Opinión

Talibanes made in...

Ya antes de su victoria sobre USA y Europa, los talibanes impresionaban con su aspecto feroz, hasta el punto de que su nombre se da también a otros cuyas circunstancias son diferentes. Inicialmente fueron estudiantes de teología islámica fanatizados. Nuestros talibanes han sido también en muchos casos estudiantes y jóvenes fanatizados en la “teología” nacionalista que ha predicado el odio a España y la yihad o “guerra santa” abertzale contra el invasor, el hereje y el discrepante. 

El punto de partida de la fe talibán abertzale fue “la raza vasca es el único dios y Sabino es su profeta”. Poco importó que al final de sus días el profeta se desdijese de sus revelaciones. Sus seguidores reinterpretaron y desarrollaron la revelación inicial y la raza fue sustituida por la lengua, la tierra, el pueblo. Si los de Afganistán se fanatizaron en escuelas de teología y fueron extendiendo su fanatismo en la sociedad, los de aquí se fanatizaron en otro tipo de escuelas, o en ocasiones en la familia; y siempre en la escuela de los amigos, de la calle, de la herrikotaberna. 

Como aquéllos, éstos se han caracterizado por su brutalidad, su falta de respeto a la libertad ajena. Su crueldad se vio en ETA, punta de lanza de su yihad independentista (¡aquellas ruedas de prensa de tres desalmados encapuchados bajo el emblema sangriento del hacha y la serpiente…!), en sus cómplices y chivatos, en los del “algo habrá hecho”, en los del silencio cobarde, en los del mover el árbol y recoger las nueces, en los ongietorris... Como aquéllos, éstos trataron de echar a los “invasores”: a la Guardia Civil, al ejército, a los partidos españolistas, al idioma y a la cultura española. Su ideal habría sido una victoria rotunda como la de los afganos. ¿Cabría esperar menos de una raza superior? Aunque no tan espectacular, la han conseguido en buena parte. Como en el caso afgano, por el desistimiento y la ciega ambición cortoplacista de los gobiernos del PP y del PSOE. 

Han tenido y mantienen las obsesiones de los tiranos: impedir la libertad de los demás, su derecho a discrepar, a difundir y defender ideas ajenas o contrarias a la fe abertzale. Han tratado de imponer cuanto han podido su sharía, su forma de pensar y de vivir, su sociedad sin libertad. Su sueño fue un Estado talibán, una especie de Afganistán aislado del mundo, encerrado en sí mismo, incontaminado en su pureza abertzale. También los de aquí han tenido su uniforme: pantalones de petachos, rastas, pendientes, camisas de leñador, botas de monte, todo lo que pueda dar aspecto de ruralidad, de “ser de aquí”, de  pureza no contaminada por lo foráneo, lo común, lo universal.

Afganistán es la prueba de que los talibanes nunca desisten, nunca dejan de combatir, de tratar de conseguir sus objetivos, de imponer su sharía donde pueden. Aquí antes con la violencia terrorista. Ahora con la fuerza de los aparatos del poder legal. Pensar “ya se cansarán” o “ya se aburguesarán y se moderarán”, seguramente es engañarse. El engaño es tentador, porque combatir sus ideas era antes peligroso y ahora es al menos incómodo. Aliarse con ellos y favorecerles por afán de poder como hacen Sánchez y Chivite es una traición imperdonable a las víctimas. 

Los talibanes de allá han ganado por abandono del adversario. La lección a aprender es que si no se combate ideológica y políticamente a los de aquí, también acabarán ganando.