Opinión

El paraíso

Domingo 30 de octubre. Uno de los coros que participan en el festival de Tolosa canta a la tarde en la iglesia de San Nicolás de Pamplona. Son jóvenes de veintipico años que estudian música en una Universidad de los Estados Unidos. Un chico que habla español va presentando las canciones y traduciendo las autopresentaciones que hacen de sí mismos chicos y chicas que cantan fragmentos de ópera como solistas. 

Quizás sea un espejismo, pero viéndoles y oyéndoles, se repite una sensación ya tenida otras veces ante jóvenes estadounidenses en situaciones parecidas: la impresión de que en ellos hay todavía una especie de ingenuidad espontánea, de inocencia, de idealismo. Como si en ellos hubiera aún algo limpio, inocente, como si el pecado original no les hubiera afectado del todo, o desde luego menos que a nosotros los europeos, más viejos, más maleados. 

La sensación se confirma al final del concierto cuando el chico presenta la propina, una canción religiosa, y habla con total normalidad y espontaneidad de Jesús nuestro Salvador en el que creemos y confiamos … Algo así sería impensable y quizás hasta prohibido en un coro español, salvo que fuera de y en una parroquia. 

Parecida sensación se produce también cuando el chico va confesando a lo largo del concierto repetidas veces lo encantados que están de haber conocido este lugar precioso que es el País Vasco, su hospitalidad, sus hermosos paisajes, sus maravillosas gentes etc. Reconoce que todas esas maravillas les han enamorado.

Al hacer esas confidencias, el chico que daba la sensación de pertenecer todavía un poco al paraíso original, da entonces la impresión de haber encontrado en el País Vasco una versión actualizada de ese mismo paraíso original. Les han vendido la moto de que Pamplona, Tafalla, San Adrián, Tudela, Allo … Navarra, son lo mismo que Tolosa ..., que Euskadi; y otra moto más, la de que en Euskadi todo es maravilloso, y en su ingenuidad los americanos han comprado las dos motos con entusiasmo. 

Todo es bueno p'al convento nacionalista, hasta un concurso de coros sirve para extender la ideología nacionalista, no descansan. Siempre lo mismo. En los tiempos en que ETA mataba a mansalva, en el glamouroso festival de cine de San Sebastián jamás se habló de la nada glamourosa indecencia que se vivía en el País Vasco. Falso glamour en Euskadi. Ni hablaron los organizadores, ni los directores de las películas ni los glamourosos actores que presumen de compromisos con causas justas. Antes de todo esto, algunos entusiastas aseguraban que el vascuence era el idioma que hablaron Adán y Eva en el paraíso original, con lo que el País vasco vendría a ser la continuación de aquel paraíso. Ahora estamos en otra versión parecidamente pretenciosa del asunto, pero menos religiosa: el País vasco es un paraíso, o mejor EL paraíso, eso sí, laico o incluso ateo. Por lo visto, en la paradisíaca Euskadi no hay ni ha habido Otegis, ni Txapotes, ni asesinatos, ni ongietorris, ni impuestos revolucionarios, ni odio, ni miles y miles de desterrados por la “maravillosa” ETA del “hospitalario paraíso”… Todo es maravilloso, todo el mundo es bueno. El blanqueo, el gran falseamiento, sigue a toda máquina.