Opinión

Viento de Libertad

Después de decenios haciendo juegos malabares para evitar la división de nuestra sociedad en dos comunidades, en función de su origen nacional, esto es, los nacidos en Euskal Herria y los nacidos fuera de ella, todos estos esfuerzos se han revelado inútiles.

Esfuerzos hechos, dicho sea de paso, mayoritariamente por los indígenas vascos, en función de un pragmatismo que al parecer, no sé si para bien o para mal, llevamos en la sangre. Ante el hecho consumado de la llegada a nuestra tierra de numerosos trabajadores españoles y de sus familias, entre los cuales, por cierto, estaban mis abuelos paternos, los vascos, tras las lógicas reticencias iniciales, asumimos la realidad y acogimos a los inmigrantes tal como, en su momento, quisimos que se tratase a nuestros propios compatriotas emigrados a diversos países de América. A pesar de la leyenda negra, pergeñada por el nacionalismo español, la acogida por parte de los vascos a los emigrantes españoles fue modélica, de libro. Testimonios a miles y la excepción confirma la regla.

Hoy es el día en el que los andaluces residentes en Euskal Herria celebran el Rocío, los aragoneses el Pilar, los gallegos el día de Santiago y así sucesivamente, sin problema alguno. Pero eso es la anécdota. La realidad es que los nietos y los bisnietos de aquellos emigrantes son hoy tan vascos como cualquiera, tienen nombres vascos y, muchos de ellos, son vascoparlantes.

Uno de aquellos hijos de emigrantes, extremeños en este caso, fue Juan Paredes Manot, llamado Txiki. Murió fusilado, al amanecer del 27 de septiembre de 1975, por orden del general Franco. Su crimen, pertenecer a la organización ETA (pm) y haber actuado en consecuencia. Actuaciones que, en aquel momento, fueron acogidas con alborozo por la izquierda española, sin duda porque ETA hacía lo que ellos no tenían cojones para hacer, perdóneseme la genitalidad.

Decía en aquellos tiempos el humorista José Luis Coll, que era falso que el hombre descendiera del mono, que descendía del pez, la prueba eran los vascos que todavía conservaban las agallas. Era amigo de Felipe González.

Desde aquel fatídico día, familiares, amigos y simpatizantes de Txiki, si se me admiten los términos que algún juez u organización neofranquista pudieran considerar como colaboración con el terrorismo, han visitado en cada aniversario, como es de ley, su tumba en el cementerio de Zarautz, sin problemas hasta este año.

Porque 2009 marcará en la historia la fecha de la división de la sociedad vasca en dos comunidades. No la de los indígenas y la de los descendientes de los inmigrantes, nada de eso, sino la de los que tienen derecho a honrar a sus muertos y la de los que se ven impedidos a ello, la de los que tienen familiares víctimas del terrorismo reconocidas y la de los que, como la familia de Juan Paredes, de Mikel Salegi, de Ángel Berrueta y de tantos otros, se ven remitidos al desprecio y al olvido. Sabino Ormazabal fue condenado por evidenciarlo en su libro “Un mapa (inacabado) del sufrimiento”.

Se da la circunstancia de que Txiki pertenecía a la misma organización que Mario Onaindia y Eduardo “Teo” Uriarte, conspicuos miembros del PSOE, el primero fallecido y asiduamente homenajeado. Ni la amnistía de 1977 ni la santísima transición han servido, por lo que se ve, para que los subordinados de Rodolfo Ares respeten la memoria de quien en países normalizados, de los cuales el nuestro, Navarra, aún dista mucho, sería considerado un luchador por la libertad.

Decía otro luchador ejecutado que el que tenga oídos para oír que oiga y el que tenga ojos para ver que vea. Así de sencillo. Estamos oyendo y viendo cosas que no habíamos oído ni visto nunca hasta ahora. Y lo que nos queda por oír y por ver. El denominado defensor del pueblo de la comunidad autónoma del País Vasco, parece ser que insta a las autoridades, españolistas, por supuesto, a que controlen la educación que dan en sus casas los progenitores vascos a sus hijos. Lo de no poder fumar en las sociedades se queda en nada al lado de esto. Está muy bien hacer puzzles gigantes en las campas una vez al año, pero la realidad es que los promotores de esos pasatiempos han estado treinta años jugando al gradualismo y es evidente que han fracasado. Todo está ahora como en 1979 y tiene visos de ir a peor. Al tiempo.