en el segundo; pero no en el fondo de la idea susodicha. Si los buenos se han hecho acreedores de nuestra atención, los excelentes se han hecho merecedores de nuestra doble tal.

Al abajo firmante, como ser racional que es, le gusta mucho hacer uso de su razón, esto es, pensar, pero hoy hay otro menester que prefiere o aún le gusta más, por ser más productivo para su propósito, que es soñar y luego reflexionar sobre lo soñado.

Este menda había previsto escribir su parecer sobre esa tomadura de pelo que ha sido el procés. Y se ha dicho: a ver si Morfeo se porta y, si no todas,  me suministra, durante el sueño, algunas claves del mismo. Pero, durante la siesta, no he soñado ni con Mas ni con Puigdemont ni con Torra, sino con el Premio Nobel de Medicina de 1906, Santiago Ramón y Cajal, que me ha hecho leer en voz alta en clase (pues yo era uno de los alumnos en la que él impartía su lección) tres párrafos, escogidos por él, que habían aparecido publicados en su obra “Charlas de café” (1920).

Primero: “Se ha dicho muchas veces que no hay nada más inútil que la experiencia. Tan triste verdad se corrobora cuando somos víctimas de una pasión avasalladora. En la vida del enamorado, los prudentes consejos del viejo suenan como la voz atiplada de un eunuco que disertara sobre las excelencias del celibato”.

Segundo: “Nada más inútil —se ha dicho mil veces— que la experiencia. A la mayoría de los hombres nos pasa lo que a las ranas o las moscas decapitadas, que se obstinan en preservar y defender la cabeza después de haberla perdido”.

Tercero y último: “Te quejas de las censuras de tus maestros, émulos y adversarios, cuando debieras agradecerlas: sus golpes no te hieren, te esculpen”.

Ahí va, de manera escueta y sucinta, lo que he sacado en claro del sueño. La primera vez que leí esos parágrafos creí, a pies juntillas, que don Santiago se refería, sin duda, a una persona enamorada de otra. Hoy, sin embargo, tengo para mí que esos consejos los escribió intuitivamente (barruntaba que a los primeros catalanes en errar les seguirían, muchas décadas después, otros que insistirían en continuar tropezando en la misma piedra) para quienes están siendo juzgados en el Tribunal Supremo por el procés.