Opinión

Un nuevo plan de educación afectivo-sexual

El Tribunal Supremo ha suspendido una de las leyes más controvertidas que se aprobaron durante la legislatura en que gobernó el cuatripartito Geroa Bai, Podemos-Ahal Dugu, EH Bildu, e I-E. El programa Skolae de educación afectivo-sexual para la educación primaria había suscitado agrias críticas y la oposición de gran número de colegios y asociaciones de padres, así como de la Iglesia navarra. Al parecer, el Supremo ha tumbado la ley por una cuestión de procedimiento. En cualquier caso, se presenta una buena oportunidad de reelaborar un nuevo plan. En mi opinión, ese programa o algún otro de ese tipo es necesario porque la sociedad actual está padeciendo el grave problema de una erotización extrema, que también afecta a los niños como víctimas inocentes, por lo que se muestra necesario introducir nociones de afectividad saludable en la educación infantil. No parece deseable que los púberes se conviertan en autodidactas de la sexualidad. En una de sus vertientes, debería ir enfocado a erradicar la crueldad del comportamiento de los niños. En esos años, los que sufren alguna deficiencia, discapacidad o que simplemente son diferentes por algún motivo han padecido el rechazo o el maltrato de grupos de gamberros y la indiferencia de quienes no quieren meterse en problemas. Es lo que se denomina como acoso escolar o entre iguales, lo que se ha popularizado con el neologismo bullying. Educar en una afectividad que promueva valores como la compasión, el buen trato y el afecto amistoso, también para quien padece una discapacidad o cualquier tipo de impedimento, sí que parece importante. No obstante, no se entendería que se hablase de sexualidad recreativa en la infancia. Casi nadie comparte que en esa etapa primeriza urjan ese tipo de conocimientos. Aunque sí resulta adecuado que en la preadolescencia se trate el asunto de la reproducción y se hable de la función de los órganos reproductores. De hecho, esto ya se venía haciendo desde los gobiernos de Felipe González. 

Los niños en la actualidad están accediendo a la pornografía de un modo desconocido por las generaciones anteriores. Esto en sí mismo reviste de una extrema gravedad y puede ocasionar serios perjuicios en el desarrollo integral de la personalidad de los futuros adultos, que tomarán una noción enfermiza y degradante de las relaciones sexuales, sobre todo para la mujer, convertida en objeto sexual al servicio de una masculinidad voraz e insaciable. Sería muy beneficioso que se les inculcase la consciencia de la terrible inconveniencia de ser espectadores de esos espectáculos denigrantes. Debería ofrecerse a los padres un modo eficiente de censurar drásticamente la pornografía tan terriblemente accesible para cualquiera que ofrecen Internet y otros soportes. Si la brutalidad de esas escenas abominables puede dañar la sensibilidad de cualquier adulto, imaginemos el efecto devastador que tiene en la infancia y la adolescencia. En combatir esa lacra se debería poner el acento en cualquier plan de educación afectivo-sexual. Lo principal sería inculcar un conocimiento del amor, del compañerismo y de la amistad que incidiese en el respeto, la ternura, la solidaridad y la lealtad en la pareja y en la cuadrilla. Respetar a todo el mundo claramente parece un valor positivo, pero no es de recibo que se intenten eliminar de un plumazo los conceptos de familia que han regido en Occidente desde hace milenios. Otra cosa es que se introduzcan nuevos modelos de familia y de relaciones sentimentales y que se practique el respeto y la comprensión también para ellas, pero no que se pretenda socavar los cimientos de nuestra civilización. Esto lo digo sin querer afirmar que Skolae haya intentado tal cosa. Me refiero más bien a ideologías radicales que a veces se propagan desde grupos políticos muy minoritarios, pero que alcanzan gran repercusión mediática. Si hemos de respetar, proteger y amparar nuevos modelos de afectividad, se muestra como condición sine qua non que también se respete, proteja y ampare el modelo de familia tradicional, que, por otro lado, evoluciona por sí mismo al compás de los nuevos tiempos, en la medida en que la igualdad entre los cónyuges se presenta como una realidad en gran parte de los matrimonios, máxime que generalmente la mujer en la actualidad también trabaja fuera de casa o teletrabaja, con la consiguiente autonomía económica.