Opinión

Víctimas

El 19 de diciembre de 1974 me encontraba de guardia en la puerta de lo que entonces era el Gobierno Militar de Gipuzkoa, en las traseras del Ayuntamiento de San Sebastián, antiguo Gran Casino. Estaba cumpliendo el felizmente desaparecido Servicio Militar. A la mañana, temprano, paró un coche en la misma puerta. Lo estaban esperando. De él salieron unos personajes de paisano, quienes sacaron a un hombre esposado. De mediana edad, delgado, con bigote, a pesar del frío propio de las fechas, iba en camisa, la cual estaba manchada de sangre. Por la tarde, una vez terminado el servicio, me enteré de que aquel hombre era quien conducía un coche que había sido tiroteado por la Guardia Civil en Errekalde, en un control mal señalizado, cuando con otros regresaba de una cena, habiendo resultado muerto Mikel Salegi, amaratarra de 21 años. Eran compañeros de trabajo que, aquella noche, habían salido de cena de fin de año.

Fuerzas policiales de civil y de paisano apalearon a los asistentes al funeral de Mikel, oficiado en Santa María, en la Parte Vieja. Una compañera de trabajo de Mikel, que se hallaba embarazada, perdió el hijo que esperaba, otra mujer murió de un infarto, hubo una decena de heridos de cierta consideración y más de un centenar de detenidos. El conductor del vehículo, quien permaneció tres días secuestrado, algunos sabíamos dónde estaba, fue procesado militarmente.

Mas tarde conocí a una de las hermanas de Mikel, Itziar, quien me relató los terribles detalles de aquel suceso. Los miembros del grupo iban en tres coches. Mikel recibió dieciocho disparos. Todavía con vida fue sacado del coche y arrojado sobre el asfalto. Sus compañeros de trabajo, desafiando a las armas que les encañonaban, le metieron en uno de los coches y le llevaron al Hospital. En el camino fueron retenidos por un control de la Policía Armada, allí se esfumaron las últimas posibilidades de Mikel por sobrevivir. Su compañero, el conductor del coche, fue efectivamente sometido a un Consejo de Guerra. La situación era tan surrealista que el propio fiscal militar no tuvo más remedio que pedir el sobreseimiento de la causa. Todas las denuncias presentadas por la familia de Mikel fueron arrojadas a la papelera, así como las que presentaron los apaleados en el funeral. Hasta hoy.

José Miguel Beñaran Ordeñana, natural de Arrigorriaga, fue asesinado en Anglet el 21 de diciembre de 1978. En febrero de 2007 sus familiares, ante la iniciativa unionista de retirar su nombre a una plaza de su pueblo natal, declaraban que entendían que “los familiares de cualquiera de las víctimas del conflicto que desde hace tantos años vive nuestro pueblo, sufrimos igual sufrimiento, pues el sentimiento ante la pérdida del ser querido no es diferente y el hueco de su ausencia es para todos nosotros igual de grande”. José Miguel Beñaran Ordeñana no estaba encausado por ningún delito, por el contrario su situación legal era la de amnistiado. Como hubiera debido ser obvio, a partir de su asesinato él y sus familiares tendrían que haber pasado a ser víctimas del terrorismo.

Dos casos que ilustran una realidad, la que dibuja una nítida línea que divide en dos el conjunto de los habitantes de Vasconia. En el último tramo del gobierno Ibarretxe, el consejero Azkarraga anunció la elaboración de una ley para reparar a las otras víctimas de la violencia, a aquellas cuya muerte no había estado causada por alguna de las ramas de ETA o por los desaparecidos Comandos Autónomos Anticapitalistas. Fue considerable el revuelo en los sectores unionistas, como es sabido de acendrada raigambre democrática, amantes de la paz y defensores de la libertad, tan sensibles ellos ante las injusticias. Me duele que el PSOE forme parte de esa facción.

La lucha armada de las diversas ramas de ETA y organizaciones limítrofes ha originado más de ochocientos muertos en los últimos 40 años, eso es un hecho incontrovertible y doloroso. Pero esos no son los únicos muertos causados por la situación de injusticia que desde hace tanto padecemos los vascos. Hay muchas más víctimas que algunos se empeñan en hacer invisibles y su número es mayor cuanto más atrás llevamos en el tiempo el punto a partir del cual empezamos a contar. ¿Dónde ponemos el listón? Es sencilla la respuesta, allá donde llega el recuerdo de nuestros conciudadanos que no han visto reconocida la injusticia cometida con aquellos coetáneos que vieron sus vidas truncadas por la violencia política.

Ahora, en esta parte de Navarra que son las provincias vascongadas, se nos presenta un gobierno fundado, según se dice, en el reconocimiento de las víctimas. Al margen de encontrarnos con paradojas como la de que se condecore a título póstumo como adalides de la democracia a prestigiosos torturadores, nos preguntamos cómo se puede llamar paz a una situación en la que se niega el dolor ajeno. Así no sólo se manipula a unas víctimas, las consideradas propias, sino que además se politiza la violencia.

Ha dicho el lehendakari López que, para él, "la paz será objetivo fundamental”, para añadir que “yo no concibo, si tengo que arriesgar, no hacerlo". Al parecer en el contexto del discurso equiparaba el fin de ETA con la paz, por lo que, ante las múltiples interpretaciones de sus frases, la vicepresidenta del gobierno de España, Teresa Fernández de la Vega, se ha apresurado a aclarar que “Pachi López seguirá la misma línea que Zapatero para acabar con ETA”, con lo que nos ha dejado dos cosas claras. Una, que se empecinan en una actitud que, aunque hasta ahora no ha dado resultado, podrá acabar con ETA, pero no con la rebeldía vasca, con lo que se ha dado en llamar el “problema vasco”. La otra, que manda más que López.

Decía Gandhi, quien algo había llegado a aprender sobre la naturaleza de la violencia, que “la paz no es la ausencia de conflictos, sino la lucha por la justicia con armas de justicia”. Nos encontramos aquí ante unas gentes que niegan la existencia de un conflicto político, que niegan la mera existencia de una nación vasca, que no quieren ni oír hablar de que Navarra debe recuperar su soberanía y su territorio, que se cierran en banda ante la posibilidad de que los ciudadanos vascos, navarros todos, decidan libremente su futuro, que nos obligan a asumir una nacionalidad que no reconocemos como nuestra, sin opción a alcanzar algún tipo de entendimiento, que deciden quienes pueden o no pueden participar en la vida política. ¿De qué paz nos hablan?