La vida moderna lleva implícito un movimiento frenético que nos lleva a querer aprovechar el tiempo al máximo. En detrimento de vivirlo al máximo. Una vez conocí a un hombre que hacía una semana había salido de la cárcel, donde pasó 8 años. No pude evitar tener con él este pequeño diálogo, que revela en pocas palabras la raíz de muchos de nuestros problemas:
- Tras ochos años sin pisar la calle, ¿cómo ves la vida ahora?
- La gente va muy deprisa –dijo él.
- ¿Y qué pasa?
- Si vas deprisa… te pierdes algo –me contestó.
- ¿Cómo qué? –le insistí, queriendo exprimir su percepción al máximo.
- No sé, pero te pierdes algo.
Entendí a la perfección lo que quiso decir; “si corres, te pierdes la vida, te pierdes saborearla, disfrutarla, experimentar su transcendencia”. Eso quiso decir. Al igual que expresaba Lao Tse cuando abogaba por la no-acción. Una enseñanza milenaria, pero de total aplicabilidad a nuestros días.
La vida moderna, la cultura occidental… nos ha vendido que para ser felices, para vivir plenamente, tenemos que adquirir más. Fruto del sistema capitalista y su mecanismo implícito, por cierto. Adquirir más no significa necesariamente “tener más o comprar más”. Sino “hacer más”. Pues erróneamente se admira a las personas que son capaces de hacer más, en el mismo tiempo de vida.
Contrariamente, la esencia de la naturaleza, de los animales y de las plantas es la quietud. Lo cual evidencia lo desconectados que vivimos del ritmo natural.
Qué difícil es “dejar de hacer”, para vivir mejor y saborear nuestra existencia. Empecemos por algo pequeño, pero hagámoslo ya. Notaremos que algo cambia. Empezaremos a ganar, lo que habíamos perdido de pequeños; la experiencia transcendente de la única vida que conocemos.