Opinión

Buenismo

Consiste en ir de estupendo por la vida, de perfecto, de moralmente superior y en hacerlo ver, en presumir de ello. En la parábola evangélica del fariseo y el publicano, el fariseo era buenista. Quien la conoce sabe que buenismo y cristianismo son incompatibles. Quien hoy presume de ser moralmente superior -fariseo- es el progresismo. Progresismo y buenismo son ahora sinónimos. 

El buenista es un ser satisfecho. Narcisista, se gusta, pero en realidad tiene poca o nula capacidad de autocrítica. El “no me arrepiento de nada”, tan frecuente hoy y tan típico de esta actitud vital, es síntoma de una conciencia moral atrofiada o enferma, poco capaz de distinguir el bien del mal, y por eso capaz de cometer inmoralidades enormes sin inmutarse, satisfecho. Por ejemplo, de presentar como bueno -un derecho- el matar a seres humanos en el seno materno. O de pervertir a la infancia con adoctrinamientos sexuales disparatados. O de tener comportamientos nada ejemplares sin que la autosatisfacción disminuya, como las rupturas matrimoniales (numerosísimas), o el tener pocos o ningún hijo, o el meter satisfecho a los padres viejos en residencias y quedar libre para vivir la propia vida sin ataduras. El matrimonio, los hijos y los padres viejos atan, quitan libertad y obligan a sacrificarse, y el buenismo no quiere compromisos ni sacrificios. Tiene alergia al sacrificio, al esfuerzo, a tomarse la vida en serio, a la autoexigencia, a la autocrítica. Las convicciones, las relaciones o la libertad son en él superficiales, egocéntricas, hedonistas, y la vida es sin principios, sin raíces, sin cimientos. De ahí las debilidades, las inestabilidades, las depresiones, los ansiolíticos, los somníferos … 

En el terreno de la política, el progresismo-buenismo está también siempre satisfecho, instalado en su imaginaria superioridad moral. No reconoce errores ni tiene escrúpulos. Por eso Sánchez ni se inmuta ni reconoce culpa o fallo alguno por los muertos en su gestión del Covid, ni por complacer a ETA, ni por no respetar la división de poderes, ni por mentir, ni por traicionar a los saharauis, ni por la inflación, ni por la deuda, ni por el precio de la luz etc. Y parecido Chivite: ni por gobernar con Bildu, ni por sus derroches en cargos innecesarios, ni por la fuga de empresas, ni por la pésima sanidad, ni por su mala actuación en los incendios, ni por el pufo de las mascarillas ... El progresismo, si gobierna, suele conducir al desastre. Y sin la menor autocrítica.

En la política educativa, parecido: el plan de enseñanza del PSOE es el progresismo implantado en la educación: el adiós a la autoexigencia, a la autosuperación, al esfuerzo, al sacrifico por mejorar … en definitiva, el desastre de multitudes con bajísimo nivel cultural, con sus capacidades intelectuales atrofiadas. Una castración mental masiva.

El buenismo-progresismo es incompatible con el cristiano “que no se entere tu mano izquierda de lo bueno que hace tu derecha”. Lo suyo es el presumir, la pose, el postureo, el salir en la foto, la palabrería, la vida carente de sinceridad y autenticidad. Suele ser anticristiano y vivir como si Dios no existiera, sin otro juez que él mismo (o el rebaño progresista). Juez y parte, no se autocondena jamás. Pero estas vidas satisfechas vienen de la nada y van a la nada para nada, Su aparente satisfacción es un autoengaño.

El buenismo es a la bondad como lo dorado es al oro, como una mala copia de una buena pintura es al original, como el dinero falso es al verdadero. Un timo y una decadencia.