Opinión

El Papa y Pedro Sánchez

Uno no es nadie, pero en su nadiedad no puede evitar alarmarse pensando (como muchos) que el Papa se está equivocando por ejemplo al no cortar la deriva del sínodo alemán hacia un protestantismo o una mundanización estéril (la apostasía es ahí galopante), al reprimir a algún obispo ortodoxo tipo Strickland, o al autorizar (“Fiducia Supplicans”) la bendición de parejas homosexuales.

Acerca de esto último, hace dos años el propio Papa y el entonces Prefecto para la Doctrina de la Fe afirmaron en un documento que “la Iglesia no dispone ni puede disponer del poder de bendecir uniones del mismo sexo”. Ahora, con un nuevo Prefecto, argentino como él y elegido por él, viene a decir lo contrario, pues si se bendice a una pareja, se bendice lo que la hace ser pareja, lo que la une, la relación en este caso homosexual, la unión antes no bendecible. En este cambio hay ya una analogía nada tranquilizadora con Sánchez, que dice una cosa y la contraria según le conviene. En el socialista se explica porque es un farsante egocéntrico, ateo y amoral. En el Papa alarma a muchos católicos. Comparar es odioso a veces, pero eso no pasaba con Benedicto XVI.

Se ha tratado de justificar el cambio inventándose una bendición ad hoc y diciendo que no es litúrgica sino pastoral y privada y que no se cambia la doctrina, pero la cosa no se sostiene. Como otros han señalado, si se pueden bendecir esas parejas, se podrán bendecir parejas incestuosas o pederastas, o tríos amorosos, o grupos mafiosos, o asociaciones de directores de abortorios etc. Si de lo que se trata es de bendecir lo que de bueno hay en la pareja, algo de bueno habrá también en esos otros grupos. 

Además y sobre todo, el cambio no parece estar de acuerdo con la tradición, con el mensaje y la misión de Cristo, con la verdad. Los puntos 2.357 y 2.359 del Catecismo, que recogen esa tradición, dicen con razón que los actos homosexuales están cerrados a la creación de nuevas vidas y son por eso contrarios a la ley natural, y por lo mismo desordenados y no pueden recibir aprobación en ningún caso. Y que los homosexuales (y todos) están (y estamos) llamados a la castidad. Los dos puntos forman un todo y son una muestra de la armonía entre la razón y la fe, entre la ley natural y la divina, pues el fin último de la sexualidad en la naturaleza no es el placer del individuo, sino la propagación de la especie. Según eso, actúa de acuerdo con ambas leyes quien vive su sexualidad de modo que el propio placer no sea el fin único o último, sino que, como dice el Catecismo, se abra a la transmisión de la vida. En eso mismo consiste la castidad. Y no cumple ni una ni otra quien hace lo contrario. La masturbación, las relaciones homosexuales y otras incumplen la ley natural, o lo que es lo mismo, la ley divina, y a esto último se le llama “pecado”. Equivalen a decir a Dios “hágase mi voluntad y no la Tuya”, a ponerse a sí mismo por encima de Dios; lo contrario de lo que mandó Cristo en el Padrenuestro. Naturalmente, pasa de todo esto el egocentrismo hedonista y ateo hoy dominante.

Las parejas homosexuales que quieran recibir una bendición católica lo tienen fácil, pues pueden ir a misa y al final serán bendecidos junto con los demás asistentes. Pero (¿egocentrismo? ¿Orgullo gay?) eso no les basta a algunos, quieren que se les bendiga a ellos solitos y en cuanto pareja gay; que se bendiga por tanto su relación homosexual que les hace ser pareja. Además, quienes ahora están siendo bendecidos en Alemania y en otros lugares parecen ir a la bendición decididos a continuar con su relación homosexual, a seguir incumpliendo la ley natural y divina. Y quienes los bendicen lo saben. Vienen a decir a Dios “seguiremos haciendo nuestra voluntad y no la Tuya” y además “bendice nuestro rechazo de tu voluntad”. Doble contradicción con el Padrenuestro, doble ponerse por encima de Dios. ¿También en parte, del bendecidor? Grave asunto.

Cristo vino a perdonar los pecados no a bendecirlos, y eso requiere arrepentimiento y propósito de cambio, algo que parecen faltar en esos casos. Bendecir una situación de pecado que se quiere mantener es traicionar su mensaje y provocar escándalo. Convendría recordar lo que Cristo dijo sobre el escándalo, lo que escribió San Pablo sobre el “depósito de la fe” (la tradición), o el profeta Ezequiel sobre los malos pastores. 

En nuestro mundo ateo, egocéntrico, hedonista, el poderoso lobby gay y otros rechazan la ley natural y la ley divina, y han logrado que se considere igual matrimonio el heterosexual abierto a la reproducción de la especie y el homosexual cerrado a ella. ¿El Papa se está sometiendo a ese poder y quiere congraciarse con él? Da esa impresión. Pero según el evangelio, Cristo no vino a congraciarse con ese mundo sino a cambiarlo, y fue y sigue siendo rechazado por él, y sus seguidores y representantes deberíamos imitarle.

Una última analogía Sánchez-Papa: Sánchez está haciendo una indecente ley de amnistía, y a raíz de ella, lo que fue delito ya no lo es y resulta que los jueces no debieron condenar aquellos actos. Bendecir parejas homosexuales implica algo parecido. Es como si Francisco hubiera hecho una ley de amnistía y a raíz de ella, lo que era pecado ya no lo fuera y se le dijera al Juez divino “ya no debes condenar, sino bendecir el rechazo de Tu voluntad, de Tu ley”. Otra vez el egocéntrico y anticristiano “hágase nuestra voluntad y no la Tuya”, el anticristiano contribuir a la pérdida del sentido de pecado. Los daños políticos producidos por la amnistía del uno y los daños religiosos causados por la “como si amnistía” del otro son grandes.