Opinión

Solidaridad

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photo_camera Un vecino donando sangre en Tudela

Hubo un tiempo en que no existía la palabra SOLIDARIDAD. Quiero decir que nadie la empleaba, que su significado quedaba relegado a los diccionarios y que ni siquiera aparecía en los textos literarios de esa época. Los ciudadanos vivían de espaldas a ella, desconociéndola. 

En ese tiempo cuando un hombre que vivía solo caía enfermo la vecina de rellano a la hora de comer le pasaba un plato de sopa; cuando a una anciana se le estropeaba la cuerda de la persiana el chico de la tienda de ultramarinos subía a reparársela (gratis) y cuando el abuelo se quedaba viudo se lo llevaban los hijos a vivir con ellos, sin habitación propia quizá, pero con un sofá cama que se abría después de finalizar la carta de ajuste de la televisión y al abuelo le sabía a gloria. En ese tiempo no existía la palabra SOLIDARIDAD.

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Entonces... ¿cuándo empezó a sonar?

Yo tengo mi propia teoría. En 1980, en medio de una Polonia comunista que empezaba a hacer aguas, surge SOLIDARIDAD, el sindicato presidido por Lech Walesa, germen de la caída posterior del régimen. De repente, por la importancia histórica de lo que allí estaba sucediendo, se empieza a oír la palabra en todos los informativos y medios de comunicación un día tras otro, y se oyó tanto y transmitía un concepto tan elevado de las relaciones entre humanos que fue calando en el lenguaje, en el periodístico, en el  literario y en el del pueblo, de  manera que el término SOLIDARIDAD se convirtió en una especie de atributo ejemplar que poseen los seres humanos o las sociedades cuando ejercen acciones en favor y por el bien de otros seres humanos o de otras sociedades: “España es muy solidaria”, “Es una persona excelente, es muy solidaria”. Curiosamente, la acepción de la RAE no es tan loable : “Solidaridad: adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. ¿Y si la empresa tiene un fin malvado?

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En fin, lo que vengo a decir es que la palabra SOLIDARIDAD  ha ido creciendo en este tiempo en importancia llegando a constituirse como una de las mayores virtudes que se pueden tener, como si la preocupación y la atención hacia el que lo necesita fueran invenciones modernas a las que todos debemos apuntarnos si queremos estar al día. Y lo más curioso de todo es que cuanto más va creciendo y más se va extendiendo el vocablo menos personas hay que llevan la sopa al vecino enfermo (ni siquiera lo conocen), las ancianas a las que se les rompe la cuerda de la persiana se quedan sin ver la calle a no ser que tengan la pensión suficiente para pagar un buen seguro del hogar y los abuelos ni conocen el color del sofá del salón de sus hijos. 

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Sin embargo, de la misma forma que al olmo seco de Antonio Machado, en medio de la podredumbre de sus ramas “con la lluvia de abril y el sol de mayo/ algunas hojas verdes le han salido…”, en medio del desinterés por el otro, del individualismo, del voraz mercantilismo de nuestro tiempo… hay quien practica y vive una auténtica SOLIDARIDAD, entendida desde muchas concepciones: adhesión a un proyecto social necesario, práctica de la bondad, empatía y amor hacia nuestros semejantes, generosidad verdadera… Mujeres y hombres que donan parte de uno de sus órganos –su sangre-, sin ningún tipo de remuneración, de forma periódica durante una buena parte de su vida, para salvaguardar la salud de cientos, miles de personas anónimas que jamás lo van a saber ni van a tener ocasión de agradecerlo. ¡Increíble! 

Un ¡hurra! fantástico, monumental, a los DONANTES DE SANGRE y a su ASOCIACIÓN, que contribuyen de una forma crucial al bienestar, a la salud y a la esperanza de vida de toda nuestra sociedad. Por muchos homenajes que les dediquemos, nunca podremos agradecerles en justa medida su inmensa e imprescindible labor.  ¡Va por ellos!

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