Opinión

Potemkin en Moncloa

Los no historiadores lo desconocemos todo de los otros ministros de Catalina la Grande, pero sí sabemos algo de Potemkin. Su fama viene de que, en un viaje de Catalina a la península de Crimea en 1787, antes de que la ilustre comitiva pasase por cierto lugar, gente de Potemkin montaba un decorado que parecía ser un pueblo bonito en el que se movían falsos felices campesinos, gente de Potemkin. Rebasado el falso pueblo por la comitiva, se desmontaba el tinglado y se volvía a montar otro más adelante. ¿Para qué? Parece que para que los embajadores que acompañaban a la emperatriz tuvieran buena imagen de la Rusia profunda. Potemkin significa tinglados falsos montados por el poder para engañar haciendo creer que todo está bien y es bonito.

Con las veces que Sánchez nos ha mentido, ¿cabe extrañarse de que se le vincule con Potemkin? Todas sus falsedades son eso, tinglados falsos construidos con palabras o números para dar buena y falsa imagen a los votantes: sus falsas promesas, sus falsas cifras de muertos en la pandemia, sus encuestas de Tezanos, sus cifras económicas manipuladas …, o sus verdades que ha ocultado (la gravedad de la pandemia para montar la manifestación del 8 de marzo, los motivos de su cambio de posición sobre el Sahara...). Tinglados falsos, como los falsos pueblos de Potemkin. 

Dar imagen de persona cercana y aceptada por la gente es vital para el narcisista: ¿qué era la película “Cuatro estaciones” con él de protagonista sino un tinglado cinematográfico potemkiniano creado a mayor gloria suya? Cosa diferente son los contactos espontáneos con la gente, que son imprevisibles y en alguno ha recibido bofetadas. Dos muy dolorosas: una, la del paisano de la España profunda que, en su visita al incendio de la Sierra de la Culebra, respondió a su “lo arreglaremos” con “¿Arreglarlo ...?¿Tu arreglarlo ...?” Otra, la del tipo de la pancarta con el “Que te vote Txapote”. Ahí se acabaron los encuentros espontáneos y se retomó lo potemkiniano. Sus 390 asesores le están montando escenarios más o menos falsos para que se luzca. Como la partida de petanca con jubilados. El tinglado pretendía mostrar un Sánchez rocero que muy bien podría jugar con usted o conmigo a lo que fuera, como un igual. Tinglado falso. Los jugadores eran gente suya, de la UGT, como eran gente de Potemkin los falsos campesinos. 

Otro tingladillo potemkiniano ha sido la supuesta partida de ajedrez con la campeona iraní Sara Kaden. Su twitt (“¡Cuánto he aprendido hoy! Todo mi apoyo a las mujeres deportistas!”) desvela lo que buscaba Potemkin: dar imagen de humildad (falsa) y de feminismo. Seguramente ni sepa cómo se mueve un alfil. 

Otro posterior, su partido de baloncesto en silla de ruedas con unos de Leganés. El tinglado estaba prediseñado al milímetro: el falso paralítico llevaba una camiseta con el número 49, el número del artículo de la Constitución que Potemkin va a cambiar y que hará falsamente felices a los de la silla de ruedas, que dejarán de ser minusválidos para pasar a ser discapacitados. Propaganda vacía. Veremos más tinglados ficticios.

Por el contrario, no asistió al funeral por el sacristán asesinado por un islamista en Algeciras. Podía haberse marcado un tanto, pero su cristianofobia visceral se lo impidió. 

Sánchez se pregunta cómo pasará a la historia. Merece pasar como Potemkin segundo.