Opinión

Lección de humanidad

Tras un periodo de 3 meses de hospitalización debido a un episodio de ICTUS sufrido por mi madre, mi familia y yo nos vimos obligados a tomar una decisión de manera un tanto apresurada: el derrame cerebral le había provocado una notable disminución en su movilidad y capacidad de expresión que le impedía vivir sola en su casa.

Después de valorar diferentes posibilidades de atención domiciliaria tomamos la decisión de ingresarla en la Residencia Nuestra Señora de Gracia de Tudela (La Milagrosa), lo que supuso un desafío emocional y moral que nos provocó cierto vértigo, especialmente por no tener la certeza de estar haciendo lo correcto. Cabe señalar que ella, hasta entonces, era completamente autónoma y, además residía en otra ciudad. Claro está que Tudela era un entorno desconocido para ella.

Después de unos comienzos un tanto inciertos, resultado lógico de su desubicación inicial, fui observando, a lo largo de las visitas diarias, una mejoría en su actitud, que repercutía favorablemente en su tranquilidad y bienestar emocional, hasta el punto de que, meses más tarde, mi madre llegó a decirme con cierta dificultad “ésta es mi casa”.

Aquello me hizo reflexionar sobre las causas que habían provocado aquel cambio de actitud en ella y, día a día, fui descubriendo algunas de las razones que lo habían ocasionado. Curiosamente, aquellas razones tenían nombres y apellidos. 

Algunas reseñas en prensa les habían sacado del anonimato en los inicios del COVID cuando gran parte del personal de la Residencia, junto al grupo de religiosas que allí residen, decidió voluntariamente encerrarse con los y las residentes para minimizar el efecto contagio.

10 años después de su llegada se cierra el círculo: Concha, mi ama, acaba de fallecer y aquellas mismas personas que la acogieron en La Milagrosa, haciéndole partícipe de un nuevo hogar, la despiden hoy como si de un familiar suyo se tratara.

Quiero destacar y poner en valor la humanidad y el afecto con que, tanto mi madre como mi familia, hemos sido tratados a lo largo de estos años y, especialmente, en los últimos momentos, en los que los empleados y empleadas de La Milagrosa han ido mucho más allá de lo estrictamente laboral, haciendo más amable un momento tan amargo.

Sirvan estas líneas para rendir un sincero y sentido homenaje a todo el personal de la residencia que ha compartido estos años con Concha: personal de limpieza, mantenimiento, administración, sanitarios, y en especial al personal auxiliar y a las religiosas que, día a día, se esfuerzan para mejorar la calidad de vida de las personas que allí residen. 

Vuestra dedicación y empatía no han pasado desapercibidas para mí y mi familia. Por eso queremos agradeceros que la búsqueda del bienestar de cada residente sea vuestra máxima prioridad. 

Gracias por vuestro compromiso y por ser ejemplo de profesionalidad y humanidad en el día a día de nuestros seres queridos.

Concha Pastor Galán
Concha Pastor Galán