Opinión

Sócrates-Jesús

Plutarco escribió varias  “Vidas paralelas” comparando a  Alejandro Magno con Julio César, a  Alcibíades con Coriolano, a Demóstenes con Cicerón etc.. Podría haber  comparado a Sócrates con Jesucristo, pero se centraba en personajes importantes en política. Y si Sócrates no quiso protagonismo político en Atenas (criticó el sistema ateniense de ocupar los cargos por sorteo y durante la tiranía de los Treinta se negó a hacer un trabajo sucio), menos lo quiso Jesús, que rechazó el mesianismo político que otros le exigían, que dijo “mi reino no es de este mundo” y rechazó la tercera tentación de Satanás (“todo esto te daré (el poder sobre el mundo) si, postrándote, me adoras”).

Uno y otro fueron maestros y su magisterio les costó la vida. Los dos fueron acusados y condenados a muerte, y prefirieron morir a retractarse: dieron su vida como testimonio de la verdad de sus palabras y sus actos. No escribieron sus enseñanzas. Sabemos de ellas y de su vida por  sus discípulos. Los dos creyeron tener una misión y su  vida se centró en cumplirla sin preocuparse por las consecuencias. En el fondo estuvieron humanamente solos. Jesús más que Sócrates. Éste solía quedarse parado en la calle, concentrado, solo con sus pensamientos. Jesús necesitaba la soledad. Solía ir a algún lugar apartado antes de amanecer para, en soledad, rezar. No buscaron el éxito, y tan no lo buscaron que encontraron el fracaso, el rechazo y la condena a muerte. Uno y otro han sido las dos raíces fundamentales de nuestra civilización, de la filosofía y de la religión. 

La cuestión de la verdad es central en ambos. Sócrates enseñaba, también con su ejemplo, que la vida que vale la pena es la que se dedica a buscar la verdad. Dado a la ironía, decía que él no sabía nada, que no tenía verdad alguna que transmitir, que solo ayudaba a otros a encontrar la verdad, a “darla a luz”. También en Jesús la verdad es central. Pero hay una diferencia abismal. Dijo que había venido al mundo para dar testimonio de la verdad. O sea que sabía la verdad y la enseñaba. Y afirmó algo más impactante o escándaloso: “Yo soy la verdad”, “Yo soy la Luz del mundo”. Pero  no era un egocéntrico. Al revés. Dijo “no he venido para hacer mi voluntad”, “he venido a servir”.

Sócrates enseñaba que hay que cuidar el alma, que es mejor padecer el mal que hacerlo, que el mal es una mancha que queda en el alma etc. Jesús dijo que tenía poder  para quitar esa mancha, para perdonar los pecados, y que precisamente para eso había venido al mundo. Los pecadores le estamos muy agradecidos. Decirlo fue una de las causas de su muerte. Le acusaron con razón de hacerse igual a Dios. Y -llamaba Padre a Dios- de pretender nada menos que ser el Hijo de Yahvé. 

Sócrates decía que tenía un “demon”, algo así como un ángel de la guarda cuya voz le   guiaba en la vida. Jesús dijo en la sinagoga de Cafarnaúm que el espíritu de Dios estaba sobre él y le guiaba, como había profetizado Isaías. Y prometió enviarlo a sus discípulos. 

En la acusación y condena de los dos hubo un componente religioso y otro político. A Sócrates lo acusaron de no creer en los dioses de Atenas y de corromper a los jóvenes  (su discípulo Alcibíades traicionó a Atenas). A Jesús, de falso profeta, de blasfemo, de hacerse igual a Dios y de pretender ser Rey de Judá (de mesianismo político: el rótulo en la cruz lo decía). Sócrates murió de forma dulce, digna, arropado por sus discípulos.   Jesús, después de ser ridiculizado, torturado y humillado públicamente, tuvo una muerte horrible, indigna, de esclavo, desnudo en público, abandonado y negado por sus discípulos. Cuatrocentos años antes, Platón, discípulo de Sócrates, escribió  que si un ser del mundo sobrenatural viniera a salvarnos, lo mataríamos. Como se sabe, cuando todo parecía destinado al olvido, los que le habían abandonado y negado proclamaron, como dice San Pablo, algo escandaloso para algunos, irrisorio para otros: haberlo visto vivo tras su muerte, hablado con Él y recibido el encargo de difundir  su mensaje. Testificaron la verdad de todo ello con sus vidas. Hasta hoy, generaciones sucesivas han aceptado esos testimonios  y han transmitido a sus hijos su confianza en Él como salvador, dando a su vez testimonio con sus vidas (hace poco en Irak y en otros lugares). Solo en honor de Alguien así pudo componer Bach algo tan grandioso como su Pasión según San Mateo.