Opinión

Ceja rota y discurso político

La violencia no siempre es fácil de identificar, la tenemos muy normalizada y, bajo ciertas formas de expresarse, puede pasar desapercibida o tomada como algo "que es esperable". Además de ser  un hecho inherente al ser humano, tiene diversos tipos, autoinflingida, colectiva, interpersonal, física, psicológica, económica, política, religiosa, cultural, verbal o sexual.

Pero, ¿qué es la violencia? La violencia es “la utilización de la fuerza física o del poder contra uno mismo o contra otros, de modo que este acto cause daños físicos, daños psicológicos o privaciones”. Esto significa que violencia es la utilización de las agresiones físicas para perjudicar a alguien, pero también el uso del poder, algo más abstracto, para causar daños o limitar significativamente las opciones que se le plantean a una persona. 

Todo lo anterior viene como introducción a la agresión recibida por la diputada nacional de VOX, Rocío de Meer en Sestao. No seré yo quien legitime ni justifique ni ampare la violencia física para hacer callar a quien no me gusta políticamente hablando. Pero sí pretendo entender el proceso por el cual se ha llegado a este extremo, igual que entiendo el mecanismo de un automóvil para andar, en ese sentido va la palabra “entender”. La violencia tiene un proceso, si bien los procesos son diferentes dependiendo del tipo de violencia que sea, institucional, familiar, bulling, religiosa, etc.

Generalmente, han sido las instituciones de las que nos hemos dotado, quienes tienen la legitimidad de utilizar la violencia para mantener el orden público. Un orden público, generalmente utilizado para mantener el statu quo del poder hegemónico.

En determinados momentos de la historia política española se ha reproducido la violencia a través del discurso político desde la tribuna del Congreso de los Diputados, disimulado como libertad de expresión, reforzando la necesidad de implementar normas penales y generar opinión pública en torno a ellas, lo que puede dar cuenta de cómo el Estado y los grupos hegemónicos buscan reafirmar lo que debe entenderse por orden social, fortaleciendo  la necesidad de introducir normas penales que definen al “enemigo” en determinados contextos  históricos. Son bien conocidas las diatribas sobre inmigrantes, derechos LGTB+, relaciones laborales, negacionismo sobre violencia machista, etc. etc. En esos debates se generan enemigos, quizá sea lo buscado, violencia y odio al “otro”.

El análisis del discurso político en España revela cómo a través de éste se han motivado, acrecentado y perpetuado diversas formas de violencia que han tenido distintas manifestaciones: en la pugna bipartidista entre partidarios de una y otra facción política. La importancia del discurso como estrategia, supone el uso de un lenguaje cargado de  connotaciones  ideológicas  y  de  prejuicios  que  fortalecen  la  estigmatización social,  es  decir,  la  formación  del  “enemigo”  en  el  interior  de  una  sociedad. Por lo anterior, el empleo del discurso político en España por algunos grupos políticos en determinados contextos, tiene una estrecha relación con la generación de conflictos, y en el mismo sentido, con la reproducción de la violencia. Es así como a través del lenguaje, en muchas ocasiones se ha inducido a los individuos a actuar de forma intolerante frente a quienes representan la diferencia, que son catalogados como opositores a los intereses de algunas esferas, que logran sugerir  en  amplios  sectores  sociales “el  imaginario”  de  que  lo  opuesto  es  lo  que genera desorden y violencia. La violencia es generada, en algunas ocasiones, a través de nominaciones que se identifican con lo inaceptable, con lo que define al “otro”. Se ha naturalizado un discurso político limpio en las formas, pero sucio y poco ético en el fondo. En consecuencia, si algunos discursos, generan enemigos, ¿esos discursos generan violencia? ¿Generan intolerancia? Muchas veces pienso que la mano que arrojó la piedra contra la diputada de Meer se encuentra todavía leyendo el discurso en la tribuna del Congreso de los Diputados. Sin ningún lugar a dudas, el lenguaje es la primera herramienta de la violencia y un lenguaje violento es tanto o más lesivo que la violencia física o psicológica. Además, quien no tiene esa tribuna para expresarse, ni acceso a una discusión entre antagonistas, su recurso puede ser la piedra o el insulto. 

Respecto a la intolerancia me quedo con la paradoja de Karl Popper.

"La tolerancia ilimitada debe conducir a la desaparición de la tolerancia. Si extendemos la tolerancia ilimitada aun a aquellos que son intolerantes; si no nos hallamos preparados para defender una sociedad tolerante contra las tropelías de los intolerantes, el resultado será la destrucción de los tolerantes y, junto como ellos, de la tolerancia. Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas. Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal".

Echo de menos a una Ángela Merkel en España como forma de trato a los intolerantes.