Opinión

Antígona y nosotros

De la genial tragedia de Sófocles nos interesa lo siguiente: Creonte, Rey de Tebas, prohibió bajo pena de muerte enterrar a su sobrino Polinices (su alma no tendría descanso), hermano de Antígona, por haber muerto luchando contra Tebas. Y a la inversa, ordenó entierro con honores para su otro sobrino, Eteocloes, muerto defendiendo Tebas. En el combate, los hermanos se habían dado muerte el uno al otro. Antígona se rebeló contra la ley de Creonte y enterró a su hermano Polinices, y Creonte aplicó su ley. En el juicio, Antígona se justificó diciéndole a Creonte que por encima de su ley estaban las “leyes no escritas, inmutables, de los dioses”; leyes que se llamaron después “ley o moral natural”, y se pensó que, como ocurre en la inteligencia, brotan de modo natural en la conciencia humana si ésta crece de una manera sana (los derechos humanos son ejemplo de esa ley natural). Desde entonces, Creonte es el prototipo del gobernante ateo que se cree legislador supremo, dios, y dicta leyes pretendiendo que su voluntad es absolutamente soberana y está por encima de la ley natural no escrita, de los dioses.

En España, la izquierda es como Antígona si se trata de los suyos, pero es como Creonte con los contrarios. Porque, como en Tebas, aquí hubo una guerra fratricida y hermanos de bandos opuestos se dieron muerte unos a otros en combate y fuera de él, y se malenterró a los asesinados de los dos bandos en cunetas o fosas comunes. La izquierda exige, como Antígona, entierro digno para los suyos como si aceptara la “ley no escrita”. Pero al Creonte de todo a cien de la Moncloa, los restos de los mal enterrados de la derecha y la “ley no escrita” le importan lo que al Creonte de Sófocles el cadáver de Polinices. Además ha desenterrado a Polinices (Franco) y ha humillado su cadáver, y con sus Leyes de Memoria difama y humilla a los muertos del bando de Polinices. Con el agravante de que hace todo esto más de ochenta años después de finalizada la guerra. Muestra así su resentimiento, su doble vara de medir y su miseria moral. 

Pero los Creontes ateos de Moncloa y de Europa van más lejos que el de Sófocles y rechazan no solo la ley natural moral, sino hasta la ley natural biológica. Nos imponen que “hay que liberar a la humanidad de la tiranía de la biología” (Shulamith Firestone), y en base a eso hacen ingeniería social antibiológica, antinatural y, claro, atea. 

Algún ejemplo: los Creontes nos “liberan de la tiranía de la biología” al establecer que el sexo que nos da la naturaleza es irrelevante, y que nuestra omnipotente voluntad puede rechazarlo y cambiarlo a su antojo. Además, la biología -la ley natural- establece un vínculo entre actividad sexual y reproducción de las especies. Los Creontes nos siguen “liberando” con el derecho a matar fetos. También la biología empuja a las especies a reproducirse, y la unión sexual acorde con ella es la heterosexual. De nuevo los Creontes nos “liberan de la tiranía de la biología” igualando el valor de las uniones no reproductivas (homosexuales) con el de las reproductivas, y exaltando la homosexualidad (orgullo gay). Y siguen “liberándonos” al difundir una mentalidad que empuja a las mujeres a no tener hijos, a preferir la realización profesional a la maternidad. Y al descalificar el amor heterosexual y la familia natural. Pero con tanta “liberación” antibiológica, antinatural, los Creontes nos llevan al invierno demográfico, hacia la extinción biológica de la sociedad. Los delitos de odio contra la biología y la ley natural los acabaremos pagando. 

A diferencia de Antígona, su hermana Ismene no se rebeló contra la política de Creonte. Da la impresión de que entre los españoles de hoy (y los europeos) faltan Antígonas y sobran Ismenes.