Enciso despidió el pasado domingo el XII Encinart con inmensa satisfacción. Una edición atípica, marcada por aforos controlados, mascarillas, gel hidroalchólico, catorce propuestas, menos espectadores; pero enormente trascedente por su signicado. Una edición convertida en símbolo de cultura segura e integradora para el pequeño mundo rural. La villa no solo se reencontró del 8 al 11 de julio con un emblemático festival que ya forma parte de su historia, sino que, además, pasó esta dura prueba de manera sobresaliente. En todo momento, se cumplieron estrictamente las medidas anti covid puestas en marcha por la asociación y mantenido un comportamiento ejemplar por parte de los asistentes a los espectáculos. Cuando, durante la tercera ola de la pandemia, nadie creía que esta empresa podría salir adelante, la organización puso todo su empeño para devolver a la comarca su esplendor artístico y cultural e invitó a la población a remar juntos en la misma dirección. Encinart se bajó del escenario, esperando volver a abrazarlo sin riesgo de contagio. Dijo hasta pronto ofreciendo una jornada donde los infantiles y la música fueron protagonistas.
La vuelta de Encinart ha conseguido demostrar, una vez más, que la cultura no perjudica ni contamina la salud; sino que distingue a los pueblos y a sus gentes, les confiere fortaleza, contiene el elixir que engrandece las mentes, eleva su mirada clara y distintamente, engrandeciendo así una memoria rural colectiva, sólida y crítica como único antídoto que podrá librarnos de este y otros virus, aquellos que llaman “molinos” cuando, en realidad, son gigantes.
